El 30 de mayo de 1984, alrededor de las seis de la tarde, fue asesinado en pleno centro de la ciudad de México, el periodista Manuel Buendía. Según la crónica, un hombre joven vestido con ropas deportivas le disparó cuatro o cinco disparos, después se subió a una moto que lo estaba esperando a pocos metros y los asesinos se perdieron en el abanico de calles de la ciudad.
Conclusión: el periodista más leído y más respetado de México fue ejecutado en la vía pública por orden (como luego se supo) de una coalición de intereses que incluía el narcotráfico, la CIA y empinados funcionarios del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado.
Investigaciones posteriores probaron que el conductor de la moto fue Juan Rafael Moro Ávila, sobrino nieto de un expresidente de la nación. También se probó que los asesinos esa misma tarde se refugiaron en las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y que su titular, José Antonio Zorrilla, se hizo cargo de la investigación del crimen.
Esa misma noche, Zorrilla dirigió el allanamiento a las oficinas de Buendía con la excusa de hallar pruebas que permitieran dar con los culpables, pero con el objetivo real de acceder al valiosísimo archivo de Buendía, uno de esos archivos construidos con obsesivo rigor artesanal a lo largo de años.
El crimen perfecto se cumplía al pie de la letra. Buendía fue velado el jueves en la sala del diario Excelsior y en la fotos puede distinguirse el rostro consternado de Zorrilla al lado del féretro y dispuesto a saludar al presidente de la nación, quien tuvo la precaución de asistir al velatorio para disipar rumores cada vez más crecientes acerca de la “casualidad” de que justamente fuera asesinado el periodista que con más firmeza y sagacidad criticaba las relaciones de su gobierno con el narcotráfico.
Sin duda que los responsables intelectuales del crimen sabían a quien estaban matando y, sobre todo, sabían que la única manera de silenciarlo era a través del recurso que luego se transformaría en uno de los métodos habituales del hampa político en México, porque, importa saber, el asesinato de Buendía fue la declaración efectiva de guerra al periodismo de investigación por parte del sórdido contubernio forjado entre funcionarios estatales y narcotraficantes.
¿Quién fue Buendía? Nació en 1926, y al momento de su muerte sus columnas escritas se leían en el diario Excelsior y en los principales diarios de México. Si esto que se llama vocación existe, la vocación de Buendía fue el periodismo, profesión que empezó a ejercer apenas pasados los veinte años. Trabajó en varios diarios y ejerció las más diversas responsabilidades.
A su labor como escritor y conductor de programas radiales y televisivos, sumó su actividad docente en la UNAM hasta el día de su muerte. Culto, honrado a carta cabal, valiente, era al mismo tiempo muy conocedor de los entretelones íntimos del poder, esa zona de penumbra y oscuridad donde la corrupción se practica sin límites.
Su muerte fue calificada por sus colegas como un crimen de Estado y, a juzgar por los hechos, no están equivocados. Cinco años después de la muerte de Buendía, Juan Moro y José Antonio Zorrilla fueron condenados a treinta y cinco años de cárcel, de los cuales cumplieron las dos terceras partes a pesar de las protestas de periodistas que consideraban injusto liberar a asesinos confesos. Zorrilla, reconocido funcionario de Lamadrid, declaró alguna vez que él no era más que un chivo expiatorio.
Palabras más, palabras menos, a los observadores les quedó claro que el entonces titular de la Dirección Federal de Seguridad nunca se habría atrevido a tomar una decisión de ese tipo sin la luz verde de “arriba”. Hasta el día de la fecha se asegura que el jefe político de Zorrilla, el entonces secretario de Defensa y Secretario de Gobierno, Manuel Bartlett Díaz, sabe de ese asesinato mucho más de lo que dice.
A decir verdad, estas presunciones nunca se pudieron probar, como tampoco se pudo probar que la reunión celebrada treinta días antes del crimen en las oficinas de la DFS, reunión que contó con la presencia de jefes militares y funcionarios, no tuvo nada que ver con el crimen perpetrado el 30 de mayo.
Esa ausencia de pruebas explica, tal vez, la sugestiva decisión del actual presidente de México, Manuel López Obrador, de designar “recto en conciencia” a Manuel Bartlett como Director de la Comisión Nacional de Electricidad.
Si a Buendía se lo pudiera definir políticamente, habría que calificarlo como un liberal progresista, dedicado en los últimos veinte años de su vida al periodismo de investigación. Las investigaciones de don Manuel fueron y son un modelo de lo que debe ser la labor de un periodista que merece ese nombre.
Al rigor de su oficio, le sumaba la calidad de su escritura, como lo prueban sus libros publicados, algunos de los cuales fueron reeditados en los últimos años por sus colegas mexicanos, para quien don Manuel es el paradigma de lo que debe ser un periodista que merece ese nombre.
En síntesis: Las fechas poseen un valor simbólico que conviene respetar. En México, por ejemplo el día del periodista es el 4 de enero en homenaje a Manuel Caballero; en la Argentina, nuestro día es el 7 de junio en homenaje a Mariano Moreno; en Uruguay, el 23 de octubre. Cada país elije por un motivo u otro celebrar su día del periodismo.
En todos los casos, lo que se honra son actos y protagonistas que defendieron con iniciativas o con su vida la libertad de prensa, una actividad que los periodistas que honramos este oficio sabemos que jamás debe cesar porque esa libertad está siempre amenazada.