Si alguien me pidiera una evaluación acerca de la actual situación política la expresaría en los siguiente términos: al Gobierno no le va mal pero al país sí. ¿Contradictorio? Claro que lo es. Y supongo que de su resolución depende el destino de los argentinos.
¿Seguro que al Gobierno le va bien? Por lo pronto lo que digo es que no le va mal, lo cual no es exactamente lo mismo. Y no le va mal porque, desde una perspectiva estrictamente política, asegura el orden, un orden que podemos objetar pero no desconocer.
Fin de año concluyó sin estallidos sociales o hiperinflacionarios y hasta el momento no hay indicios de que algo parecido vaya a ocurrir. Asimismo, la coalición de poder se mantiene. Con tensiones, con diferencias internas, pero sin indicios de rupturas.
Es probable que el kirchnerismo haya conquistado más posiciones de poder, pero daría la impresión que el poder absoluto no lo dispone, o por lo menos hasta la fecha no lo dispone, tal vez porque las resistencias internas sean fuertes, tal vez porque la sociedad no esté dispuesta a consentirlo, tal vez porque el kirchnerismo no disponga aún de recursos políticos y sociales para someter a un país como la Argentina.
Por lo pronto, lo que sí resulta evidente es que la coalición de poder no se ha quebrado y no se quebrará hasta tanto no ocurra algo que convenza a los dirigentes oficialistas algo disconformes que es más productivo políticamente (suma de intereses públicos y privados) estar afuera que adentro.
El problema que esta estabilidad política del oficialismo se configura en un país cuyos índices económicos, sociales y culturales son pésimos sin señales en el horizonte de que vayan a mejorar.
¿Cómo se explica este contraste? Hay muchas explicaciones, pero en principio digamos que la “virtud” del populismo criollo consiste en su capacidad para controlar y regular los conflictos sociales. Los mismos que alentaron arrojar toneladas de piedras contra el Congreso (en un operativo que hasta Trump hubiera envidiado) por la sanción de una ley que objetable o no estaba muy lejos de ser la más negativa que habrían de padecer los jubilados, son los mismos que tres años después no solo sancionan una ley bastante más perjudicial para el bolsillo de los jubilados sin que “se mueva una mosca”.
Es que nos guste o no, el peronismo puede hacer ambas cosas: incendiar a voluntad y apagar incendios a voluntad.
Esto se llama –cinismo incluido- poder, un poder que se sustenta en tradiciones, en liderazgos en la sociedad civil, en disponibilidad de recursos corporativos. Por supuesto, estas facultades no se ejercen gratuitamente. Salen caras. Y los recursos se obtienen del sector productivo, mientras que la ideología que sustenta socialmente esta realidad podríamos denominarla pobrismo o asistencialismo. O una suma de intereses corruptos y mafiosos que aseguran el control social con el consentimiento de sus víctimas; o, para denominarlo con otros términos, con el consentimiento de quienes no les ha quedado otra alternativa que resignarse a no dejar nunca su condición de pobres.
Mientras tanto la Argentina, al decir de Ezequiel Martínez Estrada, se hunde: más pobres, más inseguridad, más ignorancia, más derrumbes de las clases medias. Las condiciones del país son tan ruinosas que el propio oficialismo las admite, para agregar a continuación que la responsabilidad de lo sucedido la tiene la gestión de Macri, la pandemia y la conspiración aviesa y perversa de la alianza entre medios de comunicación hegemónicos, jueces decididos a encarcelar militantes nacionales y populares y empresarios “sin Dios y sin patria”.
Por su parte, la oposición hace lo que puede y lo que le dejan. Pone límites y lo hace con el apoyo de ese actor social que se llama “el 41%” que se moviliza cada vez que desde el Gobierno se pretende conculcar libertades, concentrar el poder, asegurar impunidad o atacar más que a la propiedad privada en general a los sectores productivos más dinámico de la economías, o más conectados con el mercado mundial, o más modernos, o con mas posibilidades de habilitar fuentes de trabajo.
Al respecto, importa tener presente que el gobierno no está en contra de la propiedad privada, como lo confirma diariamente la voracidad propietaria de algunos de sus principales dirigentes y empresarios. Tampoco está en contra de la libertad de prensa, sino en contra de los periodistas o los medios que lo critican. Del mismo modo que sus problemas no son con todos los jueces, sino con los jueces que no fallan como ellos quisieran.
En este escenario no es desacertado observar que más allá de los discursos nuestro destino más probable es Venezuela o algo que se parezca mucho a esa suerte de Meca de la causa nacional popular.
Ello incluirá progresiva concentración del poder, más pobres y más arbitrariedades y exilios de capitales, exilios de capitalistas y exilios de las clases medias. ¿Son tan malos los kirchneristas que nos desean ese fin? Supongo que muchos de ellos creen que por ese camino se construye una sociedad más justa, más igualitaria, pero sobre todo una sociedad opuesta a los pecados liberales y a la codicia capitalista. Es lo que creen, aunque la historia se cansó en probar que la diferencia entre creencias y resultados es abismal y trágica.