«Murió haciendo señas y nadie lo entendió»

I

Uruguay vuelve a dar una lección de cultura republicana. Nada nuevo en el país que desde sus inicios como nación defendió los valores de la libertad. No olvidar que para los argentinos Uruguay fue el territorio donde refugiarse cuando fuimos asolados por nuestras dictaduras de turno en el siglo XIX y el siglo XX. Es más, para todo argentino bien nacido, la tentación de exiliarse en Uruguay, está siempre latente. Es una ilusión, un deseo, una esperanza y también una nostalgia. Según las últimas informaciones, Luis Lacalle Pou será el nuevo presidente. A la noticia la conocí por declaraciones de Daniel Martínez, el candidato presidencial del Frente Amplio y actual intendente de Montevideo, un ejercicio de virtud cívica que los argentinos no estamos muy habituados a practicar. Como en cualquier país del mundo, en Uruguay hay problemas económicos, sociales y de seguridad, pero a diferencia de muchos países del mundo su sistema político no contribuye a acentuarlos. La virtud central de este orden político, la virtud que practican con sus propias claves políticas de derecha e izquierda uruguaya, es la cultura liberal republicana, esa cultura emblemática de la modernidad siempre acechada por los despotismos, los tradicionalismos, los populismos autoritarios y las pasiones totalitarias. Dicho a modo de boutade: Uruguay es muy parecido a la Argentina, pero sin peronismo.

II

A la hora de la reflexión política, trato de ser respetuoso de los números y las palabras. Lo dije en su momento y lo repito; la Argentina vivió la tragedia de alrededor de ocho mil desaparecidos, pero no treinta mil; la represión perpetrada por la dictadura militar merece ser calificada de terrorismo de Estado, pero no de genocidio. Dicho esto, señalo que al régimen kirchnerista merece ser calificado de populista o lisa y llanamente de peronista, pero no de comunista. No hay ni razones históricas ni conceptuales para semejante calificación. Históricas, porque el peronismo nace a la vida política como una opción anticomunista y de manifiestas simpatías por el fascismo italiano, como muy bien se encargó de explicar en numerosas ocasiones el jefe del “movimiento nacional”. Conceptuales, porque el comunismo propone la socialización de los medios de producción o directamente expresa la negación de la propiedad privada, mientras que el kirchnerismo ha demostrado hasta el cansancio que no solo defiende la propiedad privada, sino que en primer lugar defiende la libertad de acumular fortunas personales sin límites y la propiedad privada de sus jefes. Tan arbitrario como calificar al kirchnerismo de comunista sería el de calificarlo de nazi o fascista. Es probable que esté atravesado por algunos retazos de estas culturas políticas, pero si las calificaciones conceptuales poseen alguna importancia, al kirchnerismo hay que entenderlo en primer lugar y en homenaje a la obviedad como una corriente interna del peronismo y hasta que alguien demuestre lo contrario, la más representativa en la actualidad.

III

Laura Alonso me merece el mejor de los conceptos. Es una mujer inteligente, una política moderna y supongo que como funcionaria de la Oficina Anticorrupción debe de haberse desempeñado correctamente. Dicho esto agrego -y ya lo escribí en su momento- que una oficina destinada a controlar los poderes, no debe estar dirigida por un funcionario oficialista. Se trata de una institución de control. Y si bien su tarea se extiende a investigar las corruptelas del régimen anterior, en primer lugar debe controlar a los titulares actuales del poder y esa tarea de control la debe ejercer un funcionario políticamente independiente del oficialismo. Lo que vale para Mauricio Macri, también vale para Alberto Fernández.

