«Y al fin andar sin pensamientos»

 

I

«Estamos mal pero vamos bien». Si mal no recuerdo, la frase la inventó en su momento Bernardo Neustadt en los inicios del romance Menem-Cavallo, para relacionar los rigores del presente con la esperanza de un futuro de bienestar. Creo que la frase nunca salió de su condición de frase, pero si se nos ocurriera tomarla en serio, hoy la corrección adecuada a la inspiración de Neustadt sería: «Estamos mal, pero vamos mal». ¿Necesito explicarlo? Sospecho que es todo tan evidente que las palabras en estos casos en lugar de exagerar empobrecen lo real. Es verdad, en este año 2020 nos ha tocado a nosotros y al mundo padecer una pandemia que es una verdadera desgracia por los costos humanos, por la caída económica y, sobre todo, por la incertidumbre y los temores que produce. La combinación de todas estas variables, nos coloca al borde de la tragedia o, para no ser tan catastrófico, al borde de una crisis con desenlaces inesperados. A este escenario objetivo, se le suman los errores y en algunos casos las miserias políticas y morales de las clases dirigentes, motivo por el cual el panorama adquiere entonces tintes desoladores. La prudencia sugiere que no es aconsejable ni justo meter a todos los dirigentes en la misma bolsa, porque efectivamente hay respuestas diferentes y resultados también diferentes. ¿Ejemplos? Para qué dar nombres. Para qué sumar a nuestro repertorio de infortunios, «la desgracia de haber sido y el dolor de ya no ser».

 

II

Un componente importante de esta sensación de malestar se manifiesta en la empecinada sensación de que no hay futuro o que el futuro que nos aguarda puede ser peor que el presente que padecemos. ¿Exageraciones? Puede que algo de esto haya, pero el más elemental manual de política enseña que a las denominadas sensaciones de la gente hay que prestarle atención porque algo dicen, una señal de algo expresan. ¿Optimista o pesimista? Sinceramente, no lo sé. El optimismo se suele relacionar con la esperanza, pero el pesimismo nos impone más de una vez los rigores de la realidad. Por lo pronto, resulta por lo menos imposible desconocer que la temperatura económica y social del país es mala. Basta mirar la tapa de los diarios o los titulares de los noticieros para advertir que el termómetro no miente. Más de un amigo me ha dicho que no lee más los diarios ni mira los noticieros. Que prefieren leer novelas o mirar películas. Puede ser una buena terapia, pero la solución del ñandú no me convence. Mucho menos me convencen los disparates escatológicos de Duhalde. Y tampoco creo que la alternativa personal sea irse del país, una salida para la cual ya estoy un poco grande y, además, porque por lo que conozco del mundo, les aseguro que el paraíso no está a mano.

 

III

Aunque los lectores no me crean, me esfuerzo por entender al gobierno. No lo voté. No pienso votarlo, pero es el gobierno de los argentinos y sus aciertos y sus errores nos alcanzan a todos. Admito sus dificultades objetivas, empezando por la pandemia, un problema acerca del que nadie dispone de un libreto elaborado. Agradezco, -con un toque de ironía- que sean gobierno, porque no quiero ni pensar que hubiese ocurrido en la Argentina si Macri hubiera ganado las elecciones. Mejor dicho, lo pienso y el escenario sería estremecedor, porque lisa y llanamente el país estaría incendiado y no por los supuestos o posibles errores de Macri, sino por la sencilla y previsible razón de que el peronismo no le habría permitido gobernar, apelando a sus conocidos recursos o, para expresarlo en otros términos, recurriendo al control que ejerce de los resortes del conflicto social lanzados contra la pandemia y el gobierno neoliberal. Hasta aquí llega mi comprensión y mi responsabilidad como ciudadano acerca de la política y sus consecuencias. El peronismo gobierna y dispone de legitimidad para hacerlo. ¿Gobierna bien o mal? Me temo que lo está haciendo mal, pero también me temo que no se avizoran en el horizonte respuestas posibles o superadoras.

 

IV

Se dice que si bien la situación económica y social es muy difícil, y a modo de comparación, se recuerda la que padecimos en el 2001, por otro lado podríamos permitirle un lugar al optimismo, porque el campo político es más sólido, está más unido que el de principio de siglo sacudido por la consigna «que se vayan todos». En la actualidad, por el contrario, la relación entre oficialismo y oposición se manifiesta a través de dos coaliciones políticas que, hasta tanto los hechos demuestren lo contrario, están unidas. Y esa unidad es, si se quiere, un síntoma de salud política y un signo de esperanza acerca del futuro. Dicho con otras palabras, hoy no existe el «que se vayan todos», pero, pregunto, ¿que no exista hoy, asegura que no existirá mañana? Asimismo, si en términos electorales me permitiera algún vaticinio, diría que la primera coalición, oficial u opositora, que se rompa será la derrotada en las próximas elecciones. ¿Elecciones? Y sí. Si creemos en la democracia debemos ser consecuentes con nuestras creencias. De todos modos, admito que hoy las elecciones no son la preocupación principal de una sociedad agobiada por la pandemia y sus consecuentes rigores económicos y sociales. Ojo. Que no sea la preocupación central no quiere decir que a la hora de decidir quienes nos gobiernan no sean las elecciones el recurso privilegiado, salvo que alguien suponga que el principio de soberanía popular deba ser reemplazado por alguna otra variable. Hecha esta salvedad decisiva, señalo que para las elecciones falta un año, un año larguísimo, porque será un tiempo «lento» en el que se deberán tomar decisiones que se presentan complicadas porque no sabemos o no estamos de acuerdo sobre el contenido y los alcances de esas decisiones.

 

V

Un dato más me importa señalar. Algunas grietas en el gobierno empiezan a ser evidentes. Alguien podrá decir que ya era hora que se expresasen. Puede ser. Pero atendiendo la tradición del peronismo en la materia, lo que digo no es precisamente una buena noticia. Las diferencias se manifiestan más en el campo social que a nivel de los dirigentes políticos. Las tomas de vivienda y de terrenos así lo sugieren. Y no es la única sugerencia. Es más, presiento que este problema recién empieza. Sin exageraciones, observo que en la Argentina anidan condiciones sociales explosivas. Una metáfora inquietante se expresó en los recientes incendios de campos como consecuencia de una trágica coincidencia entre las sequías, los comportamientos irresponsables y la chispa oportuna o inoportuna. Es decir, el azar de la naturaleza y el error humano en algún momento se abrazan. Algo parecido, me temo, puede estar incubándose en el campo social y político. Hay un rebrote de la pandemia con una sociedad extenuada, sabemos que la fórmula de emitir y aumentar impuestos está agotada, sabemos que los pobres y las clases medias están en el límite de sus recursos, presentimos posibles e indeseables estallidos sociales, la sensación de inseguridad crece por diferentes causas. Pero sin embargo pareciera que en las usinas del gobierno la preocupación principal, o la preocupación fuente principal de conflictos proviene del empeño por promover una reforma judicial inoportuna, injusta y tramposa. Alienaciones políticas de este tipo son alarmantes. Esta suerte de autismo de quienes tienen la responsabilidad de gobernarnos es un error, pero también es un síntoma. En uno de los peores momentos de la Argentina, los responsables políticos en el gobierno se dedican a derrochar energías, no sé si en temas menores pero seguro que en temas injustos, en temas de facción, en temas cuyo objetivo central es, para decirlo de una manera franca pero certera, asegurar la impunidad de la actual vicepresidente.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/257316-y-al-fin-andar-sin-pensamientos-cronica-politica-opinion.html]

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