Elecciones en Estados Unidos

 

I

 

Advertencia a modo de abrir el paraguas: esta nota la estoy escribiendo el miércoles alrededor de las tres de la tarde. La última información que dispongo de las elecciones en Estados Unidos es que Biden dispone de 237 electores contra 213 de Trump. Los diarios que miro (no les vos a mentir, simpatizan por Biden) aseguran que el candidato Demócrata está ganando en Michigan y Wisconsin, una manera alusiva de decir que dispone de muchas posibilidades de ser el nuevo presidente de EE.UU. Tengo los años suficientes como para no comerme ese amague. Siempre dije que los resultados de las elecciones se los conoce después de que se contó el último voto. El principio vale para elecciones comunales en Gato Colorado, elecciones a gobernador en la provincia y también en elecciones en «Yanquilandia», como le gusta decir a tío Colacho, que le vive sacando el cuero a los «gringos», pero cada vez que puede veranea en Miami. Dicho esto, agrego que el nuevo presidente de EE.UU. aún no está elegido, sospecho que cuando usted tenga este diario en la mano tampoco lo estará, por más que Trump o Biden digan lo contrario. Para ser claro, digamos que el tiempo legal para decir quién será el ocupante de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años es hasta el 14 de diciembre.

 

II

 

¿Por qué nos importan las elecciones en EE.UU., a nosotros, argentinos que estamos en la otra punta del continente? Hay muchas respuestas, entre otras, porque nadie nos obliga a interesarnos, pero en homenaje al realismo digamos que las elecciones de EE.UU. nos interesan más que en cualquier otro país por la sencilla razón de que se trata de la potencia más poderosa del mundo o, para decirlo de una manera más «histórica», desde los tiempos de los romanos, y con Julio César, Calígula, Nerón y Marco Aurelio incluidos, siempre conviene saber, aunque más no sea por prudencia, qué pasa en el imperio. ¿Imperio? Sí, como oyó: imperio. Y de EE.UU. se pueden decir muchas cosas a favor y en contra, pero lo que no se les puede desconocer, para bien o para mal, es su condición de «imperio». Y de «imperio» dominante en los últimos setenta años, y tal vez me quede corto. La noticia no me alegra ni me pone triste, por la sencilla razón de que ni la alegría ni la tristeza pueden modificar lo que es. Conozco muchos libros, y algunos muy buenos, que explican críticamente esta gravitación de EE.UU. en el mundo, incluyendo sus abusos. Ahora bien, compartiendo las hipótesis de algunos de estos autores, me permito decir a continuación que, obligado a elegir, prefiero formar parte de lo que se conoce la «órbita de EE.UU.» que depender de la órbita China o Rusa. Como alguna vez dijera Alicia Moreau de Justo: «Prefiero ser negro en EE.UU. que obrero en la URSS». Ironías al margen, como biografía personal me consta que cuando padecimos los rigores de una dictadura militar, por mi libertad y por mi vida –y la de mis amigos de entonces- se interesaron mucho más Jimmy Carter y Patricia Derian que el compañero Fidel Castro y el camarada Leonid Brezhnev.

 

III

 

Retornemos a las elecciones. Se calcula que votaron unos 160 millones de personas. Veinte millones más que en 2016. Alrededor de cien millones de votantes lo hicieron por correspondencia, una licencia facilitada por los rigores de la pandemia. Como todos ustedes saben, en estas elecciones no necesariamente gana el candidato que obtiene más votos, sino el que suma más electores. Conclusión: gana el cargo de presidente el candidato que suma 270 electores como mínimo. Cada estado suma una cantidad establecida de electores. El que gana en ese estado se lleva todo. Esto explica que en estas horas funcionarios, políticos y periodistas estén más interesados en saber cómo salieron los candidatos en Florida o cómo están las cosas en Michigan, Pensilvania, Ohio o Wisconsin, que la suma de votos individuales. El sistema electoral, con las inevitables impurezas del caso funcionó con relativa eficacia y legitimidad hasta la actualidad. En 2000 hubo un chisporroteo entre las candidaturas de George Bush hijo y Al Gore. Finalmente, la copa quedó en manos de Bush por 537 votos de diferencia. Más la intervención precisa de la Suprema Corte de Justicia. Acotación al margen: hasta el día de la fecha, los dirigentes Demócratas de aquellos años juran y perjuran que fueron estafados. Y a mí me dan ganas de darles la razón.