IV

No estoy del todo seguro de que la legalización del aborto sea aprobada en los próximos meses. Sobre ese tema tengo posiciones tomadas, como seguramente las tienen la mayoría de los argentinos. Yo defiendo mis razones, pero debo admitir que el tema es controvertido y que si se decidiera a través de un plebiscito, nadie estaría en condiciones de predecir un resultado. No se debería descartar que el nuevo gobierno nacional en algún momento instale este tema para satisfacer las expectativas de un sector significativo de su electorado, sobre todo porque la realidad habilita a suponer que esas satisfacciones no existirían en el campo económico. Si esto ocurriera, una nueva paradoja se haría presente, la paradoja de un gobierno que cuenta con el abierto apoyo del compañero Papa y sin embargo impulsa la legalización del aborto. ¿Contradicciones de la política? Puede ser, pero admitamos de todos modos que las consecuencia de esas paradojas el compañero Papa se las merece.

V

Escucho la entrevista de Marcelo Longobardi a Evo Morales. Interesante. Interesantes las preguntas de los periodistas e interesantes las respuestas de Morales. El ex presidente boliviano insiste en ratificar los logros sociales y políticas de su gobierno muchas de las cuales son efectivamente reales, pero resulta significativamente ambiguo e impreciso para referirse a su desconocimiento del plebiscito o al fraude perpetrado en las pasadas elecciones. Morales reitera su cantinela acerca de las conspiraciones de la derecha y el imperialismo, conspiraciones que seguramente existen pero no con la intensidad determinista que le atribuye. En toda entrevista lo que no se dice también importa. Morales no dice nada sobre el negocio de la cocaína y el narcotráfico en Bolivia y en particular en la región de Cochabamba. Para justificar su larga permanencia en el poder, Evo menciona los reiterados golpes de Estado en Bolivia al promedio en casi doscientos años de vida independiente de uno por año, pero nada dice de que, por ejemplo, entre 1952 y 1964 gobernó el MNR y gobernó con alternancia y respeto a las instituciones. Palabras más, palabras menos, importa destacar que en Bolivia habrá elecciones en los próximos meses y por lo pronto Morales admitió que no será candidato. Veremos.

VI

Para despejar dudas y malos entendidos, el presidente electo Alberto Fernández adelantó que todos los funcionarios presos deben ser liberados porque si bien no serían procesos políticos se trata de personas que sufren detenciones arbitrarias. El argumento no deja de ser curioso y, en homenaje al humor negro, disparatado. Dice más o menos que si no se sanciona al que paga la coima, tampoco se debe sancionar a los que la reciben. Está claro que la ambigüedad, los silencios y las demoras de la justicia no son accidentales o casuales sino funcionales a la impunidad a los poderosos. Dejo a los juristas el debate, pero para un ciudadano resulta disparatado y sospechoso que en la profesión donde se habla y se escribe hasta el cansancio, aún no se han puesto de acuerdo sobre qué significa ser condenado cuando se considera que una condena no está firme. Reitero: resulta evidente que estas dudas y lagunas no son casuales, sino que operan a favor de la impunidad de los poderosos. Como ciudadano no me cierra que un tipo condenado por un tribunal, en un juicio donde pudo ejercer su defensa, no deba ir preso porque tiene el derecho a apelar, incluso hasta en la Corte. Como ciudadano -e insisto en esta calificación para diferenciarme del jurista, pero también de toda persona desinteresada de la vida pública- no me cierra que Menem durante casi veinte años no sea condenado, motivo por el cual la causa prescribe y el señor queda en libertad. ¿Es inocente esa lentitud de la justicia o por el contrario, es un recurso más del que se valen los poderosos para no pagar por sus delitos? Al respecto, se me ocurre que si todo delincuente para estar preso, su condena debería ser ratificada por la Corte Suprema de Justicia, no habría ningún preso en la Argentina, ni común ni político. Pero no, estas “garantías” no se escribieron para los ladrones de gallinas sino para los poderosos, aquellos o aquellas que residen en los barrios exclusivos de las grandes ciudades y disponen de influencias políticas y sociales y guardan millones de dólares en sus cuentas. ¿Como Cristina, por ejemplo? Exactamente, como Cristina.

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