«Trepate a esa ternura de loco que hay en mí».

 

I

La curiosidad política de la semana la protagonizó el señor Eduardo Duhalde. Este singular culebrón se inició cuando el ex presidente se despachó anunciando que el año que viene no solo no habrá elecciones sino que, además, atendiendo a las supuestas evidencias en América latina en las que el poder militar crece a paso redoblado como, sin ir más lejos, lo demuestran los casos de Brasil, Venezuela y Bolivia, y lo confirmaría nuestra propia y escabrosa historia nacional, el destino que nos aguarda es un golpe de Estado protagonizado por los militares. «Qué tal Pascual», diría tío Colacho. A la singular comedia, Duhalde le dio otra vuelta de tuerca. Y concluyó su unipersonal admitiendo que había sido víctima de un brote psicótico, con lo cual pasamos sin solución de continuidad de la historia castrense estilo boom latinoamericano de los sesenta, a las novelas de Roberto Arlt con sus astrólogos proféticos, sus rufianes alucinados y sus delirantes lectores de la Biblia. Y todo esto como resultado de la inspiración de un expresidente que hasta el día de la fecha es, sin solución de continuidad, el interlocutor de la actual presidente y de los jefes de la oposición.

 

II

Culebrones y delirios psicóticos al margen, lo aconsejable en nombre del realismo político sería dar vuelta la página y admitir que al veterano caudillo peronista de Lomas de Zamora le chifla el moño. ¿Será tan así? Convengamos que Duhalde tocó una zona sensible de nuestros juicios y prejuicios; agitó una zona fangosa de pesadillas habitadas por duendes y fantasmas. Admitamos que está medio chiflado, pero para nuestra intranquilidad todos tenemos presente aquello que alguna vez dijera Michel Foucault: «Los niños y los locos son los únicos que dicen la verdad». Yo estaría dispuesto a afirmar que lo que dijo Duhalde es un disparate, pero en la Argentina y atendiendo los rigores de nuestra realidad, moderaría un tanto el énfasis de mis convicciones porque, como ya se dijera en más de una ocasión, en nuestro país Franz Kafka sería un previsible y rutinario escritor costumbrista. Reconozcamos, de todos modos, algo parecido a la virtud en un Duhalde que admite estar poseído (aunque más no sea ocasionalmente y por culpa de la pandemia) por los demonios de la locura. Convengamos, además, que a esta altura del partido el señor es algo así como un león herbívoro y que más que un problema para los argentinos el hombre es un problema para Chiche y una complicación para su médico de cabecera. Dicho con otras palabras: no son las patologías psíquicas de Duhalde las que me atemorizan, sino las alteraciones, los trastornos y los desequilibrios de los o las que ejercen el poder efectivo y real.

 

III

Admitamos de todos modos que los peronistas en estos pagos se dan sus lujos tropicales. Imagine amigo lector qué habría ocurrido en la Argentina si Mauricio Macri, Lilita Carrió, Patricia Bullrich o Mario Negri hubieran dicho algo parecido a lo de Duhalde. Por el contrario, la tolerancia y la delicadeza con que los dirigentes peronistas asimilaron las declaraciones de Duhalde me parecieron conmovedoras. ¿Comprensión a un viejo dirigente del que muchos de ellos fueron sus discípulos, colaboradores o súbditos? Tal vez. De todos modos, la pregunta que se me ocurre hacer es la siguiente. ¿Hasta dónde, un peronista con sangre en las venas está tan en contra de las profecías de Duhalde? Puede que algunos sinceramente se hayan opuesto, puede que más de uno la haya considerado a su profecía como posible, pero inoportuna. Por lo pronto, yo también estoy dispuesto a admitir que no hay condiciones en la Argenta para un golpe militar, aunque acto seguido advierto que el peligro en nuestro país no es tanto que los militares salgan por cuenta propia de los cuarteles, como la tentación siempre latente en la cultura peronista de reeditar la alianza fundacional del movimiento nacional forjada en junio de 1943: militares, sindicatos e iglesia católica. ¿Puede pasar semejante cosa? Difícil pero no imposible, En la Argentina la tentación tropical de Macondo está siempre latente. Por otra parte, y en nombre del realismo, les recuerdo a mis resignados lectores que hace menos de diez años el peronismo en su versión kirchnerista lo convocó al general César Milani para forjar la añorada y deseable alianza de pueblo-fuerzas armadas.

