Ovidio Lagos: “Mi madre fue una mujer bellísima e inteligente”
Ovidio Lagos, exponente de un linaje periodístico célebre en nuestra provincia, nieto del fundador del diario La Capital e hijo de quien fuera durante años un respetado y considerado director, estuvo en nuestra ciudad presentando su último libro “Una mujer irreverente”, un texto donde el personaje central es su propia madre, Elvira Rueda de Lagos.
Ovidio Lagos en el acto de presentación de su libro, realizado en el Club del Orden. Foto: Flavio Raina
Elvira Rueda de Lagos, inmortalizada en la tapa del libro escrito por su hijo. Foto: Flavio Raina
Rogelio Alaniz
Conversar con Ovidio Lagos es un placer. Evoca con lenguaje florido un tiempo que pasó y los hábitos de una clase que fue y que él tuvo el privilegio de conocer. Lagos publicó “Princesa Mafalda”, “La pasión de un aristócrata”, “Argentinos de raza” y “Arana, rey del caucho”. Son libros bien escritos, con observaciones perspicaces y agudas donde nunca está ausente la ironía o el toque afectivo, sobrio y discreto.
—Marcel Proust intentó buscar el tiempo perdido esforzándose por recrear su clase social. ¿Su obra literaria pretende algo parecido?
—Le voy a decir una cosa: Proust era alguien que opinaba desde afuera de la nobleza; mi similitud, no literaria pero sí sociológica con él, es que cuando yo me fui a vivir a Buenos Aires con mi madre pude conectarme con el mundo de las clases altas.
—Sería interesante que me cuente qué conexión se podría establecer entre -digamos- su linaje provinciano con el linaje porteño.
—Cuando se separaron mis padres, yo me fui a vivir a Buenos Aires con mi madre. A Rosario iba de visita, mi ciudad era Buenos Aires hasta hace diez años que volví a Rosario. Por lo tanto, el mundo que reflejo en mi escritura es el mundo de mi madre; eran sus amistades, su vida social y fue esto lo que me permitió conocer ese universo y con los años recordarlo, valorarlo, porque no todo era negativo.
El estilo
—¿Hay algo que usted rescate de ese mundo, de esa clase social?
—Es el estilo, el estilo de esa clase, ese estilo que se fue, se perdió. El estilo eran valores, valores estéticos pero sobre todo éticos.
—¿Qué entiende usted por “estilo”?
—El estilo era una manera de moverse, de hablar, de vestirse, de manejar idiomas, de conocer el mundo. Y los valores éticos eran más de palabra que de hecho, pero a nosotros nos inculcaban valores éticos: por ejemplo la transparencia, la coima era un acto repugnante.
—¿Cómo era esa clase alta que usted conoció y que retrata en sus libros?
—Era una clase inaccesible, por eso era alta. No existía la televisión, esta gente jamás iba a un programa de radio, por lo que la única manera que la gente común podía conocerlos era a través de las revistas. Por ejemplo El Hogar o Atlántida, donde se reflejaban las grandes fiestas, los grandes cascos de las estancias, Pero lo único que veía, que se podía conocer era a través de las fotos, figuras en blanco y negro. Después vinieron los cambios, vino la televisión, llegaron los peluqueros inmóviles… es el momento en que la clase alta pierde su identidad.
Lo social
—Los lugares de sociabilidad también eran cerrados.
—Los ambientes eran selectos, todos o casi todos eran profundamente antiperonistas y vivían su mundo con una serie de códigos. Las casas eran importantes lugares de sociabilidad. Mansiones o grandes pisos. Y todo ello implicaba disponer de un amplio personal doméstico, lo cual permitía que las señoras no se ocuparan de sus hijos y se dedicaran a la vida social -no se ocuparan de su hijos- en el sentido de las rutinas de lavarlos, mandarlos a la escuela, prepararles la comida, porque para todo eso había personas encargadas de hacerlo. O sea que esos chicos se criaron con niñeras y vivieron cierta carencia afectiva.
—¿Y usted que reivindicaría de aquel pasado?
—Le doy un ejemplo. Uno va al cine y ve una película de Greta Garbo o Marlene Dietricht. Uno siente, percibe su encanto ¡Dios mío, qué mujeres! Uno las ve tan increíblemente vestidas, con ese glamour, con esa elegancia y no puede menos que admirarlas. Las mujeres eran así en esa época. Hoy en día no lo son más, andan en jean, informales. En aquellos tiempos para una mujer o para un hombre vestirse era un proceso muy largo. Había ceremonias para todo y todos estaban impecables, perfectos, los hombres y las mujeres. En los hoteles o en los barcos se cambiaban de ropa dos veces por día: las mujeres de vestidos largos, los hombres de frac o smoking. Todos fumaban, todos tomaban whisky. El encanto se expresaba hasta en una manera de sonreír, de pronunciar las palabras…
—¿Ése fue su mundo?
—Ése fue el mundo que conocí.
—He leído algunos de sus libros y noto que usted lo describe muy bien.
