I
Se dice que en Bolivia los militares derrocaron a Evo Morales, una verdad muy a medias porque si bien los generales sugirieron su renuncia -después que lo hiciera la COB- queda en claro que lo que hirió de muerte al líder cocalero (alguna vez habrá que explicar más la naturaleza económica de ese liderazgo cocalero y sus relaciones con la cocaína) fueron las amplias movilizaciones de masas en las principales ciudades de Bolivia, una movilización que produjo el colapso del régimen dominante y abrió puertas a las más diversas estrategias. Morales se fue pero no está claro qué vendrá en su lugar. Como dijera Lenín, que algo sabía de estos menesteres: “Los de arriba no pueden y los de abajo todavía no saben”.
II
Según los populistas de los más diversos pelajes, para que en Bolivia no se perpetrara un golpe de Estado lo que los militares deberían haber hecho es ametrallar a quienes protestaban en las calles por el fraude escandaloso cometido por Evo Morales, fraude que reconocieron instituciones convocadas por el propio Morales. Un baño de sangre y santo remedio, habrá pensado el señor Morales. Rara cultura nacional y popular que evalúa el carácter patriótico de las fuerzas armadas según sea su disposición de reprimir a sangre y fuego a sus disidentes. ¿Cómo en Venezuela? ¿Cómo en Cuba? Más o menos así.
III
Menos raro es que para el populismo criollo el fraude electoral o el desconocimiento de un plebiscito que le impedía al ex presidente prófugo presentarse a los comicios, sea un pecado menor, apenas una trasgresión, algo así como una inocente infracción de tránsito, a la que no se le debe dar mayor importancia. Asimismo, sorprende que una sugerencia de renuncia del presidente por parte de un jefe militar que hasta el día anterior era un amigo de confianza de Morales, despierte entre los populistas y sus alcahuetes ideológicos una inesperada pasión antimilitarista, sorprendente sobre todo porque esa misma pasión no la manifestaron contra el narco poder militar en Venezuela o el respaldo pretoriano de las fuerzas armadas a los regímenes de Cuba y Nicaragua, que ellos apoyan con tanto entusiasmo. También llama la atención que los que en Chile reclaman por la renuncia del presidente Sebastián Piñera, sean tan inesperadamente apegados al institucionalismo en Bolivia.
IV
Como dijeran algunos analistas políticos, Morales no estaba obligado a renunciar en nombre de una sugerencia dada por un militar amigo. Mucho menos incluir en su renuncia al vicepresidente y a los titulares de Senadores y Diputados para promover un vacío de poder institucional. Hay buenos motivos por lo tanto para suponer que lo suyo fue más un autogolpe que un golpe de Estado en el sentido clásico de la palabra, la decisión de un político tramoyero y tramposo que manipula instituciones y emociones y le resulta indiferente que sus caprichos y sus ambiciones cesaristas de poder provoquen derramamientos de sangre.
V
Las ambiciones de poder de Evo Morales están poniendo en riesgo no solo la paz social sino la unidad política de la nación. Podemos compartir que el señor Camacho exprese en Santa Cruz de la Sierra una derecha blanca, racista y fanática, pero ese peligro no se conjura con maniobras tramposas, con atropellos a la legalidad política o con victimizaciones irresponsables que colocan al país en los umbrales de la guerra civil. Se dirá que Morales no es el único responsable de lo sucedido, lo cual es verdad, pero una verdad a medias, en tanto el presidente de la Nación tiene muchas más responsabilidades que otros actores y mucho más un señor como Evo Morales que nunca le hizo asco a ejercer el poder sin reparar en detalles institucionales.
