I
Entiendo que la política dispone de sus componentes simbólicos, sus puestas en escena, sus relatos bizarros para satisfacer las fantasías o las ilusiones de la gente. Pero hay un límite. Ese límite el gobierno pareciera no tenerlo presente o las circunstancias lo han desbordado. En cualquiera de los casos, sospecho que estos juegos de la retórica y el teatro no nos van a salir gratis. Los senadores peronistas, por ejemplo, se dieron el gusto de mandarle un brulote al FMI o aprovecharon la circunstancia FMI para despellejar la gestión de Macri. No pudieron haber elegido peor momento para posar de nacionalistas y antiimperialistas. La carta más que un perjuicio para Macri fue algo así como una zancadilla al gobierno que los senadores dicen integrar. El chiquero armado de todos modos les deja a ellos el sabor dulzón de haberle confirmado a su tribuna que no aceptan las imposiciones de la banca usurera. Folklore con guitarra y bombos peronistas.
II
Después de la zamba del FMI, vino el malambo del impuesto a los ricos. ¿O contribución solidaria? Si la palabra impuesto quiere decir imponer y si toda solidaridad que merezca ese nombre es voluntaria, está claro que estamos más que ante un impuesto ante un apriete de dudoso cobro, porque lo más posible es que el tema se judicialice, aunque no me queda claro si a los peronistas les interesa cobrar el impuesto o lo que les interesa son las morisquetas del malambo para dejar contenta a la muchachada que se estremece de gozo cuando les dicen que le van a meter la mano en el bolsillo a los ricos. ¿No había otra cosa para hacer? Por supuesto que las había y mucho más eficaces y justas, pero la que más olía a circo, la que más le gustaba a un peronista de pelo en pecho fue la que finalmente aprobaron en Diputados y que seguramente pasará como por un tubo en Senadores.
III
No se me escapa el tono realista de la estrategia. Planteado en términos descarnados digamos que el ajuste es inevitable, el ajuste de hecho está ocurriendo y en los peores términos, pero una coalición de poder populista no puede desconocer los imperativos de la economía y las finanzas pero internamente necesita legitimarse aunque más no sea simbólicamente. Conclusión: ajustamos pero con los bombos del Tula con música de fondo. Por lo pronto, los platos rotos empezarán por pagarlos los jubilados que son viejos, no hacen huelgas y en general no votan a los peronistas. A joderse por gorilas. Mientras tanto pateamos la pelota para adelante a la espera de la llegada de tiempos mejores, incluyendo un aumento de la soja o alguno de esos milagros con que Tata Dios, que como se sabe es argentino, decide provocar para salvarnos una vez más la ropa. ¿Las irá bien, les irá mal? No lo sé, lo que sí me animo a predecir es que los argentinos de una manera u otra vamos salir de este pantano, pero vamos a salir con más moretones, con más andrajos, con más mugre. A lo argentino, como se dice. A lo argentino y peronista.
IV
¿Hay otras posibilidades? Siempre las hay o las debería haber, pero son muy difíciles. Los economistas parecen coincidir, por ejemplo, en que son necesarias reformas fiscales, tributarias y laborales. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato? El sentido común nos dice que en la Argentina se impone un acuerdo como hasta ahora nunca nos hemos animado a hacer. Un acuerdo alrededor de un puñado de temas a cumplir más allá de quién gobierne. Políticas de estado como quien dice. Políticas que se deben cumplir gobierne quien gobierne. Así lo han hecho los países civilizados en sus momentos difíciles. Pero claro, para hacerlo hay que despejar algunos inconvenientes. En primer lugar, tener conciencia de que estamos en el fondo del mar, una conciencia que en principio la debería tener la gente para exigirle a los políticos que se dejen de joder con fintas y amagues y se pongan a hacer política en serio. No estoy seguro de que esas «condiciones subjetivas» estén desarrolladas en la Argentina. En segundo lugar, los dirigentes deben sonreír un poco menos, prepararse para dar malas noticias y aguantarse «espalda contra espalda» el chubasco. Un ajuste es un ajuste, pero lo que importa no es tanto su rigor como convencer a la sociedad de que los esfuerzos estarán repartidos de la manera más equitativa posible y, sobre todo, transmitir la certeza de que después del ajuste saldrá el sol, para recurrir a una imagen un tanto gastada pero eficaz.
V
La conclusión es obvia: nadie tiene muchas ganas de ajustarse el cinto para que le digan después que no sirvió de nada o que hay que empezar de nuevo con otro ajuste o algo parecido, afianzando el principio no de la troskista revolución permanente, sino del morboso e insensible ajuste permanente. Los economistas dicen que la fiesta hay que pagarla, y dan buenos motivos para justificar el tamaño de la factura. Lo que ocurre es que para el hombre común y corriente la tal «fiesta» no la conocieron, y si estuvieron allí no se dieron cuenta. «¿De qué fiesta me habla señor, si yo lo único que hice en todos estos años fue romperme el lomo trabajando y eso cuando había trabajo?». Por supuesto que hay respuestas razonables a esta observación, pero convengamos que el prejuicio está instalado como certeza de sentido común, por lo que para alterarlo es necesario que la clase dirigente se ponga de acuerdo acerca de lo que se debe hacer y, al mismo tiempo, disponga de un alto ascendente moral, cosa que la sociedad esté dispuesta una vez más a creer en los que mandan. Hay experiencias en el mundo de «ajustes exitosos», pero en estos pagos yo no tengo memoria de algo parecido. Por el contrario, lo que circula es algo así como una paradoja. Para algunos el problema de la Argentina es que los ajustes no se hicieron, mientras que para el hombre de la calle la sensación es que desde que tiene uso de razón vive de ajuste en ajuste. ¿Cómo saldar desde la política ese desencuentro?
IV
Por último, el más grave y más urgente de los inconvenientes para arribar a un acuerdo, lo formulo a través de algunas preguntas. ¿Es posible en la Argentina actual diagramar un acuerdo con el objetivo de hacer funcionar el capitalismo? ¿Es posible arribar a un acuerdo para establecer al mismo tiempo las bases de un principio justo de distribución? ¿Es posible finalmente ponerse de acuerdo acerca de cuánto Estado y cuánto mercado es necesario para que esto camine? Y la pregunta de fondo: ¿Puedo ser esto posible con la presencia de Cristina Kirchner, es decir, con todo lo que ella es y con todo lo que ella representa, incluyendo su pasado y su presente, su prontuario y su poder? En política se sabe que todo puede ser posible. Y que los enemigos de ayer alguna vez se transformaron en los amigos de hoy. Pero un acuerdo nacional con Cristina, (no así con el peronismo), lo veo muy difícil. Hasta que me demuestren lo contrario, con ella mis dudas son superiores a mis certezas. Supongamos que a pesar de mis modestas prevenciones efectivamente Cristina auspicie un acuerdo, lo cual, qué quieren que les diga, no puedo ni imaginarlo. Pero como soñar no cuesta nada, vamos a creerle que efectivamente ella desea un gran acuerdo. ¿Qué hacemos con sus causas? ¿Las borramos? ¿Miramos para otro lado? ¿La indultamos? En la historia de los tiempos modernos para salvar a una nación se han hecho cosas peores, pero admitan conmigo que la encrucijada es política y moralmente fulera. ¿O será que los argentinos también deberemos resignarnos al principio formulado por tío Alberto para el peronismo: «Con Cristina no se puede pero sin Cristina tampoco»? ¿Mi opinión? Por ahora me la reservo, aunque repasando el título y el contenido de la nota me parece que ya la di.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/269375-pagaria-por-no-verte-cronica-politica-opinion.html]