Crónicas santafesinas

 

I

A la caída de la tarde tomábamos un café en el Doria de la Galería o en el Baviera de San Martín y Mendoza. A la mañana, la cita era en el Hernandarias de San Martín (los veteranos de entonces le decían La Técnica) y cuando las finanzas andaban bien almorzábamos en La Bolsa, y cuando andaban muy bien, en el Carlucci de Avenida Freyre. Algunas noches cenábamos en La Nochera Española de bulevar, al frente de la estación de trenes y cuando a Edgardo le atacaba la tentación de pescados de mar nos aposentábamos en el comedor de San Jerónimo y Mariano Comas cuyo nombre ahora se me escapa (El Galicia, creo que se llamaba, y el dueño, el Gallego Naveiro) porque estoy contando actividades sociales de hace más o menos cincuenta años y si me pongo exigente con las cuentas, suman cincuenta y dos o cincuenta y tres, porque mi memoria registra actividades “académicas” del año 1967 y 1968. No concluyen allí los detalles: mis amigos se llamaban -y utilizo el pasado porque marcharon al silencio hace unos cuantos años- Edgardo, Marcelo y Jorge. Eran mis amigos, mejor dicho, ellos me honraban con su amistad diurna y nocturna, porque también con ellos algunas veces rematábamos la salida nocturna en el Cabildo, que funcionaba a horario corrido en la esquina del viejo mercado. Y cuando las noches se ponían exigentes y se confundían con la madrugada, la reunión solía celebrarse en el Gran Paraná, comedor del que recuerdo sus ventanales y su exquisito puchero de gallina.

 

II

Insisto en que mis amigos me honraban con su amistad, porque yo entonces andaba por los 18 años y ellos hacía rato que habían cruzado la barrera de los treinta. Edgardo, soltero impenitente; y Marcelo y Jorge, como si lo fueran, porque para esa temporada estaban separados o divorciados, lo que para los efectos prácticos venía a ser más o menos lo mismo. Librepensadores y de izquierda los tres. Como correspondía a intelectuales de aquellos años. “Socialista de café”, lo acusaron en una asamblea de estudiantes a Marcelo. Contestó que consideraba a la imputación como una honra inmerecida. Observando después que era imposible escribir la historia del socialismo y el pensamiento libertario sin el escenario del café, una observación que en estos tiempos de cuarentena adquiere una sorprendente actualidad.

 

III

¿Qué más puedo decir? Que los respeté y los quise mucho. Y a cada uno en su estilo y sus diferencias. Debo decir también que en estos días, a diez mil kilómetros de Santa Fe (yo extraño a mi ciudad, a Santa Fe, no a la Argentina que es algo así como una abstracción) me acuerdo de ellos y los recuerdo porque estoy en Granada para estudiar a Federico García Lorca y fueron ellos los que me lo presentaron, por decirlo de una manera coloquial. Me crean o no, tengo presente una noche que caminábamos por bulevar después de compartir unos vinos y algo de comer en la Nochera Española. Edgardo fue el que nombró a Federico y mencionó cómo fue asesinado. En uno de los bancos de plaza Pueyrredón nos sentamos, porque Edgardo tenía en ese tiempo algunas dificultades con sus piernas y las caminatas exigían escaladas frecuentes. Marcelo recordó esa noche el poema de Antonio Machado y Jorge mencionó la amistad de Federico con Pablo Neruda y Rafael Alberti y citó algunos fragmentos del poema de Neruda cuando menciona la casa de las Flores, su residencia en Madrid en el barrio de Argüelles, frecuentado por Federico, por Rafael y Raúl, Raúl González Tuñón. Esa noche conocí a García Lorca y Jorge alguna vez me regaló o me prestó y no se lo devolví, “Romancero Gitano”, advirtiéndome que sus mejores poemas eran los escritos en “Poeta en Nueva York”.

 

IV

Escribo esta nota en Granada, en mi departamento asignado por el rector del Real Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, José Luis Pérez Serrabona. Escribo con la puerta abierta y desde mi mesa distingo una columna de mármol sosteniendo un arco de medio punto. En esa columna de mármol, Federico escribió con su cortaplumas las insignias de su nombre y apellido. Por esta galería, que es algo así como mi vereda interna, Federico caminó en sus años de estudiante. Y por estas galerías también caminó el hijo de Marianita Pineda, también asesinada en tiempos de ese rey miserable, traidor y cobarde que fue Fernando VII, asesinada después de ser entregada por Ramón Pedrosa, como Federico fue entregado por ese otro Ramón que fue Ruiz Alonso. Y el techo del edificio que observo recortado en un cielo azul e indiferente, corresponde hoy a la facultad de Derecho, pero en 1936 fue la sede del gobierno civil, el lugar donde fue trasladado Federico aquella tarde ceniza del domingo 16 de agosto, cuando el arribismo y el resentimiento se dieron la mano para quitarle la vida al poeta y al dramaturgo más conocido de España.

