Crónicas santafesinas

 

I

A Chiquito Uleriche me lo presentó Cacho Roteta, periodista y amigo. Fue en su quincho, por supuesto, y comiendo pescado, como corresponde. Yo sabía de su existencia desde hacía tiempo. ¿Quién no conocía aunque más no sea de nombre a Chiquito? ¿Y qué santafesino alguna vez no fue a la Vuelta del Pirata a comer pescado a orillas del río con el paisaje sereno de las islas en el horizonte? Ir a comer pescado a la Vuelta del Pirata, era y es, uno de los obsequios que los santafesinos le hacemos a nuestros amigos cuando nos visitan. Decía que Roteta me lo presentó una tarde a Chiquito en su quincho de la Vuelta del Pirata. Y tomamos mate con tortas fritas que se fritaban en uno de sus calderos negros en los que también fritaban los pescados. Recuerdo que hablamos sobre los riesgos de una inundación. Cacho le dijo que en el diario los hídricos discutían sobre los alcances o la altura de la inundación. Chiquito escuchaba y en algún momento admitió que la creciente que se venía era brava. Y entonces mencionó un pájaro (ahora no recuerdo su nombre) y dijo que si ese pájaro decidió llegar a la ruta es porque hay que empezar a preparar las canoas. No se equivocaba.

 

II

Chiquito no era chiquito. Alto, robusto, cara de buen tipo, un bigote fino, el pelo castaño oscuro y la mirada cordial pero que podía ponerse severa. Hablaba despacio y se reía con recato, como pidiendo permiso. Nunca levantaba la voz, pero una orden suya era acatada en el acto. A Chiquito se lo quería y se lo respetaba. Poseía la distinción y el señorío de los viejos criollos. Un apretón de manos, un abrazo, una guiñada de ojo, eran para él un documento. De la amistad, Chiquito hacía un culto, pero un culto exigente. Le debo de haber caído bien o supuso que si Cacho me presentaba, no había mucho más que agregar. Al otro día de conocernos me invitó a su cumpleaños. Y las celebraciones de los cumpleaños de Chiquito eran cosa seria. Venía gente de todas partes. Amigos de la noche y del día, del río y de la llanura. Llegaban músicos con sus instrumentos y cantores con su canto. Y la fiesta duraba dos o tres días. Se comía, se tomaba, se jugaba a las cartas, se bailaba chamamé y la fiesta parecía no tener fin. Había mujeres. En algún tiempo Ramona Galarza fue una invitada habitual, pero por lo general los cumpleaños de Chiquito eran reuniones de hombres. “Hombres sin mujeres”, como tituló alguna vez Ernest Hemingway. Chiquito siempre me contaba que su padre fue capataz de la estancia Los Cuervos, la de la novela y película de Hugo Wast, estancia a la que desde la Vuelta del Pirata se la distingue por la arboleda. En esa estancia, el asador y el fogón se encendían todas las noches. Y en la parrilla nunca faltaba un churrasco o un dorado. Y en la olla siempre estaba el guiso carrero para compartir con los paisanos y con cualquiera que a esa hora de la noche se acercara “a las casas”. Chiquito se forjó en esa escuela.

 

III

Yo lo fui a ver a su quincho de la Costanera al día siguiente de la muerte de Carlos Monzón. Estaba solo sentado en una mesa colocada cerca de los fogones. Había luz, pero su rostro parecía cargado de sombras. “Se me ha caído el mejor horcón del rancho”, fue lo primero que me dijo. Después me contó que esa mesa en la que nosotros estábamos conversando -mientras compartíamos una picada de pescado al escabeche con un vaso de vino- él la hizo hacer para que la ocupe Carlos. Esta era su mesa, porque esta era su casa. Me contó que ese domingo lo despertaron a la siesta para avisarle que había un accidente en la ruta 1 cerca de Santa Rosa. Me subí al auto y salí a buscarlo. No se me ocurrió que podía haber muerto, pensé que estaba en un apuro y entonces me fui derecho a ver cómo podía ayudar. Chiquito lo quiso mucho a Carlos, pero Carlos no solo lo quiso, sino que fue el único hombre al que respetó en todas las circunstancias. No viene al caso abundar en temas que no corresponden, pero admitamos que Monzón era lo que se dice un tipo complicado y con una copa de más, además de complicado podía ser peligroso. Sin embargo, me consta que a Chiquito nunca le alzó la voz. “Ni ebrio ni dormido”.

