I
El refrán político popular dice que el que se enoja pierde. Por lo tanto tratemos de no enojarnos políticamente, tratemos de entender lo que está pasando y en particular esforcémonos por admitir que la pandemia existe, el coronavirus existe y que es comprensible que un gobierno a la hora de enfrentar una tragedia sobre la cual no hay experiencias previas, pueda equivocarse, cometer errores de cálculo. Cien días atrás esta fue la actitud de la mayoría de los argentinos, opositores y oficialistas. El presidente nunca disfrutó de un nivel de popularidad tan elevada como cuando declaró la cuarentena a mediados de marzo. El comportamiento de la sociedad argentina fue ejemplar. Todos nos hacíamos cargo de que se trataba de una situación difícil sobre la que habría que pagar los costos sociales, económicos y culturales del caso. Pero había que hacerlo, y se confiaba en que los gobernantes harían lo que correspondía ya que para ello disponían de consenso, poder y tiempo. Se cometieron errores, se dijeron palabras innecesarias, se sobreactuaron algunas decisiones, pero en líneas generales la sociedad aceptó la emergencia, con la certeza de que precisamente se trataba de una emergencia, es decir, decisiones excepcionales para enfrentar una situación dolorosa que, claro está, no se prolongaría hasta el fin de los tiempos.
II
Cien días después descubrimos o nos informaron que lo que se hizo no alcanza. O que se impone una nueva cuarentena, la última, balbucean algunos funcionarios mientras no falta el humorista que diga, como el cuento del curda, “la penúltima”. Supongamos que continuamos dispuestos a entender todo, entre otras cosas porque muchas alternativas no nos dejan. Sin embargo, la disponibilidad para entender todo no impide las inevitables preguntas y en algunos casos las sugestivas sospechas. Una funcionaria de salud del gobierno nacional dice que esta nueva cuarenta nos va a permitir organizarnos. Con todo respeto señora: ¿no es que esa tarea es la que se anunció el pasado 20 de marzo? ¿Qué se hizo o qué se dejó de hacer para que tres meses después estemos parados en el mismo lugar? El espíritu de sospecha se distingue porque es difícil de contener. La sospecha incluye la desconfianza, la pérdida de credibilidad. Sospecho que algo anda mal; o que lo que me prometieron no se cumplió o que, sencillamente me están engañando, abusando de mi buena fe. Pero supongamos que a través de un poderoso sistema de bloqueo postergue mis sospechas y me resigne ante lo inevitable. Efectivamente, puedo dominar mis sospechas, mis recelos, pero resulta imposible reprimir mi capacidad para interrogar el futuro. ¿Hasta cuándo señores? El problema es que la cuarentena que ahora le exigen a la mitad de los argentinos incluye la negativa a dar respuesta a este interrogante clave. Y si no hay respuesta hay derecho a temer; hay derecho a suponer que después del 17 de julio se anunciará la nueva penúltima cuarentena. Esa prolongación de lo peor hacia el futuro, esos puntos suspensivos tendidos al infinito, harían las delicias de Kafka, pero constituyen en términos prácticos una pesadilla para los argentinos.
III
“Cuarentena o muerte”, parece ser la alternativa preferida del gobierno. También se podría decir que al gobierno, no a la gente, la cuarentena le resulta la opción más cómoda, más fácil. Le reconozco al gobierno que sinceramente los funcionarios están preocupados por lo que sucede. Pero ya se sabe que la preocupación es un punto de partida. Después hay que ofrecer resultados. Y me temo que a esa bolilla el gobierno no la ha estudiado o no termina de entender su contenido. Después está el tema del sinceramiento. Cuesta decirlo, pero lo debo decir: el coronavirus vino a instalarse. Nos va a acompañar de aquí en más como nos acompañan tantos virus desde el inicio de la humanidad. ¿Y es coronavirus el ataque más letal que hemos recibido? Lo dudo. Subestimarlo es un error, pero sobreestimarlo es un error más grande. ¿Es la cuarentena, un instrumento de la edad media, el único recurso para afrontar estos riesgos? ¿No es posible otra salida? Pues bien, a diferencia de marzo, cada vez son más los sectores sociales que sospechan que otras salidas son posibles, pero me temo que el gobierno no las conoce o no le interesa conocerlas, porque algunos de sus funcionarios claves están convencidos que la cuarentena de alguna manera anticipa una nueva normalidad, es decir, un nuevo tipo de orden social.
