John le Carré anunció en una de sus últimas entrevistas que podía morirse en poco tiempo. Tenía 89 años, había sufrido una congestión pulmonar y le terminaban de diagnosticar cáncer. Su infalible sentido de la realidad no le permitía engañarse o hacerse trampas o inventar coartadas o consuelos. Anoche anunciaron su muerte y yo por supuesto la sentí porque un tiempo, una manera de entender el mundo y vivir la literatura se va con él. En las necrológicas lo presentan como un autor de novelas de espionaje. Supongo que lo hacen de buena fe, pero para mí Le Carré es en primer lugar un excelente escritor más allá de los rótulos de los géneros. Un excelente escritor que eligió escribir novelas de espionaje y lo hizo de manera magnífica. Su última novela «Un hombre decente» así lo certifica. El problema es que durante muchos años yo esperaba la próxima novela de Le Carré. Y la esperaba porque sabía que iba disfrutar de su lectura y en más de un caso de su personaje más logrado: George Smiley que, según se mire, puede tener el rostro de Richard Burton o Alec Guinness. Una confidencia me permito: Le Carré me reconcilió con las novelas de espionaje porque para fines de los años sesenta Ian Fleming y James Bond, sinceramente, me tenían harto. Hasta que llegó el amigo con el libro bajo el brazo y me dijo «Aprendé a leer». y me entregó «El espía que llegó del frío». Y de allí en más mi «romance» con Le Carré se mantuvo firme hasta su última novela. La muerte tiene esas cosas. Pone punto final. En este caso, la espera por la próxima novela terminó. Nada trágico, peor convengamos que algo se pierde, algo falta. Lo releo siempre, pero no es lo mismo. De la mano de Le Carré conocí más o menos para la misma época, a Graham Greene y sobre todo «El americano impasible» y «El tercer hombre». Y «La máscara de Dimitrios», de Eric Ambler. Y «Mr. Arkadin», de Orson Welles. Pero el guía, mi guía fue él, John le Carré o, lo que es exactamente lo mismo, David John Moore Cornwell, quien alguna vez dijo que escribía novelas para tener algo que leer cuando sea viejo». Y se moría de risa. Porque su sentido del humor era exquisito, lo que no le impidió en los últimos años enojarse con Boris Johnson, Trump y Putin a los que llegó a
despreciar porque el hombre sabía muy bien por qué merecían su desprecio. Alguna vez le ofrecieron títulos nobiliarios. Los rechazó con elegancia pero sin vacilaciones. A John le Carré le gustaba «Volar en círculos» y sobre todo estaba orgulloso, más que de su condición de escritor, de su condición de hombre decente. Buen viaje querido John.
Santiago Paz, Marta Montenegro y 47 personas más
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