«Y tiene tal clase para engrupir…»

I

Alberto Fernández y Mauricio Macri están de acuerdo en que un ajuste económico o “un ordenamiento de las cuentas públicas”, (sic Alberto), es imprescindible en la Argentina. También están de acuerdo, aunque no lo digan, que el ajuste recae inevitablemente en la clase media. Allí sí es posible registrar una diferencia: la clase media lo vota a Macri, por lo que puede sentirse molesta por el ajuste promovido por su candidato, mientras que el peronismo es apoyado por los sectores de menores recursos, a quienes los impuestos inmobiliarios, o a las ganancias, o a las exportaciones, o al turismo por razones obvias no los afectan. Un ajuste de Macri castiga a sus votos; un ajuste de tío Alberto castiga a los que no lo votaron. Como diría tío Colacho: “Los compañeros se dan los gustos en vida… ¿O alguien se creyó en serio que votar en contra del peronismo sale gratis?”.

II

Por último, hay una diferencia decisiva entre quienes aplican los ajustes. Cuando el ajuste lo aplican los peronistas, los muchachos se las arreglan para presentarlo como un acto solidario y una exquisita manifestación de sensibilidad social, mientras que cuando lo propone Macri se trataría de un plan sistemático y perverso para hambrear al pueblo. A los enunciados verbales, habría que sumarle un detalle sugestivo: cuando el ajuste lo hacen los sádicos “neoliberales” el peronismo lanza a sus hordas a la calle decididas a incendiar lo que se les cruce en el camino; cuando el ajuste se practica por razones solidarias y nacionales y populares, los muchachos se portan como señoritos ingleses.

III

Tal vez el dato más sorpresivo de estas últimas semanas es la inusitada paz social que disfrutamos los argentinos. Huelgas, piquetes, tomas de unidades de trabajo, manifestaciones callejeras, brillan por su ausencia. Bienvenido. No creo ser malpensado si postulo que si Mauricio Macri hubiera ganado las elecciones por casualidad y para su desgracia personal, la Argentina estaría literalmente incendiada. Ahora, por el contrario, nadie reclama ni sidra, ni pan dulce, ni bolsones de comida para las fiestas, ni adelantos salariales, ni paritarias. Todo funciona tan bien en estos pagos bendecidos por el Señor que hasta Baradel está dispuesto a ir a la escuela, lo cual es la novedad más estrepitosa que nos sacude a los argentinos desde los tiempos del cometa Halley. A los jubilados -a los que trabajaron y aportaron- le metieron las manos en el bolsillo, pero ahora nos enteramos que esos jubilados no serían nuestros cariñosos abuelos, sino feroces plutócratas hartos de privilegios, los cuales en nombre de la causa nacional y popular se merecen el peor de los destinos.

IV

No le faltaba razón al economista Guillermo Calvo cuando dijo que el único que podría aplicar un ajuste en la Argentina es el peronismo. En realidad no dijo nada nuevo ni descubrió la pólvora. A lo largo de la historia el partido de los ajustes y de los acuerdos con el FMI, fue el peronismo. Desde los tiempos de Perón y Gómez Morales, pasando por Rodrigo, Erman González, Duhalde y Kicillof, el peronismo se ha revelado como una eficaz máquina de ajustar, lo cual no es ninguna hazaña, pero sí pertenece al campo de la hazaña su capacidad para presentar los rigores de los ajustes como una conquista popular. Con el compañero Duhalde, por ejemplo, el país llegó al cincuenta por ciento de pobres. Eso es ajustar y no joda. Y como frutilla del postre el compañero nos dejó de obsequio a la pareja de El Calafate. Gracias compañero Eduardo. Que Dios lo recoja en su santa gloria.

V

Un ajuste económico nunca es una palabra agradable, pero tampoco debería ser necesariamente una mala palabra. Las familias y los pueblos en algún momento de su historia se ven obligados a recurrir al ajuste. No lo hacen con alegría, pero lo hacen con la tranquilidad de saber que no hacerlo es peor. El problema de los argentinos es que no lo hacemos y lo que hacemos se hace mal. Ello se agrava por la facciosidad política que crea el peronismo bajo la siguiente consigna: si el ajuste lo hacemos los compañeros es un acto de liberación nacional y social, pero si lo hacen los malditos neoliberales es un acto de vendepatrias y cipayos.

