Crónicas santafesinas

 

I

Si alguna vez se me ocurriera escribir mis memorias, mi juventud ocuparía un tramo importante. Y en ese tramo no podría eludir, me resultaría imposible hacerlo, al Cine Club Santa Fe, o Chaplin, o América, pero para los que entienden, Cine Club, el dirigido para mí desde siempre y para siempre por Juan Carlos Arch, con el cual compartí durante años la misma sala de redacción del diario El LitoraI, además de discusiones siempre pacíficas, amenas, porque si había alguien incapaz de una agresión verbal, o de las otras, era Juan Carlos, un “pacifismo” que no excluía la defensa de convicciones tanto en el campo del arte como en el de la política. Tal vez, si es que el dato importa, el Cine Club de nuestra ciudad sea el más antiguo del país, pero por sobre todas las cosas es una genuina creación santafesina que ya superó hace rato el medio siglo de existencia y sigue vivito y coleando promoviendo buen cine y buenos debates desde siempre y desde hace cuatro décadas en su sala de calle 25 de Mayo, entre Suipacha y Crespo.

 

II

Se sabe que se piensa con imágenes. Yo tengo las mías. Los sábados a medio día. Almorzar temprano y rápido, porque a la cita de las sesiones de Cine Club juvenil a la siesta no se podía faltar. No olvido, nunca podré olvidar, esos sábados luminosos en los que nos encontrábamos en el bar de la Galería Ross, o en la esquina del América, para descubrir nuevas películas y nuevos directores o nuevos actores. El mejor cine del país y del mundo llegó y llega a Santa Fe gracias a Cine Club. Y en más de un caso, se trataba de un cine que no era precisamente “popular”, sino exigente y, por lo tanto, un cine que nos educaba en el arte de apreciar un travelling, un primer plano, un ángulo de cámara o un picado o contra picado. O la calidad de un guion, o la calidad de una cámara y un punto de vista. En definitiva, la calidad del lenguaje del cine con los directores capaces de escribirlo con imágenes.

 

III

Cine Club incluía las sesiones de cine, pero también la sociabilidad que a su alrededor se creaba. Varias generaciones de santafesinos se conocieron, se hicieron amigos, se pusieron de novios y de novias (también se pelearon) en este ambiente que nos acompañó y nos acompaña desde 1953. Recuerdo las sesiones de noche. Los martes a la noche. Mi amigo Jorge, una vez escribió que en principio ese encuentro significaba que los que allí nos reuníamos no veíamos Bernardo Neustadt, cuyo programa, “Tiempo Nuevo”, se presentaba los martes a esa misma hora. El cine Chaplin. El de la Galería Ross que se la llevó el tiempo y la piqueta. Las esperas en el bar, la escalera de madera que nos permitía acceder al primer piso y a la sala. Y después recuerdo lo otro: las sesiones de trasnoche en el bar “Hernandarias” o en el “Valencia”, bares de la calle San Martín que ya no están, pero que en sus mesas pasaron horas y horas de mi vida. El vino o la cerveza o el café nunca faltaban. Pero lo que siempre estaba presente eran las discusiones sobre la película que terminábamos de ver. Si Truffaut o Godard; si el cine de Hollywood o el de la Nouvelle Vague; si el neorrealismo italiano o el cine sueco de Bergman; si Visconti o Antonini; si Berlanga o Camus; si Buñuel o Saura; si Rohmer o Rivette; si Fassbinder o Wenders, Si Cassavetes o Anderson; si Hitchcock o Melville; si Chabrol o Lelouch; si Losey o Demy; Torre Nilsson o Leonardo Favio, si Hugo Santiago o Lautaro Murúa, si Chabrol o Losey. O si “La batalla de Argelia” o “Morir en Madrid”. Esas discusiones nunca terminaron. No van a terminar nunca.

