Viernes 15 de enero 2021

Llueve en La Cumbre. Llueve desde temprano. Una llovizna fina estremecida por truenos lejanos tiñe de gris el paisaje. Hoy no voy a escribir ni voy a hablar de política. La política –lo sé- es necesaria- pero no puede ni debe ser todo. Ese álamo y aquella línea oscilante de sauces y eucaliptus con sus follajes apenas estremecidos por la brisa y el remolino de gotas, sugieren una verdad que apenas alcanzo a percibir y por eso es bella. Una verdad que más que revelarse se insinúa como la sonrisa de una mujer enamorada. Ese cielo gris y esas nubes color plomo que lo recorren poseen un tono de melancolía y fugacidad que se aproxima al recuerdo de un amor perdido o a un inesperado instante de felicidad. El día dedicado a mi nieto y a la literatura. Escucho música y escribo; Franco juega con la play. Yo en el balcón; él desparramado en el sillón. No hablamos, pero él sabe que está con su abuelo y yo sé que estoy con mi nieto. Desde el balcón el paisaje se parece a un cuadro de Monet o Morisot. Los tonos de luz que la lluvia le otorga a los árboles, la armonía de colores suavizados por la niebla. Y el silencio. Y esa soledad que no agobia. A mediodía me toca cocinar. Huevos revueltos con jamón y queso. Pondremos la mesa en el balcón. Un vaso de vino para mí, un vaso de Coca Cola para él. Después, a la siesta, acordamos ver una película. Continúa la lluvia. Y disfruto del instante. Se sabe que la felicidad es inasible. Llega y se va, pero de cada uno de nosotros depende la posibilidad de percibirla. Es lo que estoy tratando de hacer.
Tú, Mary Tevez, Vilma Battioni y 161 personas más
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