I Amigos, conocidos, lectores, se muestran sorprendidos, incluso consternados, por las recientes declaraciones de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: uno, atacando a los periodistas; la otra, increpando a los jueces. A decir verdad, a mí lo sucedido no me asombra, es más, lo considero previsible por lo que, de alguna manera, no estoy ni sorprendido ni mucho menos consternado de que el peronismo retorne al poder y que sus principales dirigentes, incluso antes de asumir el poder, ataquen a la prensa y a los jueces con lo que nos empujan (por si a alguien le quedaba alguna duda) a cuatro años atrás, cuando desde el poder se amenazaba, y no solo se amenazaba, a periodistas y funcionarios judiciales. ¿Podíamos o podemos esperar otra cosa? ¿Alguna vez el peronismo hizo o dijo algo diferente en la materia? Hagamos memoria desde los tiempos de Emilio Visca a la fecha. O desde los tiempos de una Corte sometida y servil a la actualidad. Y no nos queda otra alternativa que admitir que las declaraciones de tío Alberto y de Ella están en línea con lo que el peronismo siempre ha pensado en la materia, salvo que desconozcamos su rechazo sistemático a lo que siempre calificaron como la repelente cultura “liberal, democrática y gorila”. II Admitamos que las relaciones del peronismo con el estado de derecho han sido, para decirlo de una manera “objetiva”, algo controvertidas. Históricamente, el peronismo privilegió el decisionismo sobre la deliberación, la concentración del poder en el Ejecutivo, el recelo -cuando no el rechazo- a las denominadas “ficciones” liberales acerca de la división de poderes, la libertad de prensa y los controles al poder del líder, la conductora o la jefa. Esto está escrito con lenguaje de derecha o de izquierda, pero además, para que a nadie le queden dudas al respecto, los diferentes gobiernos peronistas lo han practicado cada vez que han podido, y si en esa pretensión de “ir por todo” no lograron plenamente sus metas, no fue porque no hayan querido, sino porque los argentinos no los dejaron. Por lo tanto, nadie debería llamarse a engaño o sorprenderse de que en el universo cultural del peronismo declaraciones recientes como las de Alberto Fernández o Cristina sean aprobadas e incluso festejadas, por la sencilla razón de que impactan en un campo emocional sensible en el que todo peronista de una manera u otra, con más o menos entusiasmo, se reconoce. III “La historia ya me absolvió”, proclamó la señora Cristina ante el tribunal, luego de admitir que las preguntas las deben contestar los jueces, no ella. “Esta chica es tremenda”, diría tía Cata, que seguramente ignora o no se acuerda que esa frase la pronunció Fidel Castro cuando era un joven abogado que estaba siendo juzgado por la justicia de don Fulgencio Batista por haberse alzado en armas e intentado asaltar, con un grupo de hombres y mujeres valientes, el después célebre cuartel de Moncada. Más que “tremenda”, a la Señora yo la calificaría de farsante, género literario reconocido por su capacidad para montar una farsa que como tal no está obligada a respetar la realidad, sino por el contrario, caricaturizarla con objetivos que en este caso poco tienen que ver con la estética. IV En principio, una observación “gramatical”, para designar de algún modo una frase que sonó más como amenaza que como argumento defensivo. Fidel Castro dijo: “La historia me absolverá”. Con la vehemencia que lo distinguía, el joven revolucionario de entonces dejaba abierta la posibilidad de que hacia el futuro el imaginario tribunal de la historia lo absolvería o, dicho de una manera menos ceremoniosa, lo justificaría. La Señora se permitió ir más allá de Fidel, porque hay que admitir que a la hora de las desmesuras esta chica (como le dice mi querida tía Cata) no tiene límites. Sin el menor atisbo de pudor y sin sonrojarse, afirmó muy suelta de cuerpo, con esa suerte de desparpajo que la distingue, que la historia ya la absolvió. Fidel nunca se animó a tanto. Lo que en él era duda, deseo, en ella es plena y absoluta seguridad. V Pero las diferencias entre Fidel y Cristina no son solo gramaticales. Fidel (y más allá de su futuro itinerario político) se levantó en armas contra la dictadura de Batista y en el emprendimiento murieron muchos de sus hombres, algunos de ellos después de haber sido torturados con ferocidad. El Moncada no fue un juego de niños o una farsa y al respecto son aleccionadoras las opiniones de Haydée Santamaría acerca de los tormentos padecidos por su hermano. El propio Fidel salvó su vida por una conjunción de factores azarosos, entre los que se contaba las influencias sociales de su familia. Ninguna de esas virtudes del coraje puede atribuirse Cristina. Fidel fue juzgado por una tenebrosa dictadura tropical, acusado de rebelión; Cristina está siendo juzgada por haber dirigido un régimen cleptocrático y ser la beneficiaria de las diversas trapisondas practicadas por ella y su marido con el aporte solidario de sus principales y distinguidos colaboradores, entre los que merecen mencionarse entre otros a Lázaro Báez y Julio de Vido. ¿Se dan cuenta de la diferencia entre Fidel y esta chica? ¿O entre Lázaro Báez y el hermano de Haydée Santamaría? Los símbolo ideales de los hombres y las mujeres de Moncada fueron el libro y el fusil; los símbolos de los Kirchner son la caja fuerte y las variedades de las carteras Vuitton; los hombres y las mujeres del Moncada se reconocían idealistas y valientes; la Señora a lo más que puede aspirar es a ser una abogada exitosa. Para bien o para mal (y con independencia de su futuro político), Fidel Castro y sus compañeros se jugaron la vida en nombre de ideales elevados. Sobre estas peripecias de la vida Cristina no tiene nada que ver. Jamás se jugó la vida por nada ni por nadie. Y si algún riesgo tomó alguna vez, pudo haber sido cuanto mucho por haber pisado mal en la vereda con sus flamantes tacos altos o haber soportado alguna anestesia local en alguna de sus habituales y tortuosas operaciones estéticas. VI Cristina no es Fidel, pero tío Alberto se parece cada vez mas a tío Héctor. Por lo pronto, el presidente electo se ha atribuido el rol de defensor político y judicial de quien a todas luces es su jefa política, la mujer a la cual debe reportarse periódicamente, algo no muy diferente a lo que nuestro tío Alberto hizo con Néstor en su momento y con Cristina en los primeros meses de su gestión. Y al respecto, me gustaría mucho saber si su alejamiento del poder en aquellos años fue una decisión de él o una decisión que tomaron sus jefes, ya que sobre ese episodio no es mucho lo que se conoce y a esta altura del partido no estoy dispuesto a creer a libro cerrado los relatos y argumentos de tío Alberto. |