VI
En la Argentina discutir la crisis de Bolivia es al mismo tiempo discutir la crisis política interna. Alberto Fernández, el presidente electo, se comportó en estos días como un fogoso militante nacional y popular, algo así como un redivivo Augusto Sandino o Carlos Prestes de estas tierras. Ya no le alcanza con jugar con fuego con Brasil o darle aliento a los opositores del derechista Sebastián Piñera, sino que ahora se decidió torearlo a Donald Trump y ponerse la camiseta de luchador latinoamericano antiimperialista, compadreada irresponsable por partida doble: porque Argentina no puede darse el lujo de embanderarse con los tonos del antiimperialismo de izquierda porque esas paradas suelen salirnos muy caras; pero sobre todo, porque además es poco creíble que el presidente electo cuyas relaciones políticas más comprometidas se iniciaron al lado de Domingo Cavallo y que nunca le hizo asco a intrigar recurriendo a las armas más sórdidas de la política, de un día para el otro nos quiera convencer de que es un temerario líder antiimperialista con su tierno corazón destrozado por el “hambre” existente en la Argentina.
VII
Por supuesto que a mí no me sorprende que los populistas cierren filas detrás de la causa de Morales, aplaudan, justifiquen o respalden sus atropellos institucionales en coro sinfónico con personajes como los Castro en Cuba, Daniel Ortega en Nicaragua o Nicolás Maduro en Venezuela. A su manera los muchachos son coherentes y la coherencia es una virtud que se debe reconocer. Lo que me sorprende, por lo tanto, no son los previsibles defensores de regímenes populistas, corruptos y autoritarios; lo que me sorprende, son quienes alguna vez dijeron que rechazaban esos ensayos políticos pero a partir de la victoria electoral de Alberto Fernández han sido atacados de un inesperado comezón nacional y popular y diligentes y codiciosos se aprestan a alinearse con el nuevo poder de turno. Detrás de los nuevos garrochistas políticos se amontona gente de convicciones débiles, personas atemorizadas por la nueva ola populista y toda esa fauna que bien merece calificarse como idiotas políticos, personajes que tal vez sin proponérselo realizan denodados esfuerzos para maquillar con tonos agradables al monstruo populista. Alexis Tocqueville alguna vez escribió: “Lo que más me admira de todo esto no son los que proponiéndoselo hicieron una revolución, lo que más me admira son los imbéciles que sin tener nada que ver con esto hicieron todo lo posible para que esa revolución llegue”. Se dice que alguna vez un Leandro Alem deprimido ante el escenario de capitulaciones y miserias exclamó: “Nos merecemos a Roca”. En el mismo tono, podríamos decir que nos merecemos a los Kirchner.
VIII
Muy suelto de cuerpo, Alberto Fernández declaró que Evo Morales era le primer presidente de Bolivia que tenía cara de boliviano. Afirmar que Morales tiene la cara que debe tener un boliviano, es incorporar la variable de raza para definir la política, argumento que a lo largo del siglo veinte emplearon los nazis y los más diversos enjuagues racistas. En condiciones normales el Inadi debería intervenir. ¿Tío Alberto nazi? Quisiera creer que no, pero me tranquilizaría que no insistiera con esa retórica.
IX
Me resulta entre asombroso y gracioso que los populistas criollos me corran con el antimilitarismo. Justamente ellos que en la Argentina fueron paridos con un golpe militar fascista y su jefe simbólico bautizado con la recatada frase de “Primer trabajador”, siempre estuvo orgulloso de su condición de militar. Justamente ellos nos corren con su antimilitarismo mientras apoyan las dictaduras militares de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Y si por casualidad una fracción chavista en las fuerzas armadas de Bolivia tomara el poder no tendrían escrúpulos en apoyarla con el mayor de los entusiasmos.
X
Vivimos tiempos de confusión, extrañamientos e insólitas mudanzas. Mientras tío Alberto frecuenta esa suerte de club de jubilados que se llama Grupo de Puebla donde se dedican a posar de niños terribles asustadores profesionales de burgueses, en nuestros pagos la primera movida política para combatir la injusticia social es la de convocar para las grandes jornadas de justicia social que se avecinan nada más y nada menos que a ese otro sensible militante de las causas nacionales y populares que se llama Tinelli.