Que la primera declaración del presidente de la nación sea “meterle mano a la justicia” es una confesión a viva voz acerca de cuáles son las prioridades del poder, confesión que por otra parte a nadie debería llamar la atención porque es un secreto a voces que para el gobierno “meterle mano a la justicia” es un objetivo estratégico o, para decirlo de una manera más inmediata, se trata de cumplir con el objetivo nacido del compromiso adquirido por Alberto Fernández con Cristina y que consiste, lisa y llanamente, en borrarle todos los procesos y si es posible otorgarle una medalla de bronce por los patrióticos servicios prestados a la patria por ella, su marido y, por qué no, sus hijos, porque sabemos que en las monarquía reales las lisonjas, mercedes y beneficios son para la monarca pero se extienden a la Casa Real. Para el presidente de la nación, los compañeros Amado Boudou y Milagros Sala son algo así como mártires o rehenes de una justicia insensible y sometida a los poderes hegemónicos, como les gusta decir. Transformar a un arribista social, a una suerte de buscón salido de las páginas más sórdidas de la picaresca en un héroe nacional y popular es una de las singulares hazañas culturales de la causa K o, me temo, un síntoma de notable alienación política. Ponderar las virtudes de una supuesta exponente de los pueblos originarios como Milagros Sala, la persona o la capanga que hizo de la causa justiciera de la solidaridad social un formidable negociados que incluyó la construcción de un doble poder financiado desde la nación y dedicado a acumular riquezas ejerciendo métodos despóticos y criminales de dominación sobre la pobre gente, es otra de las asombrosas conclusiones ideológicas de los irredentos revolucionarios criollos. “Meterle mano a la justicia” podría ser pensado como un acto fallido, una frase desdichada institucionalmente que no debería estar presente en el vocabulario de un presidente de la nación, aunque, contemplado desde otra perspectiva, habría que destacar la sinceridad expresiva del presidente, porque efectivamente lo que el poder que representa lo que quiere es eso. “Meterle mano a la justicia” significa atropellar, resolver de prepo, de furca, de apriete, a lo guapo o a lo macho, como a ellos les gusta. ¿Pero es perfecta la justicia que tenemos? Creería que no, entre otras cosas porque si hubiera una justicia efectiva hace rato que la señora y sus compinches deberían estar entre rejas, No hay una justicia perfecta, creo que en ninguna parte del mundo la hay, pero sus problemas no se resuelven “metiéndole mano”, sino con procedimientos institucionales limpios y valores que privilegien la justicia y no a sus violadores. Conociendo el pedigree populista, y en algunos caso el prontuario, hay motivos para temer que “meterle mano a la justicia” para imponer “correcciones” no apunta a corregir sus vicios sino a arrasar con lo que todavía sobrevive en la Argentina como justicia independiente. Y al respecto siempre tener presente que los paradigmas de jueces para la causa K se llaman, entre otros, Norberto Oyarbide y Eugenio Zaffaroni. O Ezequiel Pérez Nami, el flamante magistrado que acaba de otorgarle a la señora pensiones, sueldos, eximición de Ganancias y propinas para que quede claro quién manda en estos pagos, quién se beneficia y quién hace lo que se le da la gana. Y sobre todo, anticipando cómo sería en el futuro la justicia argentina una vez que el presidente haya hecho realidad sus objetivos de «meterle mano a la justicia».