Crónicas santafesinas

 

I

La foto cuelga en la pared del living de casa. Cada vez que entro o salgo me encuentro con ella. Lo mismo le ocurre a los amigos que me visitan. La tengo desde hace muchos años. No recuerdo quién la sacó. No sé quién es, pero es una buena toma. Fecha, 1957. Entre septiembre y octubre. Escenario: el rectorado de la Universidad Nacional del Litoral. ¿Motivo?: La asamblea constituyente convocada por la denominada Revolución Libertadora. En un primer plano está Alfredo Palacios. Inconfundible. Traje oscuro. Según las crónicas de la época Palacios usaba trajes oscuros o trajes blancos. Y el clásico funyi levemente inclinado hacia la izquierda. El pelo largo, la típica melena. La foto lo registra algo canoso. Una novedad, porque era público que se teñía el pelo. En la mano derecha, en el dedo anular, un anillo que no es una alianza matrimonial porque don Alfredo fue un altivo y proclamado solterón. La foto lo toma casi de perfil; un tres cuarto, diría para ser más preciso. No vemos el moñito que lo distingue, pero podemos imaginarlo. Se lo ve bien plantado. Tiene 78 o 79 años, o tal vez un poco más, porque se sabe que su edad precisa siempre será un misterio que él se encargará muy bien de preservar. Suponemos que sale de alguna de las sesiones celebradas en el Paraninfo. Ya está en la vereda. La pierna izquierda flexionada, lo que habilita distinguir el taco del zapato que le permite presentarse con unos centímetros más, un detalle «coqueto» que don Alfredo cuidaba. Es posible que se dirija hacia el estacionamiento de bulevar donde seguramente lo espera el auto con el chofer asignado. ¿O se va al clásico bar de bulevar y San Jerónimo donde los convencionales se reunían a toda hora para compartir un almuerzo ligero, una cena o el consabido chopp santafesino? No lo sabemos. Por el momento nos alcanza y nos sobra con saber que se trata de Alfredo Lorenzo Ramón Palacios, el primer diputado socialista de América, entre otras dignidades. El joven abogado que presenta su tesis de grado sobre la miseria y que cuando abre su estudio instala en la puerta un cartel con seis palabras: «Se atiende gratis a los pobres».

 

II

En la foto hay dos personajes más. Están parados en la explanada de la universidad en un inevitable pero indispensable segundo plano, aunque un segundo plano elevado en cinco escalones en relación al personaje. Uno, es un policía con su sable y su gorra enorme, que no disimula la curiosidad que le despierta el personaje que pasa caminando a pocos metros. Al costado, hay un civil, joven. Pelo crespo, tal vez castaño; rostro despejado. También curioso. Más atrás se ven las persianas de la universidad. No muy diferentes a las actuales. En realidad, el escenario de piedra es el mismo que nosotros conocemos. Lo que la foto hizo fue registrar un instante. Apenas un segundo. Ese instante registrado para siempre. ¿Quién es el policía? ¿Quién es el joven? Imposible saberlo. Pero lo cierto es que la «magia» de la foto de alguna manera, modesta si se quiere, los ha inmortalizado: siempre estarán allí, parados en la explanada de la universidad observando a un Alfredo Palacios que parece dirigirse con mucha seguridad hacia algún lugar.

 

