Al momento de tomar la decisión de crear la Conadep un 15 de diciembre de 1983, el flamante presidente Raúl Alfonsín sabía que con esa iniciativa cumplía con un deber político de conciencia y una promesa electoral, aunque el precio a pagar por parte de los adversarios de esa decisión sería muy alto. Juzgar a los militares responsables de la represión ilegal debería haber sido en principio tarea de los jueces, pero después de siete años de dictadura existían previsibles recelos respecto de la calidad de muchos de esos jueces. La otra posibilidad era la reclamada comisión bicameral, pero con buen tino el presidente temió que esa instancia diera lugar a un debate tan interminable como estéril. Había que juzgar a los militares, por supuesto, pero si se aspiraba a ser coherente con la ética de los derechos humanos era necesario dejar en claro que también hubo una responsabilidad por parte de organizaciones armadas que practicaron el terror en nombre de un orden político cuyo referente objetivo en aquellos años era el practicado por Pol Pot en Camboya, cuando no las promesas totalitarias de Cuba. No es tan complejo, por más que intentan presentarlo como complejo: los argentinos nos horrorizamos por el terrorismo de Estado, pero también se impugnó el accionar de organizaciones armadas cuyos métodos, y también sus objetivos, eran rechazados. Puede que la metáfora de «Los dos demonios» merezca ser revisada, pero esa revisión no incluye revisar los conceptos centrales que lo motivaron. No terminaban allí los dilemas y las resistencias. Por lo pronto, el principal partido opositor, el peronismo, estaba a favor de la autoamnistía a los militares, pero una vez conocida la victoria electoral de la UCR, el peronismo procedió a hacer lo que mejor sabe hacer cuando es opositor: oponerse a todo con argumentos simultáneos de izquierda y de derecha sin hacerse cargo de nada, sin hacerse cargo de Montoneros y las Tres A, sin hacerse cargo de Isabel y López Rega, sin hacerse cargo del pacto sindical militar, sin hacerse cargo de Herminio Iglesias y Luder, teórico ingenioso de la impunidad a los verdugos. El peronismo en estos temas sabe lo que hace. Alfonsín por lo tanto fue impugnado por atacar a los militares, reserva moral de la nación y, al mismo tiempo, de no ir a fondo contra los responsables de la represión. ¿Cómo se puede hacer semejante proeza violatoria hasta de las reglas de la física? Consultar con los peronistas. La izquierda también estuvo en contra de la Conadep por considerar que era una capitulación inadmisible ante los militares, aunque no conozco que hayan dicho una palabra por la capitulación de Fidel Castro con los dictadores argentinos. Algo parecido, y con su proverbial tono, decía Hebe Bonafini, seguramente porque se estaba preparando para participar en sus queridos y austeros y transparentes «Sueños compartidos». Según Hebe, Alfonsín mentía, Tróccoli mentía y la Conadep mentía. La verdad por supuesto, esperaba la presencia redentora de Néstor y Cristina, quienes para esa época estaban dedicados a militar full time en la humanitaria tarea de desalojar de sus viviendas a la víctimas de la 1050. Lo cierto es que la Conadep salió contra viento y marea y si históricamente se sostuvo fue porque hubo una voluntad política fuerte en sostenerla y esa voluntad contó con el respaldo de amplios sectores de la sociedad poco dispuestos a dejarse engañar por las premoniciones sombrías y rebosantes de mala fe de sus detractores. Contribuía de manera decisiva a esa aceptación la calidad ética y el prestigio de los integrantes de la Conadep: Ernesto Sabato, Marshall Meyer, Jaime de Nevares, obispo Carlos Gattinoni, René Favaloro, Graciela Fernández Meijide, Gregorio Klimovsky, Magdalena Ruiz Guiñazu, entre otros. Se trabajó duro y, como para dar el ejemplo, sin sueldos. Antes del año se presentó el informe al presidente Alfonsín y el país pudo conocer lo que Sábato calificó como una temporada en el infierno en el tiempo del desprecio. Además de datos con nombres y apellidos de las víctimas, el país tuvo la certeza de que por primera vez en la historia los verdugos quedaban en evidencia y pagarían por sus crímenes. Fue un ejemplo para nuestra historia, pero fue también un ejemplo para el mundo. Sin las condiciones políticas y sociales creadas por la Conadep no hubiera sido posible el Juicio a las Juntas. El mundo contempló asombrado la hazaña moral de un gobierno civl juzgando a los militares. Semejante proeza cívica no se hizo en ningún país del mundo. Lo que más se aproximó fueron los juicios contra los militares golpistas de Grecia, pero los alcances de la Argentina fueron mayores. Alguna vez se intentó compararlos con Nuremberg, pero en Nuremberg hubo una guerra ganada y tribunales internacionales. Insisto con los juicios a la Juntas porque la Conadep fue su antecedente necesario y eficiente. Por supuesto, sus enemigos no dejaron de criticarla. Los mismos que la sabotearon en diciembre de 1983 continuaron saboteándola hasta el día de hoy. De la retórica de los partidarios del régimen militar no hay mucho más que decir que lo dicen sus propios textos de una elocuencia que muy merecería calificarse de escatológica, pero me importa detenerme en la faena sucia realizada por los simpatizantes de la autoamnistía, quienes luego de apostar a la impunidad militar marcharon sin vacilaciones ni pausas a realizar todas las zancadillas posibles, sin excluir los indultos, mientras al mismo tiempo reivindicaban las bondades redentoras de la patria socialista. La Conadep les molestaba y les molesta porque los pone en evidencia. Pone en evidencia la falsedad de sus mitos y la inconsistencia o el fraude de sus relatos. Algo había que hacer y lo hicieron. Como no podían anularla o incluirla en la lista de desaparecidos, procedieron a cambiarle el texto de presentación el prólogo. Sospecho que a George Orwell y a su Gran Hermano no se le hubiera ocurrido semejante operativo de falsificación de la historia. Sospecho que todo fue en vano. En el futuro la maniobra falsificatoria quedará como es: una tarea ruin practicada por personajes políticamente ruines. Les guste o no, la Conadep se ganó un lugar en la memoria moral de los argentinos porque la verdad suele ser más consistente que la mentira; las convicciones, suelen ser más fuertes que el oportunismo; porque Alfonsín en materia de derechos humanos es más convincente y coherente que Luder, Menem y Kirchner; porque Graciela Fernández Meijide es más creíble y más humana que Hebe Bonafini, y porque si alguna duda quedase al respecto, la escritura de Ernesto Sabato es más compleja, más trágica, más certera y más conmovedora que el panfleto manipulador y tramposo escrito por Eduardo Duhalde con el auspicio del poder.
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