«Un chamuyo misterioso me acorrala el corazón»

 

I

La pandemia provoca una suma de desgracias que considero innecesario enumerar porque todos las conocemos y las padecemos. A esta suma de desdichas se le debe sumar otro singular atributo: la pandemia en nuestros pagos no hace más que poner en evidencia defectos, vicios y carencias que vienen de larga data. No solo los hace visibles sino que los aumenta. Cualquier aspecto que observemos de la vida nacional lo registra. Todo está como antes, pero un poco peor. Lo sucedido esta semana con la policía así lo demuestra. Y si bien la pandemia ocurre por razones objetivas, es decir con independencia de la intervención de los hombres, también es verdad que los hombres pueden enfrentarla con mayor o menor eficacia. Admitamos, por ejemplo, que impedir que el virus aterrice en la Argentina fue una misión imposible, pero se hace más difícil admitirle al gobierno de la provincia de Buenos Aires que no hayan visto venir el conflicto policial. Estaba en la calle, se respiraba en el aire, al gobierno se lo dijeron en español, en lunfardo y en jeringoso. Pero Berni estaba ocupado en jugar a Superman. Y del Chiquito ya sabemos que no tiene la menor idea de lo que sucede en la provincia donde aterrizó hace nueve meses sin otra consigna a mano que denunciar «tierra arrasada», en el territorio donde casualmente la fuerza política que él representa lo gobernó durante 28 años, mientras los principales distritos de ese territorio conocido como Conurbano fue controlado por sus «barones» peronistas desde 1983.

 

II

De la «bonaerense» a los «pitufos». Este es el itinerario de una policía cuyos problemas vienen de lejos, pero que desde 1983 a la fecha se fueron agravando más allá de algunos esfuerzos por tratar de mejorar algunos costados menores. El actual gobierno no solo que no vio venir la crisis, (o si la vio venir, no le dio importancia), sino que colocado entre la espada y la pared no se le ocurrió nada mejor que resolverlo parcialmente quitándole 35.000 millones a la ciudad de Buenos Aires. Convengamos para ser sinceros, que el zarpazo a los porteños también se veía venir. Sin exageraciones, diría que desde la época de los caudillos montoneros no se conocían tantas invectivas contra la ciudad de Buenos Aires. Primero Cristina, después Kicillof, luego Alberto Fernández. Lo curioso, la curiosa alienación política, es que esta prédica antiporteña fue promovida por el gobierno nacional más porteño de nuestra historia, empezando por su presidente y continuando con sus ministros, secretarios de estado y su gobernador en la provincia. Gobierno porteño con el toque de distinción de sus titulares residentes en los barrios más caros de la ciudad.

 

III

Admitamos que el gobierno bonaerense y su respaldo nacional maltrataron a la policía con sueldos miserables y órdenes intempestivas. No se privaron de nada. Un policía entra ganando menos 400 dólares. Como dice tío Colacho: «Si pagás barato no te quejes si el servicio es barato». La jugada genial de Kicillof y Alberto Fernández fue por lo menos a tres bandas. Como consecuencia de ello a los reclamos de la policía ahora se sumaron los de los empleados públicos, los maestros, el personal sanitario. Y todo esto en medio de la cuarenta más prolongada del mundo. La otra jugada fue la de instalar a Larreta como la víctima preferida, motivo por el cual en estos días es el político con más prestigio en el país. La carambola perfecta se realizó verificando una vez más lo que todos presentimos desde hace rato: la palabra del presidente vale muy poco y le gusta jugar con cartas marcadas. «Solo soy temeroso de Dios» decían los antiguos monarcas absolutos. No me consta qué tipo de relación mantiene nuestro presidente con Dios; sí sé que a Cristina no solo la respeta y la obedece, sino que además le tiene miedo. El vasallo perfecto.

 

IV

Respecto de la opulencia y el lujo de la ciudad de Buenos Aires, observo que no es más opulenta, como proclaman los populistas con su retórica de revisionistas trasnochados y anacrónicos. Les guste o no, Buenos Aires dispone de una mejor calidad de vida porque es más justa. Sus hospitales, su seguridad, sus escuelas así lo certifican. Dispuso y dispone de recursos, por supuesto. Lo que sucede es que además sus gobernantes decidieron administrarlos bien, entre otras cosas porque los gobernados no hubieran permitido otra posibilidad. Que en la ciudad de Gardel, Borges y Piazzolla la calidad de los servicios son superiores a los de La Matanza, por ejemplo, es un dato que lo confirman todos los días los cientos de miles de bonaerenses que se atienden en los hospitales porteños, o mandan a sus hijos a las escuelas porteñas.

