I
El banderazo del 9 de julio sorprendió a todos por su masividad y extensión y, al mismo tiempo, alarmó al oficialismo y entusiasmó a la oposición política. Por lo pronto, es la segunda movilización opositora en los últimos veinte días, una frecuencia intensa para un país en cuarentena y una gestión política que llegó al poder hace siete meses. Pero se equivocaría quien suponga que el gobierno agotó su ciclo, una expectativa poco realista y al mismo tiempo indeseable en términos democráticos pero también en términos de evaluación real de las relaciones de poder. Digamos, con la prudencia y el relativismo del caso, que las movilizaciones son importantes, pero salvo que se siga venerando el mito populista de “pueblo”, las movilizaciones callejeras son importantes, dan cuenta del humor de la sociedad, pueden poner límites a los desbordes del poder, pero no expresan una mayoría absoluta y, en el caso que nos ocupa, no se puede desconocer que el presidente de la nación dispone de un nivel de adhesión política aceptable y la fuerza política que lo sostiene sigue siendo representativa, por más que daría la impresión que por ahora han perdido la iniciativa de ganar la calle.
II
¿De qué oposición estamos hablando? A esta pregunta no sería aconsejable responderla con una sola frase. Es posible que en sus trazos más gruesos pueda decirse que el 20 de junio y el 9 de julio la calle fue ocupada por el conocido “41 por ciento”, es decir, estos amplios sectores urbanos y rurales, de clases medias bajas y altas que votaron a Macri o, en todo caso, votaron para que no ganara el peronismo. Pero sería un error creer que el presunto sentimiento antiperonista es el que provoca esas movilizaciones, prescindiendo del hecho real que las sociedades por lo general se movilizan por reclamos o indignaciones concretas y no consideraciones más o menos abstractas como el antiperonismo, el gorilismo u otras calificaciones por el estilo. Y, efectivamente, la sociedad se movilizó por cuestiones concretas relacionadas con la economía, las amenazas a las libertades, la sensación de que oscilamos o marchamos hacia el vacío y las impertinentes declaraciones de funcionarios del poder, empezando por las del propio presidente o la tentación de merodear políticamente alrededor de la expropiación a la empresa Vicentin. Motivos para salir a la calle hay, pero lo que los observadores no terminan de entender es por qué son tan amplias y masivas.
III
Una explicación posible es la que alude a lo que se calificaría como oposición social, es decir, una oposición que no posee un signo político exclusivo, pero sí es dueña de algunas certezas que no son nuevas pero que en las actuales circunstancias se han renovado. La Argentina de las clases medias, la que se perfiló hace más de una década alrededor del repudio a la 125; la Argentina que por tradición cultural, por hábito de vida y hasta por intereses de clase resiste los avances del populismo en sus diversas variantes: concentración del poder, corrupción y saqueo de recursos nacionales, adhesiones a regímenes autoritarios y diversos anacronismos ideológicos y políticos. A estos rechazos, antiguos y nuevos, se suma la sospecha que la gestión de la cuarentena en los dos distritos más populosos del país son al mismo tiempo una coartada para obtener ventajas y beneficios políticos, cuando no, una confesión de impotencia política. En todos los casos, lo cierto es que si el actual gobierno mantiene vigente o cede a la tentación autoritaria, se encontrará con la resistencia de una sociedad que no está dispuesta a renunciar a un estilo de vida que nos ha distinguido como nación en América latina.
