Algunas precisiones racionales y emocionales sobre la muerte de Menem. La muerte no hace a nadie ni más bueno ni más malo. A nadie le deseo la muerte, porque a nadie se le debe desear lo que tarde o temprano a todos nos va a tocar. Que descanse en paz si es que esa condición existe. Que descanse en paz en su cementerio islámico. Fue peronista. Observación necesaria para todo aquellos peronistas que le negaron esa condición. Peronista de los noventa con caída del Muro de Berlín incluida y agotamiento de un modelo estatal. Tan peronista como Kirchner. Alguna vez Corach dijo algo importante: Si Menem hubiera sido presidente a partir del 2003 hubiera hecho lo mismo que Kirchner; y si Kirchner hubiera sido elegido en 1989 habría hecho lo mismo que Menem. Lo firmo. El peronismo no es un modelo económico, es un modelo o una modalidad de ejercer el poder que los argentinos conocemos desde 1945. Menem creyó en el liberalismo como Kirchner creyó en los derechos humanos. En ambos casos la fe íntima que los convocaba era su ambición personal y la condición peronista. Hasta para pelearse fueron peronistas. Se adularon, se mintieron, se estafaron. Y finalmente se reconciliaron alrededor de uno de los temas centrales del poder peronista: la corrupción. Menem debería haber estado en la cárcel hace rato; el mismo destino que le correspondería a Cristina y a Néstor si viviera. Menem se valió de los recursos del poder y la solidaridad incondicional del peronismo para rehuir la cárcel: Cristina está haciendo exactamente lo mismo. Y todo el peronismo cierra filas detrás de su causa.
La pizza con champagne, Versace, la Ferrari, las relaciones carnales con la farándula, las novelas de Borges y los textos escritos por Sócrates fueron la marca registrada de la cultura menemista. Su heroína fue Samantha Farjat. Nunca creyó en nada, motivo por el cual estaba dispuesto a todo. Su exclusiva fe fue su propia estrella. Hay que admitir en ese sentido que fue un presidente feliz. Su relación con el poder era sensual, lujuriosa y de alguna manera infantil. La tristeza la conoció cuando dejó la presidencia. Su ausencia de culpa era absoluta. Desconocía el remordimiento. También su ausencia del ridículo era absoluta. Podía pasearse luciendo patillas y casaca federal; presentarse como jugador de fútbol, lucir jogging brilloso, colocarse un “gato” en la cabeza para simular una caballera perdida para siempre. Amaba los zapatos, blancos pero su color preferido era el dorado. Su gusto era el de la ostentación y el derroche. Solo fue austero con los libros. En sus diferentes residencias las bibliotecas brillaban por su ausencia. Fundó una estética y una ética. La estética era la del cholulo; la ética la del arribista. Su estilo osciló entre el arribista, el pícaro y el cuentero. Un personaje entre el Viejo Vizcacha y el Laucha; entre el Gordo Villanueva y Avivato. Hablaba con todos y para todos tenía la palabra oportuna, pero feliz, lo que se dice feliz, se sentía cuando lo acompañaban Olmedo, Porcel, Facha Martel o Moira Casán. Amó el poder y lo disfrutó; pero la política lo aburría. Se dormía en las reuniones de ministros, pero resucitaba espléndido y garboso en un baile, una carrera de autos, una fiesta, una exhibición con el karting o disfrazado de jugador de fútbol. A los nuevos ricos les enseñó que ser ignorante, vulgar y guarango podía ser una virtud excelsa. Las frivolidad como paradigma de sabiduría.
El debate acerca de si los Kirchner fueron más o menos corruptos le podría interesar a Henry James que siempre amó los matices. En mi caso yo creo que ese debate se parece mucho al célebre debate acerca de si Al Capone era más mafioso que Lucky Luciano. O, para o irnos tan lejos, debatir si Moyano es más o menos corrupto que Barrionuevo. A no llamarse a engaño: la corrupción y la pobreza estructural con su consabido clientelismo social lo tuvo a él como uno de sus principales creadores. Que los Kirchner a esa “virtudes” las hayan multiplicado no le niega al riojano sus méritos originales. Y mucho menos lo transforma en un estadista, justamente él que realizó aportes decisivos al desguace del estado desde su adhesión incondicional al capitalismo de amigos.
Estoy dispuesto a reconocer “cosas buenas” en su gestión. Puedo admitir que los kirchneristas robaron más. A lo que sumaría que en los años menemistas no hubo grieta o no la hubo en esa intensidad. Controló la inflación, por lo menos durante unos años. Después de la hiperinflación, creció el empleo, la productividad, el consumo y en el contexto de la globalización el país se modernizó, con una base frágil pero se modernizó. Reformó la Constitución porque quería ser reelegido. Fue su objetivo decisivo. Para ello hizo concesiones menores o concesiones en temas que no le interesaban. Esa constitución curiosamente es la Constitución que logró mayor consenso político en nuestra historia.
Insisto en que si bien su figura está más cerca del cuentero, del pícaro, era más partidario de la seducción que de la violencia. De todos modos, a la hora del balance de alguien que no puede y no tiene ganas de tomar distancia de las pasiones del momento, un esto de ánimo, una predisposición espiritual no es muy diferente a la de los habitantes de la ciudad de Río Tercero.