 

IV

Lo cierto es que un ex presidente con intervención política privilegiada desde hace más de treinta años admite que padece brotes psicóticos. ¿Un acto de sinceridad o una humorada? Vaya uno a saber. Duhalde bien podría decir como Ortega y Gasset que cada hombre es uno y sus circunstancias. Y las circunstancias políticas y culturales de la Argentina, salvo aburrirnos, nos autorizan todas las licencias. Sinceramente hablando, después de presenciar algunas piruetas verbales de Axel Kicillof, soportar la gestualidad y oralidad de la señora Cristina, disfrutar de los proverbios dignos del Viejo Vizcacha del señor Oscar Parrili, siempre dispuesto a probar a quien quiera escucharlo que se merece la calificación algo escatológica que alguna vez le hiciera su jefa. O de observar al propio Alberto Fernández, parado con aires de taita arrabalero en el andén de una estación de trenes, declarando a los gritos y a la intemperie que hace seis meses atrás Mauricio Macri le confesó en voz baja que en esta pandemia los que «tengan que morir que se mueran», debo admitir, con cierto grado de inquietud, desconcierto y temblor, que en estas circunstancias «orteguianas», o en estas encrucijadas dignas de Roberto Arlt con un toque de Horacio Quiroga, o en medio de estas polvaredas retóricas cargadas de sonidos y de furias, Eduardo Duhalde muy bien podría ser considerado un arquetipo del más orondo y mediocre sentido común.

 

V

Concluyo con una inoportuna reflexión literaria, la única disciplina que hace posible entender este país. A Alberto Fernández se le atribuye haber dicho en su momento: «Con Cristina sola no alcanza, pero sin Cristina no se puede». He aquí una frase que seguramente Ernest Hemingway la hubiera empleado para desarrollar su teoría del iceberg. Como se sabe, el autor de «Fiesta» postulaba que, como el iceberg, lo más importante está debajo del agua, es decir en lo que no se ve o está oculto. Ricardo Piglia traduce esta teoría observando la existencia de dos historias: una visible otra subterránea. «Con Cristina no alcanza, pero sin Cristina no se puede». Lo visible en este caso ya lo conocemos y en particular sabemos de su desenlace: Alberto presidente. La maniobra fue, como le gustaría decir a Cristina, exitosa. Un político sin votos y sin carisma se sentó en el sillón de Rivadavia. Pero me temo que para su tranquilidad hay otra historia latente. En la propia frase esa historia se insinúa. Un académico observaría que en una frase de once palabras el nombre de Cristina está mencionado dos veces. Para los académicos esa observación podría llegar a ser importante. A todo analista político que haya leído a Hemingway esa «casualidad» o redundancia no le resultaría indiferente. Si en toda consigna política registrar dónde se sitúa el poder es lo decisivo, acá estamos ante una frase en la que su significado real es que la titular del poder real es Cristina. La historia oculta de la frase así lo registra. Una traducción adecuada, una traducción que hubiera hecho, por ejemplo, las delicias de Edgar Allan Poe siempre atento a revelar el verdadero significado de los textos, sería por lo tanto: «Con Alberto no alcanza, pero con Cristina se puede». ¿Entonces, el poder real lo ejerce Cristina? Respondo con otra pregunta: ¿Alguien tiene alguna duda al respecto?

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/256244-trepate-a-esta-ternura-de-loco-que-hay-en-mi-cronica-politica-opinion.html]

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