Alberto Fernández presidente

I

“Seamos serios”, es un giro verbal que Alberto Fernández suele usar con frecuencia y estimo que por esta vez este llamado nos debe incluir a todos porque en el juego democrático las reglas de juego se respetan y, por lo tanto, más allá de disidencias, prejuicios y temores hay que reconocer, en primer lugar, la legitimidad del proceso electoral y la legitimidad institucional del nuevo presidente de los argentinos. Los sociólogos suelen mencionar la suspensión del principio de credibilidad ante determinados procesos. El ejemplo más elocuente es el que ejerzo cuando asisto a una función de teatro y supongo que ese actor que está allí, el mismo con el que un día antes estuve tomando un café, es Julio César y, por lo tanto, me predispongo a situarme en los tiempos de Roma para entender y, si es posible, disfrutar de la representación de la obra. El mismo principio de suspensión de la credibilidad aconsejo practicar con el caso de Alberto Fernández, porque más allá de lo que sabemos de él, de sus antecedentes y de su curioso itinerario político que concluyó en la presidencia de la Nación gracias a la bendición de una insólita Hada Buena, corresponde además de reconocerlo como el presidente de los argentinos, evaluarlo no por su pasado sino por lo que hará de aquí en más en su condición de presidente.

II

¿Por que perdió Mauricio Macri? Puede haber muchas explicaciones, pero básicamente perdió porque no supo o no pudo manejar la economía o, para ser más preciso, no supo atender las demandas de una sociedad movilizada como la nuestra. La corrida cambiaria de mediados de 2018 fue letal. Y a partir de ese momento no se recuperó más. Todo lo que se diga acerca de si debía construir nuevas alianzas, son cuestiones opinables y hasta menores respecto a una realidad en la que se combinan la inflación con la recesión, una celada fatal para un gobierno que pretenda ser reelegido.

III

Alguna vez se dijo que las elecciones son los resultados y las expectativas. En las PASO la coalición Cambiemos suponía que podían llegar a perder por tres o cuatro puntos para después ganar en el balotaje, pero perdieron por más de quince puntos, lo cual fue una noticia demoledora para dirigentes y militantes de esta corriente política. A su vez, en estas elecciones de octubre el peronismo suponía que arrasaba y sus esperanzas eran asistidas por los encuestólogos (no sé cómo llamarlos) que le daban una diferencia de quince a veinte puntos, incluida una segunda vuelta en la ciudad de Buenos Aires. Ya el domingo a la tarde el clima de fiesta en los campamentos peronistas era expansivo, hasta que llegó el clásico mensajero con la noticia de que Horacio Rodríguez Larreta ganaba por paliza en la ciudad de Buenos Aires. Y acto seguido, se enteran que la supuesta goleada por siete a cero en el orden nacional se redujo a un modesto triunfo de dos a uno, lo cual para las esperanzas plebiscitarias de mayoría absoluta del imaginario peronista fue algo así como un baldazo de agua fría. O sea que el peronismo ganó sin discusión, pero con resultados que estaban muy lejos de sus expectativas, por lo que esa vocación hegemónica que constituye la condición política central del peronismo no podrá consumarse, o por lo menos tendrá serias dificultades para hacerlo, porque estas elecciones además de darle la presidencia a Fernández le otorgaron a la oposición una representatividad que garantiza la preservación de la república, es decir la vigencia de un orden político con controles, límites y equilibrios.

IV

Me parece muy bien que los dirigentes políticos ganadores y perdedores desplieguen cortesías, buenos modales y delicadezas, pero superados los momentos del protocolo lo que importa saber es que en todo proceso político democrático conviven el oficialismo y la oposición, por lo que la tarea del peronismo será gobernar y la tarea de Cambiemos será controlar, poner límites y acordar cuando lo considere necesario. Como le gusta decir a tío Colacho: “Juntos, pero no mezclados”. Juntos en la defensa del estado de derecho, las instituciones y las políticas que se consideren justas, pero no hay democracia sin diferencias y mucho menos cuando se debe lidiar con pretensiones de unanimidad. No es tan difícil entenderlo: el oficialismo gobierna y la oposición controla y acompaña, pero en ese orden. La observación es pertinente por esa vocación movimientista del peronismo a través de la cual aspira a lograr la unanimidad o la hegemonía. A su vez, los dirigentes de Cambiemos deben saber muy bien que los votantes los eligieron para que cumplan tareas opositoras y no se dejen cooptar por los cantos de sirena del poder oficial.