 

IV

 

Y ya que estamos en tren de confidencias, digo que si votara en EE.UU. lo haría sin dudarlo por Joe Biden. No creo que a Trump mi confesión le haga perder el sueño, entre otras cosas porque me temo que los candidatos que a ciertos argentinos nos suelen gustar para EE.UU., a los yanquis de tierra adentro, a esa América profunda, no les gustan. A mi favor, recuerdo que en 2016 Hillary sacó tres millones más de votos (pensemos, para darnos una idea aproximada, en treinta canchas de River llenas de bote a bote), pero ganó Trump. Y ahora, tal como se presentan las cosas, es muy probable que a nivel de votos individuales Biden le gane a Trump, observación que hago para refutar a aquellos que teorizan acerca de la aluvional «ola» Trump. Nada de eso. Trump fue presidente hace cuatro años, y puede llegar a serlo una vez más, no porque la «inmensa mayoría del pueblo» lo vote, sino porque las reglas del sistema, de ese sistema que él en algunos puntos abomina, le permite serlo. Dicho con otras palabras, en una elección tal como se conoce en mis pagos, Hillary hubiera sido presidente; y así lo hubiera sido Gore en el 2000; y lo hubiera sido Biden el martes a la noche. Lo dicho no significa invalidar las reglas de juego que todos aceptan, pero no me vengan a continuación a presentar a Trump como un candidato antisistema, cuando son las reglas del sistema los que le permiten ser presidente.

 

V

 

Son muchas cosas que me desagradan de Trump. No me gusta cómo trata a las mujeres, no me gusta cómo trata a los periodistas, no me gusta cómo trata en general a los más débiles. No me gustan sus aires prepotentes de matón esquinero, sus arrebatos de millonario «exitoso», no tan diferentes a la abogada exitosa de nuestros pagos que también es millonaria y maltrata a periodistas y mujeres. No me gustan sus modos de concebir el poder. Supongo que es un candidato legítimo, supongo que es representativo de millones de norteamericanos, pero no expresa lo que a mí me gusta de EE.UU.; no expresa esa tradición de libertad y justicia que tan bien supieron representar Washington, Lincoln, Roosevelt, Kennedy, Clinton y Obama. Mucho menos me gustan los recientes comportamientos de Trump. Y me refiero a sus declaraciones denunciando fraude electoral desde hace semanas, y amenazando con que no va aceptar el resultado si pierde. Así de democrático: si gano todo está bien, si pierdo todo está mal. He aquí un modelo ideal de competencia. Raro, además. Que yo sepa, el fraude electoral lo comete el oficialismo, jamás puede hacerlo la oposición, ni aunque quiera.

 

VI

 

No me muero de entusiasmo por Joe Biden, pero está más cerca de los valores de los EE.UU. que a mí me importan. No es un santo, y mucho menos un comunista rabioso como le imputan sus adversarios. Es un «liberals» católico, (sería, después de John Kennedy, el segundo presidente católico en EE.UU.). Fue un vice digno de Obama y en lo personal ha sobrellevado con dignidad y coraje las tragedias familiares, tragedias que marcan a un hombre para toda la vida, por lo que, y a su favor, está lejos de la fatuidad de exitoso o ganador, valores que le encantan a su adversario. Supongo que si Trump es reelegido presidente algunas escenas del «sueño americano» quedarán marchitas, pero admitamos que en EE.UU., gane quien gane, hay políticas de Estado, hay controles institucionales y hay sociedades que pueden girar un poco más a la derecha, un poco más a la izquierda, pueden ser un poco más compasivas o un poco más duras, pero en lo fundamental no cambian. Por lo menos, hasta la fecha no cambiaron.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/266808-elecciones-en-estados-unidos-cronica-politica-opinion.html]

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