Joe Biden, presidente de Estados Unidos

 

I

A última hora del viernes escucho a Joe Biden. No dice que es el nuevo presidente de EE.UU. porque para esas torpezas con Trump tenemos bastante. Pero habla y se expresa como si fuera el presidente. Su voz, sus gestos, recuperan la mejor tradición de EE.UU.: serenidad, convicciones, perspectiva de futuro, recuperación de grandes tradiciones. Y en un momento difícil y «a la hora señalada» dice las palabras que los norteamericanos y todos los que respetamos a EE.UU. queremos escuchar con el mismo interés con que escuchamos en otros momentos a Obama, Kennedy o Roosevelt. La voz que escuché no es la de la política del garrote o de los marines desembarcando en playas ajenas o la del racismo, el macartismo y la discriminación. Para nada. Biden supo entonar la voz que nos recuerda al país que fundó el sueño americano de libertad y justicia, el sueño que deslumbró a Tocqueville y Sarmiento, el país al que en el siglo veinte el mundo le agradece haber derrotado al nazifascismo y al comunismo. «Estamos probando una vez más –dijo- lo que hemos demostrado durante 244 años: la democracia funciona». Perfecto. Y después esta lección que tiene un destinatario que por discreción no nombra porque no es necesario: «El propósito de nuestra política, el trabajo de la nación no es avivar las llamas del conflicto, sino resolver problemas, garantizar la justicia para darles a todos una oportunidad justa. Mejorar la vida de nuestra gente. Podemos ser oponentes pero no enemigos. Somos americanos». Casi 160 millones de norteamericanos votaron en estas elecciones. El porcentaje de votos más alto desde 1900. EE.UU. eligió al segundo presidente católico de su historia y la primera mujer vicepresidente: Kamala Harris. Una mujer inteligente, sensible y que expresa con su voz, su sonrisa, y hasta con el color de su piel, la diversidad de la que el mejor Estados Unidos se honra.

 

II

¿Ganó Joe Biden o perdió Donald Trump? Según parece se votó más en contra de Trump que a favor de Biden, pero si en el fútbol goles son amores, en política votos son amores. Y a la hora de instalarse en la Casa Blanca importa poco que ocupe esa presidencia porque lo votaron o porque votaron en contra del otro. A mí me dan ganas de pensar que la novedad no es que Trump perdió las elecciones sino que alguna vez haya sido presidente. Convengamos que en principio a este señor votos nunca le sobraron. Ya sabemos que en 2016 fue presidente sacando casi tres millones de votos menos que la buena de Hillary. Ahora parece que sacó cuatro millones de votos menos que Biden y con esas cifras ya no hay sistema electoral que lo salve de la derrota. ¿Por qué pierde? Objetivamente pierde porque llegó la pandemia. Con humor negro un analista yanqui votante de los Demócratas dijo que después de todo algo hay que agradecerle a la siniestra pandemia; reflexión no muy diferente a la que escuché en estos pagos hace casi cuarenta años, cuando se decía en voz baja, casi como una confidencia vergonzante, que la democracia argentina le debe una vela a Margaret Thatcher. Humor negro al margen, está claro que a Trump la pandemia le jugó una mala pasada, percance que él agravó con sus comportamientos y sus puestas en escena algo grotescas, algo siniestras, algo ridículas. Y en todos los casos instalando a EE.UU. como el país con más contagiados, más muertos y más nivel de desocupados. Con ese balance se hace muy pero muy difícil ganar elecciones.

 

III

Justo o injusto, las pestes, que llegan por maldición divina, torpeza de los hombres, desequilibrios de la naturaleza o por lo que sea, se pagan políticamente. Hace cien años exactamente Woodrow Wilson, el presidente Demócrata de EE.UU., el mismo que en su momento fue tan popular incluso resolviendo con dudosa eficacia y perspectiva histórica los tratados de paz posteriores a la primera guerra mundial, creó las condiciones para su partido fuera derrotado en 2020. ¿Por qué la perdió? Por varios motivos, pero según los historiadores el factor decisivo fue la bendita o maldita «peste española», peste que en realidad se originó en EE.UU. aunque los pobres españoles hayan tenido que cargar con el muerto. Más de 650.000 norteamericanos murieron con esta peste y en el camino se contagiaron dos secretarios del presidente, su propia hija y al final él mismo. En los comicios de 1920 –hace exactamente cien años- el candidato republicano Warren Harding, llegó a la Casa Blanca no porque los votantes lo quisieran o lo conocieran mucho, sino porque estaban algo hartos de los Demócratas y su Tratado de Versalles y su Ley Seca. Conclusión: en 1920 los platos rotos con Gripe Española de por medio, los pagaron los Demócratas; y un siglo después, la misma cuenta, pero esta vez por Coronavirus, la pagan los Republicanos.