V

A la elección nacional el peronismo la ganó centralmente en el Conurbano y en las provincias manejadas por los jeques feudales. El eje central de La Matanza-Riachuelo, esta vez se impuso a la articulación de la Argentina integrada por la ciudad de Buenos Aires, Bahía Blanca, Mar del Plata, La Plata y las provincia prósperas de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Mendoza. El eje La Matanza- Riachuelo será anacrónico, injusto, bárbaro, pero es popular. Sus beneficiarios son los que no se mostraron la noche de los festejos, pero pronto van a exigir que les paguen los favores. Hablo de capos sindicales, punteros mafiosos, jefes de barras bravas, narcotraficantes, políticos y funcionarios diestros en el oficio de saquear los recursos públicos. ¿No será una realidad más compleja? Por supuesto que lo es, pero la complejidad no puede hacer perder de vista las líneas centrales, ese espinazo, esa columna vertebral, como les gusta decir a los populistas, que financia y se beneficia con la existencia de esa Argentina en la que su capital simbólica y real está en el punto exacto entre La Matanza y el Riachuelo.

VI

Axel Kicillof se expresó con una elocuencia y furia que recordó más a Del Caño que a un dirigente peronista apoyado por los patrones y capangas del Conurbano cuyo conservadurismo transforma a Alberto Barceló en un agitador libertario. Con esa gimnasia discursiva y esas pulsiones propias de esos tilingos universitarios que le permitieron a Arturo Jauretche divertirse gratis, cuesta imaginar a un gobernador de la provincia más poblada y más conflictiva del país, provincia en la que los narcos, las barras bravas, los punteros, la piratería del asfalto, los explotadores de mano de obra semiesclava y las policías bravas, trabajaron laboriosamente para que “el Chiquito” (ese tono, en el que el desprecio se disfraza de minimalismo, fue el que usó Ella para referirse a él) sea gobernador, cargo que a Kicillof le va a provocar más de un dolor de cabeza si insiste en presentarse como un saltimbanqui eléctrico que lanza sapos y culebras contra el neoliberalismo. Con la mafia no se jode. Y por principio se trata de hablar menos y no más. Y por lo general a ningún mafioso le cae bien que el ocasional candidato se tome en serio el rol de progresista.

VII

Después del “Chiquito”, hizo uso de la palabra la Señora, que habrá cambiado o no, pero su tono de voz es exactamente el mismo y su vocación de dar clases sobre lo irrelevante se mantiene intacta con o sin cadena nacional. Además de referirse a Ecuador y Chile y por supuesto practicar un elocuentísimo silencio sobre Venezuela, la Señora se tomó la licencia, en su condición de vicepresidente y en la cara del flamante presidente, de marcarle la cancha y escribirle el guión con las reiteradas condenas al maldito neoliberalismo y alguna que otra sugerencia acerca de lo que debía conversar con Macri al otro día. No habló mucho la Señora, pero no se privó de lanzar algunos dardos contra Sergio Massa -que fue aceptado pero no perdonado- además de expresarse con gestos y otras menudencias, como cuando por ejemplo decidió “sugerirle” al Chiquito que se baje de la barricada en la que decidió montarse, deje de recitar cifras que nadie le pidió y nadie puede probar y se calle la boca de una buena vez, porque en los escenarios en donde está Ella, la única que puede darse el lujo de explayarse sobre el mundo y sus alrededores es, por supuesto, Ella, de quien tía Cata la otra noche me comentó, sin dejar de tejer: “Esta chica se hace la santita, nos distrae hablando de Chile y de los caracoles de Madagascar, pero no sé cuando nos va a devolver la plata que nos robó: Ella y su marido”.

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