«Una sarta de mentiras ha invadido la ciudad»

I

Los entremeses de la política suelen provocar situaciones que, en el más suave de los casos, merecerían calificarse de curiosas. Siempre he defendido el diálogo, el acuerdo, los consensos. No sería republicano si no lo hiciera. La oposición al kirchnerismo fue la oposición a la práctica del conflicto permanente, al “vamos por todo” predicado en tantas tribunas y practicado con morbosa pasión. Por lo tanto me llama poderosamente la atención que ahora atribuyan a los que pensamos en estos términos actitudes sectarias o nos endilguen la responsabilidad por la “grieta”. Damas y caballeros: les recuerdo que la “grieta” fue una creación del kirchnerismo desde el ejercicio del poder. Supongo que la tarea de la hora será desactivarla, pero, con todo respeto, pregunto: ¿La desactivación que pregonan incluye la impunidad a los titulares del régimen cleptocrático, la impunidad a los asesinos del fiscal Nisman? Y la pregunta no se la hago a los cómplices de los malandras cuya respuesta será por demás previsible, sino a quienes en su momento expresaron en los términos más diversos su indignación por el saqueo perpetrado por el kirchnerismo. ¿Borrón y cuenta nueva en nombre la paz social? Yo tengo mi respuesta al respecto, pero me interesaría conocer las respuestas de todos.

II

¿Y si Cristina fuera inocente? ¿Y si en realidad fuera una dama de blanco casta, pura y austera desvelada por el bien público y acosada por un puñado de oligarcas y vendepatrias de afilados colmillos? Yo no lo creo, pero debo prestar atención al hecho de que millones de personas parecen estar dispuestas a creerlo. O dispuestas a simular que lo creen. O peor aún: en realidad no lo creen, pero tampoco les importa. Para esta singular percepción del ser nacional, las bondades de Cristina no provienen de su austeridad, sino, por el contrario, de esa pasión que su marido expresó con tanta elocuencia abrazando la caja fuerte y pronunciando la palabra clave de su imaginario político: “Éxtasis”.

III

A no llamarse a engaño: quieren hacer lo mismo que hicieron con Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa. Y practicar las mismas salvajadas. Para su cinismo depredador, conviene que el gobierno se hunda en la catástrofe para después consolar a las víctimas con un vaso de agua y una hoja de lechuga. ¿Quieren saber qué se proponen hacer si es que ganan las elecciones? Escúchenla a Cristina. Escuchen sus palabras, pero sobre todo sus silencios.

IV

Juan Grabois anunció la reforma agraria inmediata y profunda. “Qué ganas de asustar burgueses al cuete”, diría tío Colacho, algo impresionado de ver a tía Cata hacer demudada la señal de la cruz después de escuchar el alegato del bravo soldado del compañero Papa. En lo personal, tengo varias objeciones que hacerle al Che Juan, pero no en defensa de la sagrada propiedad privada sino en defensa del sentido común y el sentido práctico. No voy a abundar en consideraciones generales al respecto, pero mientras tanto, “sinceramente”, voy a señalar que hasta tanto nos pongamos de acuerdo sobre las virtudes del “Paraíso” que nos propone el Che Juan, muy bien podríamos iniciar algunas experiencias de expropiación de tierras sin indemnización (como corresponde a una verdadera reforma agraria de izquierda o nacional y popular) movilizando a las masas para que ocupen por lo pronto el medio millón de hectáreas que el compañero Lázaro Báez posee con sus socios y “socias” en la Patagonia irredenta y rebelde.

V

Un rasgo notable de los gobiernos democráticos y republicanos (no se puede ser una cosa sin la otra) es que su llegada al poder nunca despiertan miedo. Se puede o no estar de acuerdo con ellos, pero todos saben que sus garantías y libertades serán respetadas. Lo mismo no puede decirse de los populismos autoritarios. Despiertan miedo y gozan haciéndolo.

VI

Creería que Mirtha Legrand se expresó ‘sinceramente‘ cuando calificó a Mauricio Macri de fracasado. Más que un pensamiento, lo suyo es la ‘emoción‘ en una mujer cuyas ‘emociones‘ siempre han transitado por la superficie de las cosas, bajo las luces de la farándula, entre palabras frívolas y sonrisas livianas y para quien el mundo se divide entre ganadores y perdedores. La señora Mirtha me recuerda a ese amigo de mi tío Colacho que se jactaba de ser siempre oficialista: “Yo no cambio, los que cambian son los gobiernos”, repetía impertérrito, orgulloso e imperturbable.

VII

Cristina Elisabeth insiste en subir al escenario y cerrar la función con un show lacrimoso al estilo Tita Merello (sin la pasión y sin la sabiduría de Tita); insiste en presentar a la hija como una desvalida; insiste en lavarse las manos sobre las causas abiertas contra su hija que sí son de su exclusiva responsabilidad. Cristina Elisabeth podrá jactarse de haber sido presidente; de lo que jamás podrá jactarse es de ser una persona decente. El poder tal vez le permita eludir la acción de los jueces, pero lo que jamás podrá eludir es el juicio de la historia: la titular del régimen más corrupto de la Argentina. A ella la historia la juzgará, pero no creo que la absuelva.

VIII

Para que Argentina no sea Venezuela es necesario un gobierno republicano; pero si así no fuera, es imprescindible una oposición republicana fuerte y decidida a defender aquellos valores sin los cuales la vida no tiene sentido. Las elecciones se pueden ganar o perder, pero lo que jamás se deben perder son las convicciones. Y la pasión por la Argentina de nuestros padres y abuelos.

IX

La expresión más descarada de lo que con justicia podría calificarse como ‘cultura kirchnerista‘ la manifiesta la experta en ocultar bolsas de dólares Felisa Miceli, aconsejando lo que se debe hacer con el dólar. Golpismo, farsa y cinismo, todo con cierto toque de izquierda que siempre viene bien para darle un tono elegante al monstruo.

XDe Raúl Alfonsín me fascinaba su pasión política y su garra radical. Cuando entregó el poder en 1989 con unos amigos viajamos a Chascomús. Hacía frío y lloviznaba. Nítida la imagen: parado sobre una tarima hablando en la puerta de un comité de la UCR. El traje y la chalina radical. “Vamos a ejercer una oposición digna y vamos a controlar la vigencia de las instituciones de la democracia que hemos recuperado entre todos”. Hacía una hora que había entregado el poder en la Casa Rosada y ya estaba en una tribuna predicando su fe laica.

XI

Debate sobre cine. Juan y yo caminando por la calle. Le comento que vi todas las películas de Drácula, incluso la “Danza de los vampiros” de Polanski. Y mi gran desazón, concluyo, es que el conde de Transilvania siempre es derrotado, pero siempre regresa, tal vez porque el Mal nunca muere. “Pero lo que me contás se parece a la historia del peronismo”, observa mi amigo. “Habría que pensarlo”, respondo. Y seguimos caminando por la calle desierta de una ciudad desierta.

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