III

Un detalle. ¿A qué hora se tomó esa foto? Por el juego de sombras puede haber sido cerca del mediodía. Se sabe que alrededor de esa hora las sesiones se suspendían para que los constituyentes almuercen o compartan una copa. Lo que llama la atención de la foto es que los cinco escalones de la explanada parecen cubiertos por la sombra. En la vereda la línea de sombra se fragmenta. Fuera del marco de la foto, ¿qué hay? Esas sombras fragmentadas dejan abierto el interrogante acerca de otros espectadores. Detalles. Pero detalles que a veces importan, porque una foto es lo que se ve pero también lo que se adivina o presiente. Otro detalle que observo a último momento: el saco abierto permite registrar no se sabe bien si una bufanda o algo parecido. Lo que sí falta en esa imagen de Alfredo Palacios su clásico poncho, el que llevaba, según dicen algunos, abrochado al saco. Seguramente los meses de septiembre y octubre en Santa Fe no habilitan un poncho para protegerse de los rigores del frío. A modo de síntesis digamos que los que están presentes son el sombrero y sus bigotes. Esos dos «objetos» alcanzaron y sobraron para que cuatro años después, en las elecciones a senadores por Capital Federal, los militantes de la juventud socialista lo transformarán en el símbolo para ganar las elecciones a senador: el sombrero y los bigotes. ¿Quién sino Palacios era el titular legítimo de esos verdaderos símbolos?.

 

IV

Alfredo Palacios fue, sin dudarlo, la «estrella» de la Constituyente de 1957. Sus méritos tenía para serlo. Socialista, legislador, escritor y político a tiempo completo. ¿Ególatra? Pudo haberlo sido. Pero sus vanidades no se consumaban a costa de nadie. Y mucho menos del erario. Vivió y murió modestamente. Su casa de calle Charcas al 4700 en Palermo nunca fue suya. El eterno inquilino. Su exclusiva herencia fue su biblioteca, con los libros que escribió y los libros que leyó. En Santa Fe estuvo dos meses. Según mis amigos, se alojaba en la casa de una familia socialista de calle Juan de Garay entre Urquiza y Francia. Vereda norte, me dice mi amigo Carlos. Otro amigo me cuenta que una tarde su padre lo llevó a compartir un café o un liso con don Alfredo en el Baviera de Mendoza y 25 de Mayo. Mi amigo asegura que fue la experiencia más importante de su vida. Que siempre le agradecerá a su padre haberle obsequiado ese privilegio. Entonces, mi amigo debe de haber tenido nueve, diez años. Después, empezaron a caminar por calle San Martín en dirección al norte. Palacios conversaba con su padre y él miraba. Miraba, por ejemplo, esa pequeña multitud de hombres y mujeres que lo siguen a don Alfredo manteniendo una respetuosa distancia y un discreto silencio.

 

V

Claudio Escribano fue el corresponsal designado por el diario La Nación. Tenía entonces 19 años. En sus crónicas escritas mucho tiempo después recuerda el inicio de la constituyente y en particular el «duelo» entre Oscar Alende, jefe de la bancada de la UCRI, y Alfredo Palacios. El «Bisonte», que en aquellos tiempos no llegaba a los cincuenta años y que por su energía honraba su apodo, intenta hablar para impugnar la Constituyente. Palacios le sale al cruce y le dice con su vozarrón que si no validan sus credenciales ante las autoridades no pueden hablar. Los hombres se acercan. Amenazantes. Nadie duda de la fortaleza física de Alende, pero nadie ignora que Palacios siempre lleva una pistola en el bolsillo del saco y que con sus 78 años no se va a dejar arrebatar. El silencio absoluto del Paraninfo. Los socialistas y demócratas progresistas, expectantes; los radicales, inquietos; los conservadores, algo divertidos; los demócratas cristianos elevando alguna oración. Finalmente el choque no se produce. La banca mayoritaria de la UCRI se retira iniciándose así el desgranamiento progresivo de una Constituyente convocada por un gobierno de facto con la proscripción del denominado Partido Peronista. Después de la UCRI se irán los laboristas de Cipriano Reyes y, finalmente, los radicales seguidores de don Amadeo Sabattini. Palacios se quedará hasta el último día. Él y los once constituyente socialistas, aunque, bueno es recordar que, conociendo el paño y como no podía ser de otra manera, don Alfredo se había constituido con bloque propio y se sentaba aparte, lejos de sus compañeros de partido. Como que no los necesitaba; como que le alcanzaba y le sobraba con ser Alfredo Palacios. (Continuará)

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/263454-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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