—Recuerdo los salones, los clubes nocturnos que frecuentábamos con sus orquestas de tango y de jazz. Le puedo hablar de los grandes hoteles del Mar del Plata de entonces: el Hermitage, el Provincial y la gente a la noche que bajaba de sus suites vestida de rigurosa gala a bailar, tomar copas y conversar, ejercer el arte de la conversación.
—¿Y los cruceros a Europa?
—En los tiempos que le hablo no había cruceros, es decir, no había turismo. Se viajaba en barco. Los viajes duraban entre dos y tres semanas y la vida que se hacía en el barco era la misma que se hacía en la ciudad: espléndida. Además, los barcos estaban segmentados por clase. Estaba la primera clase, la segunda y la tercera. No es como ahora que hay una sola clase en los cruceros y lo único que cambia es si el camarote es externo o interno. Antes no era así.
Los Lagos
—¿Qué me puede decir de su familia en Rosario, de los Lagos?
—Los Lagos son mi familia paterna vinculada al periodismo y la política. Mi padre, Carlos Ovidio, fue un hombre clave para La Capital y fue uno de los fundadores de Adepa. Lo recuerdo como un increíble defensor de la libertad de prensa. También fue uno de los grandes opositores a Papel Prensa. Mi padre sostenía que el Estado no debía ser socio de una empresa periodística o de una productora de papel. Fue clarividente, sino mirá lo que esta pasando. Mi padre en su momento por este tema tuvo serios problemas con don Bartolo Mitre. Después se reconciliaron gracias a las gestiones de mi madre que era muy amiga de la madre de Bartolito.
—¿Cuál era la identidad política de su padre?
—El no pertenecía a un partido político. Era liberal en el sentido clásico de la palabra, creía en las instituciones, defendía la democracia y, además, hizo mucho por el diario. Lo dirigió durante treinta años.
—Uno no termina de acostumbrarse a que La Capital no sea más de los Lagos.
—No, nadie se acostumbra. Lo que pasa es que cuando murió la generación de mi padre y sus primos, llegaron las otras generaciones, eran muchísimos y pasó lo que pasó.
La madre
—¿Por qué usted se fue a vivir a Buenos Aires desde niño?
—Porque mi madre se separó y se fue a vivir al Hotel Alvear con nosotros.
—¿Cuál es el apellido de su madre?
—Rueda
—¿A qué linaje pertenece?
—Mi bisabuelo Miguel Rueda fue apoderado de Urquiza. Fue uno de los que impulsó la creación del puerto de Rosario. Urquiza en esa época le hizo comprar quince mil hectáreas de campo cerca de Venado Tuerto. Mi madre heredó una parte interesante de esos campos, lo suficiente como para vivir de manera independiente. Eso le permitió, como digo en mi libro, esa independencia absoluta.
—¿Qué significa escribir la biografía de la propia madre?
—Lo que pasa es que no fue cualquier madre, fue una mujer especial.
—Todo hijo piensa algo parecido de su madre.
—Está bien, pero mi madre se casó cinco veces, dos veces con el mismo hombre, es decir con mi padre, con el que se casó treinta años después de haberse separado.
—¿Con qué palabras la describiría?
—Era una mujer bellísima, muy inteligente, independiente, ingobernable y compulsiva. Viajera y de muchos romances. Era una mujer mundana que se dedicó a divertirse, pero curiosamente con sus preocupaciones sociales. Ella creó una institución que se llama Cordic (Consejo de Recuperación del Discapacitado Cardíaco). De Cordic fue fundadora y presidenta durante treinta años.
— ¿Qué más puede decirme?
—Era una mujer culta o mejor dicho mundana. Leía, pero sería una exageración decir que fue una intelectual. Viajaba mucho, tenía mucho mundo. Vivió muchos años en Nueva York.
—O sea que no tuvo problemas para escribir un libro sobre su madre.
—Créeme que no es fácil revelar las intimidades de una madre. Me costó mucho escribir este libro. En algún momento pensé dejar todo. Hasta me puse a llorar. Finalmente el libro salió y muchos lectores me escribieron felicitándome y ninguno me acusó de haber profanado secretos de mi madre o cosas por el estilo. Lo que pasa es que al lado de lo que ocurre hoy en día, lo de mi madre era juego de niños. Si a mi madre le hubieran dicho de tener un hijo y no casarse creo que se hubiera muerto.
—¿Cuántos hermanos eran ustedes?
—Yo soy hijo único
—Ahora entiendo un poco más (risas). Es verdad que en una entrevista usted declaró que en su vida siempre hizo lo que se le dio la gana.
—Es verdad. Hice lo mismo que mi madre. Si se me antojaba iba a París, si quería estar en Nueva York viajaba allí y listo. Me casé cinco veces. Tengo tres hijos y cuatro nietos y ahora estoy tranquilo.
—¿Dónde vive ahora?
—En Rosario. Cuando cumplí sesenta años me dije: Buenos Aires ya no es más para mí. Porque había cambiado tanto que no daba ganas de vivir allí. Además está mi campo cerca de Villa Cañás.
—¿Vive solo?
—Vivo solo y no me voy a casar más.