VI

El peronismo algo sabe de estos menesteres. En tiempos de Arturo Frondizi no vacilaron en calificarlo como el gobierno más entreguista de nuestra historia. Con Illia mantuvieron la misma delicadeza con algunas variaciones: Illía era entreguista y hambreaba al pueblo, pero por sobre todas las cosas era un político corrupto rodeado de corruptos. Para combatir semejante afrenta nada mejor que los planes de lucha de la CGT y las tomas de miles de fábricas para echar “al viejo sinvergüenza”. De Alfonsín, (que como ahora está muerto no vacilan en reivindicarlo) la primera acusación que le hicieron fue de agente de la Coca Cola. Así arrancaron como para abrir juego. Un dirigente de la izquierda peronista no vaciló en calificarlo como el desvergonzado abogado de Chascomús entregado a Reagan y los halcones. Como para que no quepan dudas sobre lo que pensaban del “abogaducho radical”, le sabotearon la Conadep, los juicios a las juntas militares, la ley del divorcio y en cinco años le metieron trece paros generales, porque “todo se puede negociar, menos el hambre, la dignidad y la soberanía del pueblo”, dijeron los discípulos de Celestino Rodrigo y los defensores de la amnistía a los represores, mientras se afilaban los dientes y las uñas para iniciar un salvaje proceso de privatizaciones que redujeron a Álvaro Alsogaray en un estatista irresponsable.

VII

El hambre. Palabra efectiva para sensibilizar corazones duros e indignar a indiferentes. El hambre y el frío. Que caen impiadosos del cielo durante los gobiernos “gorilas” y desaparecen como arte de magia durante los salvíficos gobiernos populistas. ¿Cómo permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre y frío? ¿Quién puede ser tan canalla para habilitar semejante maldad? Como los fascistas, a nuestros populistas criollos les encanta trabajar políticamente las pulsiones emocionales, esto que se llana los golpes bajos. Digamos en principio, como para eludir imputaciones ligeras, que los problemas sociales y cotidianos de un país no se resuelven mencionando estadísticas internacionales, pero convengamos que saber lo que pasa en el mundo como para tener una mínima idea de dónde estamos parados no sé si es importante pero sí creo que es necesario. Pues bien, según el mapa trazado por las organizaciones internacionales vinculadas a la FAO, el hambre en el mundo se registra a través de cinco colores. Se empieza con el Rojo, que designa el hambre extremadamente alarmante; se sigue con el Púrpura (alarmante), el Amarillo (serio); el Verde (moderado) y el Azul (bajo). En el Rojo, están por ejemplo, Eritrea y Burundi; en el Púrpura, podemos mencionar a Haití, Honduras, Angola, Libia, Etiopía; en el Amarillo, estaría Guatemala; en el Verde, Nicaragua o Perú; y en el Azul, en la escala “extremadamente bajo, está Argentina acompañada de Uruguay y Chile y los principales países del Primer Mundo.

VIII

Estas cifras no deberían servir de consuelo, pero sí de advertencia, sobre todo a demagogos tramposos que manipulan una realidad dolorosa del hambre con una carta tramposa en la manga. Para traducirlo de una manera más práctica, digamos que cuando los populistas son gobierno la Argentina se viste de Azul, pero cuando cambia la taba el país se viste de púrpura o rojo. Lo patético de todo esto, es que más allá de los operativos propagandísticos los problemas reales de la Argentina existen, pero los argentinos suponemos que ellos se resuelven con jingles o destinando partidas que nunca llegan a los pobres. Y a propósito de todo: Sobre las cuatro millones de tarjetas emitidas por el flamante gobierno peronista destinadas a ayudar a los pobres con hambre, ¿se informó acerca de las licitaciones que se hicieron? Porque, conociendo el paño, no estaría de más reclamar una respuesta, porque no sería la primera vez que con la excusa de los pobres, los Báez, los Jaime, los López y los Boudou de turno se llenan los bolsillos con el guiño cómplice del poder de turno.

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