I
Si alguna duda había respecto del poder político real ejercido por Cristina, ésta se disipó con la redacción de una carta que se transformó en el acontecimiento político de la semana. Tal vez la confesión más notable de este ejercicio efectivo del poder la expresó el propio presidente de la nación al decir que la carta en cuestión era un respaldo a su gestión. Lo decisivo en este caso no es si efectivamente la carta es o no un respaldo, lo decisivo es que la máxima autoridad política de la Argentina se exprese en esos términos. No tengo noticias históricas de que alguna vez la carta de una vicepresidente adquiera tanta influencia. Haciendo memoria, pienso en la gravitación de Pellegrini con Juárez Celman, pero ni siquiera en ese caso los condicionamientos del vice fueron tan ostentosos. Siempre en homenaje a las comparaciones históricas –con todos los riesgos que incluyen estas comparaciones- la única semejanza de un presidente condicionado por un poder externo del mismo signo, es, le guste o no al actual gobierno, con Cámpora. Dicho con otras palabras, y para eludir asociaciones incorrectas o ligeras, podría decirse que Alberto Fernández no es Cámpora, pero me da la impresión que Cristina lo trata con los mismos tonos con que Perón lo trataba a Cámpora. Esto quiere decir que Alberto no es Cámpora, pero la relación de poder que Alberto mantiene con Cristina recuerda la relación de poder de Cámpora con Perón.
II
Uno de los párrafos más mencionados de la carta de Cristina es el de la convocatoria a un acuerdo nacional. Convengamos que en los tiempos que nos toca vivir, la palabra «acuerdo» es compartida por todos, como también es compartida la palabra «paz» o la palabra «vida». ¿Quién puede oponerse a ellas, como quién puede decir que está a favor del odio, la guerra o la muerte? Es verdad, la política se teje con palabras, pero su urdimbre está conformada por algo más que palabras. Y al respecto hay que destacar que a las palabras se las juzga por el contexto en que están dichas y sobre todo por el emisor de ellas. Sobre el contexto actual, convengamos que en la Argentina es uno de los más complicados de nuestra historia, en tanto a los problemas crónicos estructurales se suman los efectos de la pandemia. En este escenario, a nadie se le escapa que las necesidades de un acuerdo nacional son fuertes. Y así lo reconocen la mayoría de los dirigentes políticos y sociales y en ese sentido la convocatoria es, en términos generales, oportuna. El segundo punto, es el emisor. O la emisora. Y es allí donde el conflicto se impone, en tanto me temo que Cristina es la dirigente menos indicada para hacer una convocatoria de este tipo por la sencilla razón de que un sector importante de la sociedad la considera responsable decisiva de las actuales discordias políticas. A esto se le suman los contenidos reales de esta supuesta convocatoria a un acuerdo. ¿Qué hacemos con la justicia independiente? ¿Qué hacemos con los procesos que incluyen a Cristina? ¿Qué hacemos con la libertad de prensa? ¿Qué hacemos con nuestras relaciones con el mundo? Y puedo continuar con las preguntas que cuentan a Cristina y a su núcleo de seguidores no como solución sino como problema.
III
La otra noticia de la semana fue el de la toma de tierras y en particular los acontecimientos que se desarrollaron en Guernica y en los campos de Casa Nueva, propiedad de la familia Etchevehere. Convengamos que Guernica y Casa Nueva pueden ser conflictos diferentes, pero tienen en común algunas cosas: la decisión de sectores políticos más o menos marginales de ocupar tierras reclamando objetivos justicieros, y el silencio, cuando no la complicidad, de ciertos sectores del gobierno con estas decisiones. Para ser justos, habría que decir que la principal imputación que se le debería hacer al gobierno sería su ambigüedad, vacilaciones que responden a dos motivos: por un lado la supuesta justicia de los reclamos y, por el otro, las dificultades o los escrúpulos que se le imponen para reprimir iniciativas promovidas por dirigentes que ocupan cargos públicos o adhieren al actual gobierno. Finalmente, tanto en Guernica como en Casa Nueva se impuso el principio reconocido por la Constitución Nacional, lo cual es una buena noticia, aunque queda pendiente cómo resolverá el gobierno acechanzas futuras o hasta dónde podrá sostener internamente esta ambigüedad alrededor de principios decisivos respecto de la gobernabilidad en un estado de derecho.
IV
La toma de Casa Nueva llevada a cabo por el autodenominado Proyecto Artigas (Pobre Artigas, sinceramente no se merece ese destino) dirigido por Juan Grabois, merece un comentario aparte. Se trata de la ocupación ilegal de la propiedad de una familia apoyándose en un conflicto entre hermanos y con el objetivo central de atacar a quien fuera ministro del gobierno de Macri y presidente de la Sociedad Rural, es decir, el representante de «los poderes fácticos», como le gusta decir a Grabois, concepto que reemplaza a lo que en otros tiempos se hubiera calificado sin vacilaciones como oligarquía terrateniente o burguesía rural explotadora. El operativo, además, se realiza invocando la reforma agraria, intentando hacer realidad el principio de crear «Dos, tres, muchos Guernica» y en homenaje a la corrección política, en nombre de un tipo de explotación rural sustentable, capaz de preservar el medio ambiente y justiciero en términos de distribución de riquezas que, dicho sea de paso y a juzgar por lo que intentaron hacer en Casa Nueva, demostraron ser absolutamente incapaces de crear. Hasta aquí, entonces, las palabras y las supuestas buenas intenciones. El otro capítulo es el de la ilegalidad, el ejercicio de la violencia impune y en particular el respaldo efectivo y tácito de funcionarios del gobierno nacional y de la provincia de Entre Ríos, incluyendo como broche de oro, la causa de género, o para ser más precisos, manipulando una causa noble, una causa regada por el dolor y el sacrificio de las víctimas, para objetivos políticos menores.
V
El desenlace de esta suerte de aventura es conocido, pero lo más notable es el carácter grotesco y farsesco del supuesto operativo a favor de la reforma agraria y en defensa del medio ambiente y el «género». Todo parece indicar que quienes ocuparon Casa Nueva no eran peones famélicos, campesinos explotados o pueblos originarios reclamando tierras de las que fueron despojados, sino chicos y chicas cuya exclusiva relación con la tierra la deben haber adquirido algún sábado a la tarde paseando por Plaza Francia o con alguna maceta del balcón de su departamento. Puede que la consigna «reforma agraria» esté algo desactualizada, pero admitamos que sigue siendo una causa que genera debates, aunque en el caso que nos ocupa lo notable es el grado de caricatura que han adquirido ciertas épicas del siglo veinte. Si no fuera por el comportamiento abiertamente ilegal respaldado por algunos funcionarios del gobierno o porque todo esto ocurre en un país devastado por la crisis económica y los rigores de la pandemia, o aunque más no sea, por el pobre ternero y la pobre oveja sacrificados por los redentores de la tierra, lo sucedido daría lugar a una excelente comedia interpretada, con todo respeto, por Luis Sandrini en el estilo «El diablo andaba entre los choclos», o, por qué no, y atendiendo el carácter urbano y el perfil de clase de los «Redentores», por Woody Allen, el Woody Allen de «Bananas» o de «Robó, huyó y lo pescaron».
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/265931-he-recibido-una-cartita-tuya-cronica-politica-opinion.html]