Crónicas santafesinas

I

Juraría –nunca jures en vano- que al doctor don Luis Muñoz lo conocí en noviembre de 1968. Una vaga precisión en las fechas proviene de la certeza de saber que estábamos cerca de fin de año, que preparaba Derecho Romano para rendir con el doctor Benjamín Stubrin y que hacía calor, esos calores santafesinos acompañados de humedad y mosquitos. ¿El lugar? La Plaza Constituyentes, mesas de bar que en ese tiempo la municipalidad permitía que las instalen en la ochava de la plaza entre Urquiza y Santiago del Estero. El dueño del bar de entonces creo que se llamaba Avalos. No era el bar que más frecuentaba, pero de vez en cuando nos caíamos por allí porque estaba cerca de casa, es decir del departamento que alquilábamos entonces en Crespo entre Urquiza y 4 de Enero, una vieja casa de estudiantes que respondía al sugestivo e inquietante apodo de «Stalingrado», no sé si en homenaje a Stalin o al poema que Neruda escribió en homenaje a Stalin.

 

II

Pero volvamos a esa noche de noviembre de 1968 en la Plaza Constituyentes. Niki, algo así como el gurú de la mesa, por sus años, su sabiduría y su estado permanente de estudiante crónico, de pronto se paró y saludó con una exclamación -rara en él que solía ser tan parco, tan medido- a un señor de traje gris, cabellos canosos, que cruzaba la plaza en dirección a calle Junín. «¡Doctor Muñoz», fue la exclamación. Y se acercó a saludarlo y, segundos después, el caballero estaba en la mesa. Yo, al doctor Muñoz, al Gallego Muñoz, como le decían los muchachos, lo conocía de nombre. ¿Quién que anduviera por la facultad y fuera medianamente atento no conocía a «los Gallegos», es decir, a Angelita Romero Vera, el Gallego de Córdoba y el Gallego Muñoz? ¿Quién no los conocía? Es verdad que hubo otros «gallegos» antes, como por ejemplo don Manuel de Rivacoba y Rivacoba o don Jiménez de Asúa, pero cuando yo llegué a la facultad ellos ya eran historia. O sea que esa noche tuve el gusto, y de alguna manera el privilegio, de compartir una mesa regada con vino servido en pingüino y porrones de cerveza con don Luis Muñoz, profesor de Derecho Comercial y decano de la facultad hasta el golpe de Estado de junio de 1966.

 

III

O sea que esa noche de 1968 completaba mi ciclo de conocimiento de «los gallegos». Nunca fui alumno regular de ellos, pero a los tres, no por casualidad, los conocí en un bar. A Angelita en el bar de la facultad; a De Córdoba, en el bar de bulevar y 9 de Julio; y a Muñoz, en el bar de Avalos. Digo no por casualidad, porque los tres, cada uno en su estilo, además de dictar su cátedra en la institución, dictaban sus cátedras paralelas en los bares de las inmediaciones de la facultad, cátedras de horarios irregulares y con asistencia libre. Un solo requisito se exigía para honrar esas mesas. Estar dispuesto a escuchar y dispuesto a discutirles. A cada uno en su estilo, repito, pero con inconfundible gracejo «gallego», les encantaba provocar a sus interlocutores estudiantes. Los tres eran grandes profesores y lo eran a tiempo completo. Podían estar en un bar, en una peña, en un boliche o en un pasillo de la facultad donde armaban su propio corrillo de estudiantes, pero en todo momento dejaban claro que los profesores eran ellos. Y lo eran en todo: en sus modales, en el tono de su voz, en su vestuario clásico y formal. Lo digo con orgullo: fui muy amigo de los tres, pero siempre los traté de «usted». Eran mis mayores y así debía ser.

 

IV

Esa noche de Plaza Constituyentes don Luis se quedó un rato. Hablaba en voz baja, escuchaba con algo de atención y asombro y en su boca siempre estaba latente la ironía, la burla suave, a veces el sarcasmo. A diferencia del Gallego de Córdoba, era muy cuidadoso de las formas, pero eso no le impedía las expansiones verbales. Muñoz había participado de la guerra civil española ocupando algunos cargos políticos importantes en la República iniciada en 1931. Y hasta se permitía la licencia de acompañarnos entonando las míticas coplas de la guerra civil. Derrotada la «república» en 1939, don Luis se exilió, como tantos republicanos, en México y, según tengo entendido, integró en algún momento el gobierno republicano en el exilio, participando de las ruidosas intrigas de los exiliados que, fieles a su linaje, trasladaban las polémicas internas a las tabernas donde se reunían para acompañar con vino o tequila los sinsabores de la derrota y las esperanzas del retorno.