 

V

El Colegio Mayor se levanta entre las calles Duquesa y San Jerónimo. Precisamente, la calle Duquesa es por la que fue trasladado Federico desde la casa de los hermanos Rosales en calle Angulo hasta las oficinas donde lo esperaban sus verdugos. Y casi al frente del colegio, sobre calle San Jerónimo, aún existe la funeraria Del Moral, la misma que el lunes 17 de agosto de 1936, fue velado el cuñado de Federico, Manuel Fernández Montesinos, alcalde socialista de Granada, fusilado el mismo domingo en que Federico fue detenido, fusilado por orden del comandante José Valdés Guzmán, el mismo que seguramente dio la orden no de fusilar a Federico, sino de asesinarlo una madrugada de espanto a pocos kilómetros de Granada.

 

VI

¿Es posible dialogar con los amigos que no están? Supongo que no, pero a mí algunos de estos detalles me hubiera gustado aportar aquella noche de 1968 en Plaza Pueyrredón. Decirle a ellos, que ya entonces frecuentaban el templo masónico de calle 9 de Julio, que Federico integró la logia Alhambra y su nombre ritual fue Homero. Edgardo ante la noticia se hubiera acomodado los lentes, Jorge me hubiese mirado algo incrédulo y Marcelo hubiera sonreído, una sonrisa breve, algo irónica, muy irlandesa, según sus propias palabras. “Maricón, socialista y masón”, fueron las imputaciones del los verdugos contra Federico. Y lo más patético de todo, es que era cierto. Federico era homosexual, simpatizaba con el socialismo inculcado por su maestro, Fernando de los Ríos, condiscípulo de Ortega y Gasset, y era masón. Lo que ocurre es que en un mundo normal, en un mundo sin instinto de muerte, nadie debería ser asesinado por esos motivos.

 

VII

Les contaba que el rector del Real Colegio Mayor es el doctor José Luis Pérez Serrabona, experto en Derecho Mercantil, solterón y granadino. Hombre discreto, hospitalario y dueño de un singular sentido del humor. Su abuelo, don Manuel Pérez Serrabona, fue el abogado de los padres de Federico. Y fue algo más que el abogado, fue el amigo leal y la única persona que acompañó en esa jornada de pesadilla que fue el domingo 16 de agosto, al padre de Federico, don García Rodríguez, a golpear puertas de despachos y casas para lograr la libertad de su hijo. Las biografías y ensayos cuentan, por ejemplo, las gestiones de los hermanos Rosales por la libertad de Federico, pero le dedican mucho menos espacio el peregrinar de don García Rodríguez y el doctor Pérez Serrabona para salvar la vida de Federico, incluida las gestiones del lunes 17 de agosto para sacar dinero del banco porque, hay que decirlo, los canallas no dejaron ningún detalle librado al azar para ganarse ese título, porque aprovechando la angustia del padre no se privaron de pedirle una fortuna para “la causa”, un equivalente a ocho años de sueldos del comandante que solicitaba esa contribución. Fue también Pérez Serrabona quien litigó contra la justicia cuando confiscaron los bienes de la familia Lorca; y él fue quien organizó papeles y transferencias para que los padres de Federico se fueran a vivir a EE.UU. con la promesa de que jamás en su vida regresarían al país y a la ciudad que habían asesinado a su hijo y al padre de sus nieto. A mis amigos les habría encantado saber que el viaje a Estados Unidos se hizo gracias a los contactos con la masonería norteamericana, el país en donde precisamente Federico García Lorca fue iniciado por las gestiones del “hermano” Fernando de los Ríos, cuya hija, Laura se habría de casar con Francisco García Lorca, Paquito, el hermano de Federico. Todos estos detalles, cada una de esas peripecias trágicas, me hubiera gustado compartirlos con mis amigos esa noche de primavera de 1968 en un banco de plaza Pueyrredón, la noche cuando yo supe que en el mundo había existido un poeta que se llamaba Federico García Lorca.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/239705-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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