«Que cada cual siga con su libertad»

«Y de pronto nos asustamos/ podíamos morir y el asesino era invisible./ Tuvimos miedo y acatamos la orden de encierro./ Pero permitimos algo peor:/ autorizamos a los que mandan que nos «cuiden»./ El virus no llegó de China/ estaba con nosotros./Y se llamaba miedo./ Miedo a la libertad».

(Poemita “comprometido”)

 

 

I

No sé por qué cuando los miro y escucho a Alberto Fernández, Axel Kicillof y Rodríguez Larreta celebrar sus conferencias de prensa anunciando nuevas fechas de confinamiento hacia el futuro, me acuerdo de la novela de Dino Buzzatti, “El desierto de los tártaros”, toda una guarnición apostada en la fortaleza esperando la llegada mítica de un enemigo que tal vez no existe o tal vez jamás llegará. “Aplanar la curva, aplanar la curva”, repiten a cada rato. Tal vez no sea casualidad que la otra asociación libre sea Samuel Becket y “Esperando a Godot”. El problema es que en la literatura , el cine o el teatro, estos absurdos se disfrutan, mientras que los absurdos del poder se padecen. A la hora de las comparaciones, el epidemiólogo Pedro Cahn, partidario de la cuarentena permanente, algo así como un troskista del confinamiento eterno, me recuerda a esos científicos que Ian Fleming instalaba en sus novelas, absolutamente enamorados de sus teorías y vaticinios, y decididos en nombre de ellas a arriesgar su vida y la vida del mundo. El problema en estos casos, no son los científicos enamorados de sus teorías, el problema se produce cuando la vida o la convivencia de millones de personas depende de las alienaciones de estos caballeros decididos a ir hasta las últimas consecuencias en nombre de sus teorías. “La razón fabrica monstruos”, pintó Goya. Y yo agregaría: Y siempre hay quienes se benefician con estos esperpentos.

 

II

Siento discrepar una vez más con el compañero presidente, pero no estoy de acuerdo cuando dice que el problema es el coronavirus, no la cuarentena. Veamos. El coronavirus existe, como existe la gripe, el sarampión, el tifus, el cólera o el sida. El coronavirus es una de las tantas desgracias que la humanidad debe afrontar, y lo que se discute, entonces, es cómo se libra esa batalla. Lo ideal sería que los virus desaparezcan, pero como estos deseos justos son irrealizables, el objetivo es reducirlos a su mínima expresión y aprender a convivir con ellos, salvo que alguien suponga que para no correr los riesgos de enfermarnos, es decir, no correr el riesgo de vivir, debemos encerrarnos hasta el fin de los tiempos en cuevas o cavernas. Si así fuera, sería muy probable que no nos contagiemos de una enfermedad (cuyo número de contagios no llega al 0,50 de la población mundial y el número de muertos está por debajo del 0,10) pero ni a mi enemigo más feroz le deseo esa calidad de vida. Puede que la cuarentena haya sido necesaria declararla, aunque no estoy del todo seguro si no nos anticipamos demasiado, pero lo que hoy se discute no es la declaración de una cuarentena, sino sus modalidades porque, importa recordárselo una vez más al gobierno, no hay un solo tipo de cuarentena y tengo razones para pensar que la cuarentena que en estos pagos se insiste en prolongar hacia el futuro es un grave error, porque las consecuencias sociales y económicas amenazan con ser catastróficas en un país pobre, sin moneda y endeudado. Y ya que hablamos de las relaciones entre sociedad y economía, les recuerdo a mis lectores que por cada punto de pobreza se multiplican por dos las enfermedades crónicas. Lo digo sin rodeos: la cuarentena nos hace más pobres y, como bien lo sabemos, la pobreza mata.

 

III

No me gusta cuando el presidente dice que está decidido a cuidarnos. Desde que adquirí la mayoría de edad, nunca me gustó que me cuiden. Y no me gusta, porque mi generación padeció en carne propia las consecuencias de gobiernos “cuidadores” y paternalistas, sino porque las enseñanzas de la historia son las que nos dicen que el argumento preferido de los déspotas de todos los tiempos ha sido el de cuidar, proteger y querer. No me gustan los chantajes políticos emocionales. Que un gobierno conculque las libertades en nombre de la vida y acuse a cualquier disidencia de partidaria de la muerte. Todas estas maniobras políticamente no son gratis. Encerrar a la sociedad no es un acto inocente. Y en esta argentina populista, mucho menos. Exacerbar el miedo para dominar no es nada original, pero en ciertas coyunturas sigue siendo eficaz. Para una mirada políticamente atenta, todo resulta bastante evidente. Mientras a la sociedad la encierran, el estado es colonizado por un oficialismo cuya concepción del poder algunos de sus conocidos dirigentes la expresan cotidianamente. Graciela Peñafor, y la Corte; Gabriel Mariotto, y la nacionalización del comercio exterior; Fernanda Vallejos, y el control de las empresas privadas; Paco Durañona, y el aumento escandaloso de los ingresos brutos; Dady Brieva, y su reclamo a marchar hacia Venezuela; Sergio Berni, y el brulote de comparar el coronavirus con la bomba atómica. ¿Ustedes creen que estas exageraciones o estos deseos son inocentes o el producto de una excitación pasajera? Si lo quieren creer, créanlo; yo no lo creo ni les creo; por el contrario, creo que está en marcha un proyecto de dominación política que se apoya en el coronavirus para fundar “una nueva Argentina”. No sé si podrán hacerlo, pero quieren hacerlo. Y si no nos oponemos, lo harán. El coronavirus para estos caballeros es una bendición secreta, no porque disfruten con el sufrimiento ajeno, sino porque ideológicamente pone en evidencia las lacras del neoliberalismo. La catástrofe económica que se avecina sería la catástrofe del neoliberalismo, ( o lo que ellos entienden por neoliberalismo) catástrofe cuyas ruinas crean la oportunidad de instalar el orden populista perfecto.

 

 

IV

¿Cómo creerle a un gobierno que en tres ocasiones se “equivocó” con las informaciones que daba? Es verdad que después pidió disculpas, pero nunca sabremos si las disculpas las hizo en nombre de la sinceridad o porque no le quedó otra alternativa. Las equivocaciones del gobierno me recuerdan a ese almacenero que se equivocaba a la hora de dar el vuelto, pero, ¡oh casualidad!, esas equivocaciones ocurrían siempre a su favor. No le creo a un gobierno que nos ha confinado, nos ha suprimido las libertades, ha concentrado y colonizado el poder y no quiere sacarnos de ese lugar porque ese lugar es funcional a un proyecto de poder o, sencillamente, porque el coronavirus es una excelente cortina de humo para disimular su ignorancia acerca de qué hacer en condiciones normales con este país. No le creo a un gobierno cuyos funcionarios amenazan con filmarte si sos opositor, o con levantar guetos en los barrios pobres o consideran que Gildo Insfran es un modelo de gobernador o que los periodistas son una amenaza a conjurar, o los jueces modelos para oponer al lawfare se llaman Norberto Oyarbide, Julián Ercolini, Rodolfo Canicoba Corral, o ese reconocido gerente de prostíbulos, Eugenio Raúl Zaffaroni. No le creo a un gobierno cuyos niveles de decisión se toman en las sombras, que es el lugar en el que reside el poder real. ¿O alguien duda a esta altura del partido que este gobierno tiene un presidente, pero el poder real lo ejerce la jefa? ¿Y alguien duda de que en el peronismo la palabra “jefe” o “jefa” siempre fue más importante que la palabra presidente?

 

 

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