 

IV

¿Es Republicano Trump? Más o menos. Trump es en primer lugar «trumpista», como Berlusconi, es berlusconista, como Bolsonaro es bolsonarista y Putin es putinista. Traducido a términos políticos, se trata en todos los casos de populistas, populistas de derecha pero populistas al fin, muy amigos de Carl Schmitt, muy amigos de polarizar a la sociedad, de azuzar los conflictos, de manipular prejuicios y de confiar más en su carisma que en las estructuras partidarias o en las propias instituciones del estado de derecho. En todos los casos sus enemigos declarados son los periodistas, la justicia independiente y los límites institucionales a sus afanes de quedarse para eternizarse en el poder. ¿Le recuerdan a alguien conocido? A mí sí. Pero bueno, regresemos a EE.UU. La vocación republicana y democrática de Trump es por lo menos opinable. Su estilo de gobierno, la calidad de su liderazgo está más cerca del autócrata que del político respetuoso del estado de derecho. Si esa autocracia electiva no se pudo sostener sospecho que no es por las credenciales democráticas de Trump sino porque en EE.UU. las instituciones son fuertes y la sociedad norteamericana respeta a sus presidentes pero no les deja hacer lo que se les da la gana. Por su parte, los Republicanos se sometieron a Trump por elementales razones de eficacia política, pero como los hechos lo confirman en estas horas, esos devotos republicanos trumpistas apenas tuvieron la oportunidad de darle el esquinazo se lo dieron.

 

V

Al respecto importa recordar que para más de un analista Trump pierde la presidencia porque se le cayó el triángulo de Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Leo por ahí, que otro dice que el termómetro de su derrota fue Arizona. No por el número de electores sino por lo que Arizona representa ¿Y que pasó en Arizona? Que Arizona fue el feudo político del mítico caudillo Republicano, John Mc Cain, famoso por su mal humor o por su humor negro, por su talante conservador, pero también por tomar distancia de los Republicanos cada vez que así lo consideró o se le dio la gana. Mc Cain murió en 2018 y dejó expresas instrucciones para que Trump no asista a su velorio y que los paisanos de Arizona nunca se olviden que pueden votar a quien quieran menos a Trump. Mc Cain en realidad fue una piedra filosa en el zapato de Trump. Además tenía con qué salirle al cruce. A diferencia de Trump, peleó por Estados Unidos y estuvo siete años preso por los Vietcong. Alguna vez Trump le dijo, con esa delicadeza humanista que lo distinguía, que a él le importan los soldados que luchan y no los que se dejan tomar prisioneros. La ola de indignación que despertó fue tan grande que lo obligó no a pedir disculpas, porque esa licencia Trump nunca se la permite, pero sí a decir que lo habían sacado de contexto, el recurso, dicho sea al pasar, de todos los políticos «que en mundo han sido» cuando no quieren hacerse cargo de lo que dijeron. Por su parte, Mc Cain se tomó algunas licencias. Enfermo de cáncer se presentó en el Senado y votó en contra de la derogación del programa de salud creado por Obama, el famoso Obamacare. Pues bien, la derogación no se produjo porque Mc Cain votó en contra y alentó a varios senadores para que lo acompañen. Y cuando Trump se abrazaba con Putin, Mc Cain declaró que «un presidente de Estados Unidos no lidera al mundo libre felicitando a dictadores por ganar elecciones ficticias». John Mc Cain se llamaba. Si se filma una película evocando su vida me gustaría que la dirigiera y la interpretara ese otro votante leal a los republicanos que se llama Clint Eastwood.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/267113-joe-biden-presidente-de-eeuu-cronica-politica-opinion.html]

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