 

IV

Monzón sabía que en el quincho una mesa era suya y los mejores pescados de la costa lo esperaban. Con Chiquito compartían platos de pescado, manos de truco y chinchón, una cancha de bochas. Chiquito me lo contó un día: “A los hombres se los conoce en las malas, pero también en las buenas. Yo a Carlos lo conocí jugando en las dos bandas. Pero nunca me olvido que la noche que nockeó a Benvenutti y se consagró campeón, cuando la entrevistaron en caliente lo primero que dijo para todos los canales de televisión y emisoras del mundo es que no veía la hora de llegar a Santa Fe y pegarse una disparada al quincho de Chiquito para comer un surubí y compartir un vino”. En esos años -me cuenta- el quincho era una sombra de lo que es ahora. No teníamos ni manteles. A los pescados los sacábamos del agua, los asábamos o lo fritábamos… y a la mesa, con diarios viejos como mantel, mesa plantada debajo de un sauce.

 

V

Repito; para Chiquito la amistad era una cosa seria. Como se escribiera alguna vez “La amistad es un sentimiento tan noble como el amor”. Chiquito no escribió esa frase, pero la practicó. Desconfiaba de la política, pero los políticos visitaban su quincho y él los atendía como un gran señor. Suponía que para quien hace de la amistad el centro de sus relaciones, la política divide. Podemos discutir su punto de vista, pero lo que no podemos discutirle es su derecho a pensar y vivir así. Lo que voy a contar ahora es complicado, pero quiero que se entienda el contexto. Cuando Monzón fue detenido en Mar del Plata, acusado por la muerte de Alicia Muñiz, a la hora de esa tragedia Chiquito con un par de amigos salían en auto de Corrientes en donde habían estado en un festival de chamamé. No bien escucharon la información por la radio, enderezaron para Mar del Plata. Viajaron todo el día, casi sin dormir y llegaron a la noche. Le pregunté su opinión sobre lo sucedido y no disimulé mi crítica a lo que, como la justicia después probó, fue un crimen. Chiquito me escuchó y después me dijo: “Un hombre en la vida tiene que saber en cada situación el lugar que le corresponde. Si el lugar del abogado es defender y el lugar del juez es juzgar y el lugar del policía es detener, mi lugar es estar al lado de mi amigo… las conclusiones se las dejo a los periodistas como vos para que se entretengan”.

 

VI

Como para concluir la semblanza, una historia alegre, pintoresca si se quiere. Alain Delon vino a Santa Fe para saludarlo a Monzón en la cárcel. Estuvo un día y una noche en nuestra ciudad. Sus visitas fueron emblemáticas: la Casa Gris, es decir la casa del gobernador, donde saludó a Carlos Reutemann y la cárcel de Las Flores. Delon visitó los dos lugares que representan en cualquier sociedad moderna los extremos del arco social: el gobierno y la cárcel; Reutemann y Monzón. Pero la historia mínima notable es la de mi amiga, unos cuantos años más joven que yo, asistente social, y que en aquellos años trabajaba en la cárcel. La madre y las tías de mi amiga fueron, son, devotas del buen cine y ella se educó en ese ambiente. Y Alain Delon fue su amor imposible desde la adolescencia, al punto que las paredes de su cuarto estaban literalmente tapadas de fotos de Delon en diferentes edades y diferentes películas. Delon era el dios y ella la exclusiva sacerdotisa. Pues bien, ese día de semana mi amiga salía de su rutina laboral en la cárcel, a la hora de siempre y con el cansancio de siempre. Caminaba por el pasillo de siempre, en dirección a la puerta de siempre, cuando de pronto esa puerta se abre y lo ve a Chiquito que viene caminando con Alain Delon. Imposible. No puede ser. Es alguien parecido. Me cayó mal el mate de la mañana. Pero no. Era él. Él y su sonrisa. Y su pinta y ese andar descarado y felino. Mi amiga sabía lo suficiente de Delon como para reconocerlo incluso en una caverna a oscuras. Milagro o no, Delon se acerca. Y entonces, me dijo: “No me importó ser Cholula, maleducada o lo que quieran, me agazapé, di un salto y le estampé un beso en la mejilla que casi treinta años después, todavía lo siento en mis labios”.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/238544-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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