 

V

Siempre se dijo que Luis Muñoz fue una de las «eminencias» del «Derecho Comercial». Más no puedo opinar, porque a ese campo del saber lo ignoro totalmente, pero me consta que sus libros eran ponderados en el mundo jurídico y aún hoy son material de consulta. Mi relación con él se tejió en los bares, en las peñas estudiantiles que frecuentaba con su traje, su corbata y su aire doctoral, y más de una vez en su casa que en aquellos años estaba en la esquina de Necochea y Balcarce. Era inteligente, pero además era astuto. Un «zorro plateado», como alguna vez me dijera en voz baja. Siempre se preocupaba por hacerte sentir que eras importante. Recuerdo que una vez le dijo delante mío a un profesor uruguayo que yo era el dirigente estudiantil que lo mantenía actualizado con bibliografía marxista. Es verdad que yo le llevaba a la casa libros y diarios de izquierda que nunca supe si los recibía por amabilidad o si los leía, pero de allí a ser el señorito que lo asesoraba en bibliografía de izquierda hay una pequeña y sutil exageración que a don Luis le encantaba ejercer.

 

VI

Dos o tres anécdotas lo representan, anécdotas que desde que llegué a la facultad se comentaban con humor y asombro. Muñoz fue propuesto a decano por un grupo de profesores. Competía con otro profesor del que no viene al caso dar su nombre. Reunión en el Consejo Directivo y votación pareja. Cumpliendo con los protocolos de las formalidades el profesor opositor vota por Muñoz. Pues bien, cuando le llega el turno a don Luis, sin inmutarse y apenas moviendo la cucharilla del pocillo de café exclama: «Pues yo voto por Luis Muñoz». Y fue decano por la diferencia de un voto, su voto. Por supuesto tuvo una oposición feroz. Alguna vez lo interpelaron por haber salido de juerga (luego de un Congreso jurídico celebrado en nuestra facultad) con un par de profesores mexicanos y chilenos, con los que además de compartir copas y otras satisfacciones remataron la noche cantando corridos mexicanos y coplas españolas por calle San Martín. «Es insólito… es una vergüenza», exclamó el mismo profesor que perdió el decanato por un voto.

 

VII

Pero la anécdota que pone en evidencia su sentido del humor y sus reflejos para resolver situaciones incómodas, fue cuando en una reunión del Consejo Directivo de la facultad, sus opositores le reprochaban al señor decano haber asistido a un congreso jurídico en un país comunista, no recuerdo si Checoslovaquia o Polonia, para el caso es lo mismo. En cierto momento uno de sus interpeladores le pregunta con tono amenazante: «Doctor Muñoz, ¿usted admite que el Congreso al que asistió era una paralela del Partido Comunista?». Don Luis, sin levantar la voz y sin dejar de jugar con la cucharilla de café, responde en voz baja que sí, pues que sí, pues que era una paralela. Con gesto triunfante, el acusador se dirige a los presentes y exclama: «A confesión de parte relevo de pruebas… señores profesores, señores estudiantes… tenemos un decano comunista». Entonces, don Luis saca de la galera una singular teoría geométrica: «Yo he admitido que el congreso, al que tuve el honor de asistir, fue una paralela del Partido Comunista, pero les recuerdo a todos que las paralelas son dos líneas trazadas una al lado de la otra y nunca se tocan, ni siquiera se rozan». Aplausos jubilosos de la barra estudiantil.

 

VIII

Don Luis Muñoz. El Gallego Muñoz. Lúcido, gentil, alegre. La última vez que lo vi fue en 1978 en la galería Peiroten alrededor de las cuatro o cinco de la tarde. Traje oscuro y portafolio. Tomamos un café y conversamos de las peripecias de la dictadura miliar. Me comentó como al pasar que viajaba a México. Después, no sé quién, ni cuándo, ni dónde, me anunció que murió en el avión a diez mil metros de altura. En su ley claro está, un final digno de su linaje, porque para el Gallego Muñoz volar alto siempre fue importante y necesario.

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/285834-don-luis-munoz-cronicas-santafesinas-opinion.html]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *