I
El auto avanza por calle 9 de Julio en dirección al sur. No recuerdo su marca ni su color, pero es un modelo nuevo. Es el año 1976 y aún la municipalidad no ha cambiado las manos de las calles. Octubre de 1976 a la noche. Puede que sea un miércoles o un jueves. El detalle a esta altura no importa demasiado. Es medianoche y las calles están desiertas. Llueve desde temprano y a la lluvia la acompaña una tormenta eléctrica, motivo por el cual se cortó la luz. La ciudad, o por lo menos la zona céntrica de la ciudad, está a oscuras. El dato es importante porque influirá en el desenlace. Al auto lo maneja una persona. Supongamos que se llama Raúl, Raúl Eduardo. Es joven. Veintiséis o veintisiete años a lo sumo. Al llegar a la esquina de calle Tucumán dobla a la derecha. A su izquierda, el espacio arbolado de la Plaza San Martín, la misma en cuyo centro se levanta la estatua del Libertador que, según los masones, cuyo templo está al frente de la plaza, señala con su dedo no a la cordillera de los Andes sino hacia París, la ciudad de la ilustración y las luces. Cosas de masones.
II
Un auto en una esquina puede seguir de largo o doblar a la derecha o a la izquierda. El auto que nos ocupa dobla a la derecha. La decisión sería normal salvo el detalle que el conductor, este muchacho delgado, de pelo castaño, boca grande siempre dispuesta a reírse, de camisa blanca y corbata, porque el saco está apoyado al lado de su asiento, no lo sabe, pero lo cierto es que ahora avanza en contramano. Suponemos que lo ignora porque la noche es oscura, o porque sencillamente Raúl no es de la ciudad y por lo tanto no está familiarizado con la dirección de las calles, comentario que días después hará uno de sus amigos, recordando que el día anterior un par de veces se «metió» contramano. Una consideración corresponde hacer. En realidad Raúl conoce la ciudad de Santa Fe. Hace cinco o seis años que vive aquí. Desde 1971 por lo menos, año que llegó desde la ciudad de San Juan para estudiar abogacía. Siempre vivió en casas de estudiantes y siempre fue peatón. Conoce la ciudad, pero no la conoce desde arriba de un auto. ¿Un detalle? Un detalle que como se podrá apreciar pudo ser decisivo para lo que está por ocurrir.
III
El auto avanza ahora en dirección al oeste, es decir hacia calle 1º de Mayo. No me consta que Raúl haya advertido la infracción de tránsito. Además, no hay manera de saberlo. Tampoco sé si sabe que sobre esa calle, casi llegado a 1º de Mayo, hay un puesto policial o un oficina de los Servicios de Inteligencia o un centro «legal de interrogatorios». Recordemos que estamos en octubre de 1976, es decir a seis o siete meses de la llegado de los militares al poder y en la temporada en la que la luz verde para cometer tropelías es más intensa. Pero a no adelantarse a los acontecimientos. Por lo pronto, el auto de Raúl avanza por la calle oscura donde suponemos que el único resplandor posible es el de la lluvia sobre el pavimento algo adoquinado de esos años. Otro detalle: las ventanillas de auto están subidas. Por lo que se supone que no oye las voces que pueden llegar de afuera. A la izquierda del auto, del lado del conductor, la plaza; a la derecha, la línea de casas viejas y veredas desparejas. La observación es mía. No creo que Raúl haya prestado atención a todos estos detalles.
IV
Raúl llegó hace quince días de San Juan. ¿Objetivo? Rendir la última materia de su carrera de abogado. Complacido, el padre le ha dado el auto para que viaje, se reciba y regrese a San Juan con sus escasas pertenencias de estudiante. La otra versión es que Raúl le pidió el auto al padre y el hombre renegó un rato antes de dárselo. Esa previsible deliberación entre el padre y el hijo adquirirá luego una singular importancia. O será motivo de comentarios de familiares y amigos. Lo cierto es que Raúl llega a Santa Fe con el auto. Se instala en su casa de estudiante, rinde la última materia y aprueba. Es abogado. No sé si esa noche o la noche siguiente hubo una reunión de amigos para festejar el acontecimiento. Raúl, que avanza en contramano por calle Tucumán, regresa de esa reunión. Sobrio y entero. No toma vino ni bebidas blancas. Es sobrio y toda sus energías están volcadas a las especulaciones sobre los logros de su futura profesión y la seducción de mujeres. Raúl es, como diría una canción, elegante y buen mozo. Y las mujeres aprecian sus dones y virtudes. Los amigos le reconocen sus recursos para el comercio. Antes de decidirse estudiar abogacía fue dueño de una agencia de autos de San Juan. En algún momento se le ocurrió que sus posibilidades crecerían a saltos si al talento para comprar y vender autos lo confirma con el título de abogado. Mujeres, amigos y buenos negocios. Ésa es la realidad de Raúl. A la política de izquierda la toca de oído, pero no es lo suyo. Si se familiarizó con su lenguaje y con algunas de sus consignas fue porque estimó que era un buen recurso para seducir. Me lo dijo alguna vez con su descaro y su irresistible simpatía. Para decirlo de una buena vez: Raúl está muy lejos de ser un santo, pero en materia política es, por decisión propia, absolutamente inofensivo
V
Sabemos que esa noche de octubre, 13 de octubre de 1976, viene de la fiesta celebrada en su honor por haberse recibido y marcha posiblemente a una cita amorosa. Más no se sabe. Tampoco se sabe si supo del momento en que pasó frente al puesto policial en el que, debajo de una suerte de alero, hay un policía armado. Uno o dos. Ahora importa detenerse en los detalles. El auto de Raúl avanza en contramano en dirección al puesto policial. En octubre de 1976 la contravención de tránsito se transforma en un delito grave. Y lo grave en esos años puede tener un desenlace trágico. Los policías ven que el auto avanza, viene de frente con los faros encendidos, pero no le tiran. De lo que se deduce que no supusieron que se trataba de un peligro, de un ataque «militar» contra un puesto policial. Tampoco sabemos si dieron la voz de alto, pero lo seguro es que el auto pasa silencioso frente a ellos, por lo que la amenaza de un atentado o un ataque debería haberse descartado. El auto ahora está a punto de llegar a 1º de Mayo. Los policías están parados en la mitad de la vereda y apuntan.
VI
No se sabe si fueron dos, tres o cuatro disparos. Lo que se sabe es que fueron certeros. Raúl recibe dos balazos. El coche cruza la calle y choca contra el cordón de la vereda. Llovizna y los policías corren en dirección al auto supuestamente manejado por un peligroso terrorista. Raúl está herido pero no ha perdido el conocimiento. No sé a quién se le ocurre llamar a un hospital o a una ambulancia. Llegan dos o tres enfermeros. Una de ellas es mujer. Joven y linda. Raúl, el hombre que siempre advirtió todo, el hombre que con un golpe de vista evaluaba a las personas que estaban a su alrededor, el tipo que planificaba la seducción de una mujer atendiendo todos los detalles, no advirtió que al doblar con el auto a la derecha cometía una infracción fatal, sobre todo en aquellos años donde estos caballeros a infracciones de ese tipo las sancionaban tirando a matar. Importa destacar, incluso para aquellos años, el carácter criminal del policía autor de los disparos al que nunca nadie lo molestó para que explique lo que hizo. Remember. El auto ya había pasado. El temor de un ataque estaba superado. Sin embargo el policía tiró a matar por la espalda, cuando el auto se retiraba y no había motivos para temer un atentado. Hay que decirlo: no es un policía, es un asesino.
VII
Raúl se distrajo en una fracción de segundo. Una noche de lluvia y con corte de luz. A esa distracción la pagó con la vida. Un símbolo de aquellos años. Doblar en contramano puede ser una condena de muerte. Para Raúl lo fue. Herido, supo que sus posibilidades de vida eran escasas, muy escasas. La enfermera intentó ayudarlo. «No me deje morir doctora –dicen que le dijo- no me deje morir, tengo 26 años, no es justo morir a esta edad». Cosas de la vida. Fue la primera y la última vez que una mujer no pudo hacer lo que él le pedía.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/265591-cronicas-santafesinas-opinion.html]