IV
Nuestro país hace rato que no da pie con bola. Por lo menos desde hace diez años. La pandemia significó algo así como un llovido sobre mojado que nos pondrá a prueba y sobre todo pondrá a prueba al actual gobierno. En principio, las decisiones más importantes aún no se han tomado o, como dicen algunos pesimistas, lo peor aún no ha llegado. Ciertos funcionarios del gobierno insisten en que una vez superados los incidentes de la coyuntura se iniciará el programa económico que prometieron en una campaña electoral que, debido a la intensidad del tiempo histórico, parece cada vez más lejana. En este punto es donde las inquietudes acechan con más intensidad. Las negociaciones con los bonistas no parecen ser el anticipo de buenas noticias, y hasta dejan abierta la sospecha (sobre todo conociendo los antecedentes de algunos negociadores) que finalmente se arribará a un acuerdo mucho más oneroso para el interés nacional que el planteado en un primer momento. Y esto con independencia de la retórica oficial contra el capital financiero, la globalización y el anuncio de explorar un nuevo tipo de capitalismo sobre el cual, salvo las proclamadas simpatías del presidente Fernández por Chávez, no ha dado ninguna pista. No está mal preocuparse por los excesos o los límites del modo de producción que en los tiempos de la modernidad ha demostrado que sus problemas están muy por debajo de sus méritos, entre los cuales deben destacarse la prosperidad, la movilidad social ascendente, las mejoras de la calidad de vida, la mayor expectativa de vida y la afirmación de las libertades. La pregunta a hacerle al presidente sobre este tema sería: ¿El nuevo capitalismo, se hará cargo de las virtudes del capitalismo para corregir sus defectos o, a la inversa, para acentuar sus defectos avasallando sus virtudes.
V
Fue una buena idea del presidente convocar a todos los gobernadores para celebrar un nuevo aniversario de la declaración de la independencia. El propio discurso de Fernández estuvo signado por el tono de la moderación, algo así, como dijera un humorista, el Alberto de los jueves, sereno, tolerante, pluralista, opuesto al Alberto de otros días de la semana insultante, ofensivo, faccioso, más cercano al Instituto Patria que a la Casa Rosada. De todos modos, por debajo o entre los repliegues de los buenos modales, algunas señales preocupan. No fue la mejor de las ideas darle la palabra al señor Juan Luis Manzur, más allá de su condición de gobernador de Tucumán. Es que más que hablar sobre la independencia de 1816, el señor Manzur debería explicar, por ejemplo, que pasó con las muertes de Luis Espinosa y Ceferino Nadal, asesinados por su policía, para no hablar del furcio o el papelón de proclamar un homenaje a Mercedes Sosa, homenaje que ya había sido brindado, por lo que hay motivos de sospechar que una vez más estamos ante uno de los típicos fraudes que gusta practicar el populismo en nombre de la viveza criolla y que el propio Manzur en su momento expresara con palabras reveladoras: “A los opositores hay que decirles lo que quieren oír y después nosotros hacemos lo que se nos da la gana”. La frase es en realidad un verdadero manifiesto que da lugar a la siguiente pregunta: ¿Es a este manifiesto pampa al que adhiere el presidente cada vez que decide presentarse como el garante de la moderación?
VI
Es en nombre de la moderación es que también digo que no hay motivos para suponer que el asesinato de Fabián Gutiérrez en el ya mítico Calafate es producto de una orden de los jefes del kirchnerismo. No hay motivos para afirmar esto, pero sí me cabe el derecho de sospechar, sobre todo porque el muerto fue un arrepentido y los crímenes en estos casos no suelen ser producto exclusivo de la casualidad. Por lo pronto, me llamó la atención la rapidez con que la policía no solo detuvo a los presuntos asesinos, sino que estableció hasta los motivos íntimos del crimen, hazaña deductiva que ni Agatha Christie se hubiera animado a realizar. Pero suponiendo que fue un crimen privado alejado de cualquier especulación política, no deja de ser sintomático que la víctima haya sido integrante de esa abigarrada galería de personajes que supo fabricar el kirchnerismo, personajes cuya exclusiva distinción fue haberse hecho millonarios en pocos años, fortunas que, como le gustaría decir a tío Colacho, “no se hace trabajando”. Se me ocurre que a la señora vicepresidente no hay que preguntarle sobre la muerte de su exsecretario, sino cómo pudo este señor que se inició como cadete acceder a la condición de multimillonario, pregunta que también se le podría formular a Muñoz, Ulloa, Báez y a ella misma, pregunta de la que sospecho que nunca habrá respuesta, porque de haberla se parecería más a una confesión que a una explicación.