 

IV

No hablo en tiempo presente, hablo del pasado. Y lo aclaro porque creo que nunca más la noticia de la proyección de una película de Fellini, Ken Russell, Wajda, Tarkovski, nos sacudía y nos desvelaba. Contábamos las horas para que llegara el día o la noche en la que pudiéramos ver el estreno de Bergman, o de Antonioni o del mejor Woody Allen. A Rohmer lo descubrí de una vez y para siempre en Cine Club a principios de los setenta: “Mi noche con Maud” y “La rodilla de Clara”. A “Casablanca”, sí, a “Casablanca” la vi por primera vez en Cine Club, en un tiempo en el que no habían llegado los videos y a una película había que verla en esa semana porque se corría el riesgo de no verla nunca más en la vida. Apocalypse Now, de Coppola, la vi a fines de los setenta en el Chaplin. Y aún tengo presente a monseñor Zazpe, que esa noche fue al cine como un espectador más porque, como me dijo: si Coppola se junta con Conrad, estamos ante un caso serio.

 

V

Después estaban los debates. Mejor dicho, todo empezaba con el folleto que nos entregaban en la entrada comentando la película a proyectarse. Podría estarse más o menos de acuerdo, pero eran críticas de buena calidad. Los debates a veces levantaban la temperatura ambiente. Todo estaba en discusión en un tiempo en la que un crítico de prestigio podía decir que un travelling revelaba la ideología reaccionaria y fascista de un director; o dos cinéfilos podían pelearse para siempre porque uno amaba a Marilyn Monroe y el otro a Mónica Vitti. A Manuel Puig lo conocí en Cine Club. También conocí en Cine Club a Emilio Toibero. Y nunca me olvido de un ciclo de cine checoslovaco que incluía a Milos Forman, Karel Reisz, Iván Passer, Jan Sverak. En los años de la dictadura militar, cuando todo parecía cubrirse de sombras, la única luz (por lo menos la que yo más distinguía) que brilló en la noche, fue la de Cine Club. Nobleza obliga: cuando en 1982 organizamos la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Juan Carlos Arch puso sin vacilar la firma entre los que apoyábamos esa iniciativa. Importa advertir que en aquellos años esa firma no era un adorno. Y los riesgos eran reales. Sin embargo no dudó.

 

VI

En uno de esos debates conocí a Ricardo Ahumada. Se presentaba esa tarde “Hace un año en Marienbad”, dirigida por Alain Resnais, con guion, nada más y nada menos, que de Alain Robbe Grillet. El profesor nos dio algunas pistas acerca de este novedoso experimento fílmico antes de que empezara la película. Con Ricardo Ahumada, con quien en ese año 1978 cursaba en el “Profesorado” de 9 de Julio “Historia social de la literatura y el arte”, fuimos después de clase a la fiesta que esa noche de mayo organizaba Cine Club por sus veinticinco años. Fue en un club cerca de la Costanera, en Guadalupe; creo que en Bancarios, pero no estoy del todo seguro. A Ricardo esa noche le regalaron un afiche con Marilyn Monroe. Y el gesto lo emocionó. Años locos. Ricardo Ahumada que acepta la invitación de una alumna para salir a bailar. Y yo, a pedido de Jorge Vázquez Rossi, recitando poemas en lunfardo. Y recuerdo la salida de esa fiesta caminando con Ricardo y otros amigos por la Costanera. Y él, orgulloso con su afiche de Marilyn.

 

VII

Dije que si escribiera alguna vez mis memorias (¿a quién le podrán importar?) incluiría a Cine Club, porque algunas de las experiencias más importantes de mi lejana juventud se desarrollaron allí. Elevo la apuesta. Una historia de la ciudad desde 1953 a la fecha debe incluir necesariamente a esta institución cultural imprescindible. Y lo debe incluir por varios motivos, pero en primer lugar por la calidad del cine que divulgó y divulga, por sus convicciones culturales y, en particular, por el coraje y la lucidez de Juan Carlos y de sus principales colaboradores. Juan Carlos amaba el cine. Me lo dijo en una de las tantas entrevistas que le hice: “No concibo mi vida sin el cine”. Fue el presidente de Cine Club pero también filmó y escribió guiones y alentó el amor al cine no solo a los jóvenes y a los veteranos, sino también a los niños. Mi hijo, Nacho, a los ocho o nueve años filmó con sus amiguitos un corto, aprendizaje adquirido en esas clases tan singulares que se daban en las sesiones de Cine Club “El pibe”. Me lo dijo una vez alguien que discutió mucho con Juan Carlos, pero a su manera lo respetó siempre. “Juan Carlos gustó del cine y la mejor película de su vida, su creación más formidable fue Cine Club”.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/240752-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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