El femicidio del country Martindale

 

I

Un hombre mata a su mujer y se suicida. Él se llamaba Jorge Neuss; ella Silvia Saravia. Él, quería matar y morir; ella, quería vivir. ¿Tragedia, crimen o femicidio? Puede que correspondan las tres imputaciones, pero si ordenar las prioridades de acuerdo al nuevo ordenamiento legal tiene alguna importancia, corresponde decir que en primer lugar es un femicidio. Lo demás (el crimen, la tragedia) llegan después y pueden dar lugar a un sagaz ensayo o a una magnífica novela. Pero lo que importa para la ley y, seguramente, para la sensibilidad contemporánea, es que un hombre decidió matar a su mujer, a su esposa, a la madre de sus hijos. Si acto seguido huyó, recurrió a una coartada, se entregó a la justicia o se quitó la vida, son consideraciones que vienen después; detalles importantes si se quiere, pero secundarios respecto del drama principal: la muerte de Silvia.

 

II

Cuando las dos empleadas domésticas de la casa, las mismas que un par de horas antes le habían servido el desayuno en la cama al señor, escucharon los disparos, llamaron en el acto a uno de los hijos que vive en el country Martindale de Pilar. Como se sabe, el muchacho tiró abajo la puerta del dormitorio cerrada con llave y encontró los cuerpos de sus padres, ella muerta y él agonizando. Fue entonces que trascendió el rumor de que se trataba de un suicidio compartido, es decir, de una decisión acordada, la respuesta al dolor inmenso provocado por la noticia de que uno de los hijos padecía un cáncer terminal. El rumor se evaporó en el aire, porque pronto se supo que no fue «un adiós inteligente entre los dos», sino que el señor Neuss se tomó la licencia de decidir que su esposa también debía morir. Y si la palabra «racional» cabe en estos casos, al crimen el señor Neuss lo cometió con absoluta racionalidad: eligió el arma, el lugar y el momento. O sea, se ocupó para que todas las circunstancias coincidieran con el desenlace previsto. Además, y como para honrar sus buenos modales con un toque de distinción, llamó por teléfono, pocos minutos antes de la tragedia, a dos amigos para saludarlos por sus cumpleaños. Como se dice en estos casos: todo un caballero. Un caballero capaz de cumplir con las formalidades de la buena educación antes de decidir, tal vez porque consideró que su condición de Señor (¿de eso se trata?) lo autorizaba: matar a su esposa. «Todos los hombres matan lo que aman», dice Oscar Wilde. No estoy tan seguro de compartir esa frase o esa imagen escrita cuando el autor estaba en la cárcel de Reading. Además, no me importa saber si el señor Neuss amaba u odiaba a Silvia. Lo que importa, lo que realmente importa, es que Silvia no quería morir.

 

III

Para la crónica, para el estudio y para la investigación, importa también el contexto social y las conductas de lo que se denomina el «entorno». En el caso que nos ocupa, estamos ante un escenario de clases altas: un apellido perteneciente a familias ricas; vida social espléndida en hoteles cinco estrellas; balnearios internacionales; salones exclusivos compartiendo mesas, luces y copas con empresarios, políticos (incluidos dos ex presidentes) y personajes de la farándula; campos de deportes que además de definir una práctica definen una pertenencia de clase; incursiones selectas en el mundo de las bellas artes, sin que falten los consabidos patronazgos y los piadosos actos de beneficencia. Las fotos conocidas dan cuenta de un universo bello: modales elegantes, ropa de calidad, sonrisas luminosas; canchas de golf y tenis, piscinas, prados verdes, mansiones de ensueño. Un mundo feliz. Un mundo feliz donde acecha la tragedia. Nada nuevo bajo el sol. Las crónicas acerca de las tragedias con protagonistas de la aristocracia, la nobleza o la alta burguesía recorren la literatura, el cine y los ensayos de los últimos siglos. Además, para bien y para mal, suelen ser las preferidas por un público habituado a complacer su morbo consumiendo escenas de ese tipo.

 

IV

Una advertencia importa. No estoy haciendo un manifiesto contra los ricos. Me limito a describir. Los otros escenarios sociales: el de los pobres o el de las clases medias disponen de su exclusivo entorno. Y allí también están presentes el dolor, la impiedad y la muerte con sus cuotas de hipocresía y cinismo. ¿Saben por qué? Porque si bien las clases sociales existen, como lo prueban la sociología y la economía, las clases sociales como tales no son portadoras ni de virtudes, ni de atributos morales, ni de perversiones exclusivas. Al respecto, a la hora de pensar el femicidio de Martindale, prefiero recurrir a León Tolstoi y al primer párrafo de su novela «Ana Karenina», cuando dice: «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Sobre ese «motivo especial», se escribe una novela, se pinta un cuadro, se filma una película o se compone una canción. Ningún género oculta o disimula el hecho que no por real y evidente importa destacar una vez más: Jorge Neuss cometió un femicidio. Lo demás, como diría Paul Verlaine, es literatura.

 

V

El femicidio cometido en el country Martindale confirma, por si a alguien no le termina de quedar en claro, que la decisión de un hombre de matar a una mujer no es pertenencia exclusiva de una clase social, que esa patología cultural (por denominarla de alguna manera) denominada «machismo» puede estar presente en una villa miseria, en un apacible barrio de clase media o en algunos de esos paradisíacos countries donde se suelen refugiar de las acechanzas del mundo popular algunos millonarios. Pueden variar el escenario, los modales, los recursos, pero el instante decisivo, el momento siniestro en que se perpetra el crimen es siempre el mismo porque el estremecimiento de la muerte es siempre el mismo. Se trata en todos los casos de la relación perversa entre un hombre y una mujer, entre la víctima y el victimario o entre el verdugo y la mujer sacrificada.

 

VI

Se califica de «machista» la conducta de un hombre absolutamente convencido de que en nombre de atributos glandulares o en nombre de un mandato de la tradición, la moral y las buenas costumbres, o en nombre de sus prejuicios, cuando no de sus debilidades, sus miedos e inseguridades, está absolutamente convencido de que dispone del derecho, el mandato o el privilegio de considerarse superior a la mujer y actuar en consecuencia. En los últimos cien años, o para no ser tan genérico, desde los inicios de la modernidad, la humanidad o, por qué no, Occidente, abolió los privilegios de la sangre, de las razas o de las religiones superiores, pero pareciera que el principio de igualdad del hombre y la mujer si bien puede llegar a inscribirse en los papeles, resulta muy difícil hacerlo realidad en la vida cotidiana. El número de mujeres asesinadas por su condición de mujer así lo confirma. Un dato siniestro a lo que hay que sumarle la tragedia diaria, anónima, poco visible, de mujeres sometidas, humilladas y discriminadas por hombres. Lo que la experiencia enseña es que el momento del crimen, el momento en que se impone el femicidio no fue una novedad súbita, sino que estuvo precedido de todo este registro temporal de violencia real y simbólica. Es verdad, no todo machista es un asesino, pero no es menos cierto que todo femicidio es provocado por un machista. De lo que se deducen dos principios: el machismo es más una causa que una consecuencia; en todo comportamiento machista está latente la pulsión criminal. Y una pregunta: ¿Sobre cuántas mujeres, hoy 17 de octubre de 2020, está pendiente una condena de muerte?

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/263700-el-femicidio-del-country-martindale-cronica-politica-opinion.html]

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