IV
Cuando los politólogos discurren sobre el Estado y sus atributos, insisten en destacar que el cumplimiento de la ley depende de la coerción y el consenso. En los Estados modernos la coerción existe, pero no es el recurso deseable porque en sociedades abiertas el consenso es decisivo. Alguna vez se dijo, citando a Napoleón, que se hace muy difícil gobernar sentado sobre las bayonetas. ¿Por qué estas disquisiciones? Por la sencilla razón de que la cuarentena, en su carácter de medida excepcional e inevitablemente conculcadora de libertades, solo se puede aplicar si la sociedad, o por lo menos un sector mayoritario, está decidida a cumplirla. Pregunto: ¿Está decidida hoy a hacerlo? Tengo mis dudas. Creo que la gente finalmente se resignará a lo que parece inevitable, pero el humor social es cada vez más negativo. Y de alguna manera trágico, en tanto no cumplirla sería una desgracia, pero cumplirla se avizora como una desgracia mayor. La cuarentena no sale gratis. Y los costos son económicos, sociales, psicológicos. Se puede aplicar la cuarentena, pero hay que convencer a la sociedad de que es inevitable y que además no será eterna. Esas dos convicciones son las que me parece que empiezan a resquebrajarse. El 20 de marzo, ahora parece una fecha lejana. Lo que hace tres meses despertó la aprobación, hoy por lo menos provoca dudas. Y en algunos, hartazgo.
V
Las respuestas de los funcionarios del poder también están perdiendo credibilidad. Sobre todo cuando a las exigencias de sacrificios le suman las exageraciones o la sobreactuación. ¿Es necesario decirle a los funcionarios que en esta situaciones no deben mentir, entre otras cosas porque además se les nota. ¿Qué otra cosa se puede decir cuando pronostican montañas de cadáveres en la calle? ¿O cuando comparan el coronavirus con la bomba atómica? También fastidia la indiferencia, la insensibilidad al sufrimiento humano, insensibilidad curiosamente practicada en nombre de la sensibilidad. ¿Qué otra calificación merecen declaraciones de funcionarios informando, como si fueran anécdotas menores, que van a cerrar cien mil comercios? ¿Se hacen cargo estos señores de las consecuencias de sus palabras? ¿Así de fácil la cosa? Cerramos cien mil comercios y al que no le gusta que se joda. ¿No lo dicen así? Puede ser, pero el tono es ese: el burócrata que decide sobre la vida de millones con la tranquilidad de que esas exigencias a él no lo afectan. ¿Les cuesta tanto entender a estos señores que somos personas no ratoncitos de laboratorio? ¿Qué no somos una bomba biológica caminando por la calle?
VI
A este escenario devastado, ruinoso, digno de la imaginación de Philip Dick o Ray Bradbury, debemos sumarle las especulaciones ideológicas no sé si de todo el gobierno pero sí de algunos de sus funcionarios. Cuando el señor Kicillof insiste que la verdadera normalidad es la cuarentena, está nombrando un proyecto de poder político. Cuando Giardinelli, Rabanal o Puiggrós, dicen muy sueltos de cuerpos que la pandemia va a liquidar al neoliberalismo, el verdadero responsable de todas nuestras desgracias; que las libertades, el individualismo y el placer son pecados y vicios neoliberales, sospecho que no solo me están mintiendo sino que, además, me mienten para imponer un proyecto de poder político. Se dice que fue una torpeza del gobierno instalar el conflicto con la empresa Vicentin en medio de la pandemia y las necesidades. ¿Fue una torpeza o una consecuencia política previsible? ¿Lo hacen porque se equivocan o porque son incorregibles? Y la pregunta de fondo: ¿Quién gobierna en la Argentina? Convengamos que la situación debe estar muy complicada para que nos hagamos esta pregunta. He aquí un caso en que el interrogante mismo es una imputación política. ¿Alberto Fernández es el mascarón de Cristina o, a la inversa, Alberto Fernández es el garante de la moderación? La imposibilidad real de responder a esta pregunta es también un síntoma de la crisis de legitimidad política que vivimos, justamente en una de las coyunturas históricas más difíciles de nuestra historia contemporánea.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/246611-pero-un-dia-dije-planto-y-ese-dia-me-plante-cronica-politica-opinion.html]