 

V

Y Montoneros salió a la cancha para reivindicar su gesta. Y la proclama la encabezan por sus comandantes históricos. Firmenich, Vaca Narvaja y Perdía. Cartón lleno. En nombre de mis escrúpulos democráticos digo que los muchachos están en su derecho en evaluar como mejor les parezca su itinerario histórico. Lo suyo es tan legítimo como es legítimo mi derecho a discrepar en toda la línea con sus consideraciones. El debate no es nuevo, aunque sospecho que huele a rancio. Dos o tres cuestiones me interesaría apuntar. Los muchachos no se armaron en defensa de una constitución a la que siempre acusaron de liberal y gorila. Si la memoria no me falla a Mor Roig y a Rucci, por ejemplo, los asesinaron en tiempos democráticos. Y algo parecido ocurrió con ese operativo canalla perpetrado contra el regimiento de Formosa. Yo siempre supe que los «vivas» a la muerte suelen ser la faena preferida del fascismo. Pues bien, nunca escuché vivar a la muerte con tanto entusiasmo como en los tiempos en los que ellos ganaban las calles. «Hoy, hoy, hoy hoy… hoy que contento estoy… viva los Montoneros que mataron a Mor Roig». «Duro, duro, duro, con los Montoneros que mataron a Aramburu». «Montoneros, el pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride». Muchachos… hasta a Millán de Astray las consignas les hubieran parecido algo exageradas.

 

VI

Algunos otros detalles merecen tenerse en cuenta: Montoneros es lo que fue, pero lo que fue es una experiencia histórica del peronismo. Si en algo coincido con los muchachos es en reconocerle su identidad peronista. No fueron ni infiltrados ni paracaidistas. El pantagruélico vientre del peronismo los produjo. Con ayuda clerical claro está. Y algunas gotitas, muy poquititas gotitas, de marxismo en sus versiones teóricas más indigentes y totalitarias. Tampoco me sorprende que hayan elegido a Raúl Alfonsín como el malo de la película. Es más, en el texto no hay una mención al general Videla y al tan estimado almirante Massera. Pero eso sí: a Alfonsín lo nombran o lo aluden por lo menos tres veces por la metáfora del «los dos demonios». ¿Qué esperaban? ¿Que a los gloriosos comandantes de la «contraofensiva» residentes en Europa, campeones del «animémonos y vayan», los trate de tiernos angelitos? Sinceramente, creo que la proclama «Montonera» contra Raúl Alfonsín lo honra. Honra al demócrata que fue; honra al defensor de los derechos humanos que fue; honra al responsable político del juicio a los crímenes de las Juntas Militares que fue; y honra al ciudadano que participó en las más duras gestas políticas de su tiempo pero nunca la sangre manchó sus manos. Honra, también, al político que alentó a generaciones de jóvenes en esa justa pasión por la democracia, la libertad y la justicia. Jóvenes con los que tuvo diferencias, pero jamás se le ocurrió resolver esas diferencias organizando bandas de sicarios para eliminarlos.

 

VII

Sé que puedo pecar de anacrónico, pero intuyo que Sarmiento no se hubiera resignado a admitir este escenario devastado de escuelas cerradas. No hubiera desconocido los riesgos de la pandemia, pero hubiese puesto toda su pasión política para encontrar ideas, caminos, medios para que las escuelas se abran. Si hubiese leído «No vamos permitir que los chicos vayan a la escuela», habría pensado que se trataba de una frase del fraile Aldao o de algún otro degollador de su tiempo y no de un sindicato que dice representar a los maestros. El hombre que debió luchar con los puños llenos de verdades para hacer de toda la república una escuela, sabía muy bien que los déspotas y los burros que no son déspotas pero les relinchan a los déspotas, siempre encuentran excusas para cerrar las escuelas. Es lo que hizo Juan Manuel en sus tiempos. El mismo caballero cuya efigie honra el despacho de Kicillof en La Plata.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/258428-un-chamuyo-misterioso-me-acorrala-el-corazon-cronica-politica-opinion.html]

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