Me preguntan qué pasa en la provincia de Santa Fe. Pasan muchas cosas, no muy diferentes de las que ocurren en el país. Y no es para menos. Vivimos un presente intenso, con la sensación de que estamos transitando por un desfiladero angosto y acechados por presentimientos sombríos. Santa Fe no puede, no podría, estar al margen de estas tribulaciones. Es una de las provincias más ricas del país, pero padece los acosos de la desocupación, la pobreza y la inseguridad, que en la ciudad de Rosario adquiere el tono a veces sórdido, a veces trágico, en todos los casos inquietante, que alienta el narcotráfico con sus redes de complicidad que se extienden desde las orillas hasta los centros del poder económico y político.
Dicho esto, luego están las singularidades institucionales de la provincia. En primer lugar, el equilibrio de su sistema político, con partidos y coaliciones capaces de practicar el ejercicio virtuoso de la alternancia. En Santa Fe gobierna el peronismo, pero la oposición dispone de una fuerte representación parlamentaria y territorial. Y más allá de las previsibles rivalidades, que incluyen alguna que otra refriega verbal y alguna que otra denuncia más o menos ruidosa, las relaciones políticas entre oficialismo y oposición transitan marcos institucionales fundados en la convivencia y el reconocimiento.
Destaco otros datos importantes a tener en cuenta: la sociedad civil es “densa”, con redes de poder regionales, urbanas y rurales, que ningún gobierno puede desconocer y mucho menos avasallar. Dicho con otras palabras, el control ciudadano es alto.
Este equilibrio político, estos juegos de alternancia, estas relaciones fluidas entre sociedad y Estado no son espontáneas ni circunstanciales; por el contrario, obedecen a causas históricas que desde la segunda mitad del siglo XIX incluyen la acelerada modernización económica en el marco del modelo primario exportador y la modernización política promovida luego por la ley Sáenz Peña, cuyo primer ejercicio cívico se celebró precisamente en la provincia de Santa Fe, consagrando al primer gobernador radical de la hasta entonces “Argentina conservadora”.
El otro detalle, más puntual, pero que suele soslayarse o subestimarse, es que en esta provincia la reelección del gobernador no está permitida, a pesar de que desde hace casi treinta años gobernadores de diferentes signos políticos intentaron quebrar esta sabia disposición. Alabados sean los dioses, pero alabada sea la sociedad santafesina que no lo permitió.
Gracias a este límite institucional, en Santa Fe no se han constituido linajes ni satrapías políticas. Los gobernadores saben que, como dicta la Constitución, están cuatro años en la Casa Gris y se van. El principio republicano de que todos en su condición de ciudadanos son necesarios, pero nadie es indispensable, se cumplió y se cumple al pie de la letra. Esto ha permitido que el sistema político y sus liderazgos se renueven. En Santa Fe, un Gildo Insfrán sería inconcebible, no solo porque la ley impide que alguien se sostenga en el poder por un cuarto de siglo, sino también porque la sociedad civil no soportaría esos liderazgos patrimonialistas y autoritarios.
En estas semanas, la provincia de Santa Fe es noticia por las internas partidarias promovidas por las PASO, que han abierto debates tanto en el oficialismo como en la oposición. En la coalición Juntos por el Cambio compiten cuatro listas; en el frente (FAP) promovido por el socialismo, dos. Por su parte, en el peronismo, las disidencias entre el gobernador Omar Perotti y el flamante exministro de Defensa Agustín Rossi pusieron en evidencia los cortocircuitos entre el poder provincial y el poder nacional.
De las PASO podemos permitirnos las más diversas opiniones, pero lo que no podemos desconocer es su legitimidad institucional. Nos gusten o no, existen. Al respecto, podemos hacerles todas las observaciones del caso, pero lo que importa destacar es que, más allá de los fogonazos y chisporroteos de la política, lo cierto es que una de las virtudes que se le podrían reconocer a este sistema es que pone en evidencia, hace públicas, diferencias existentes. Si desde el Estado se alientan las “internas” como un procedimiento legítimo de democratización, es previsible que los protagonistas decidan resolver sus disidencias por ese camino. Dicho de una manera más mundana: si el salón de baile está habilitado y la orquesta en el palco inició los primeros acordes de la música, ¿qué otra cosa se puede esperar sino que los asistentes bailen?
Que el peronismo santafesino realizó un arduo esfuerzo para unir lo que parecía radicalmente antagónico con el objetivo de ganar las elecciones es algo sabido, como también que esas diferencias nunca se superaron. Que Perotti tenga disidencias con Rossi no es nada novedoso. Siempre las tuvieron. Lo que permiten estas PASO es sincerarlas. Rossi es kirchnerista y es, para bien o para mal, el candidato más representativo del kirchnerismo en la provincia, aunque esa representatividad nunca le haya alcanzado para ganar elecciones. Perotti, por su lado, es un dirigente peronista que ha ocupado las más diversas responsabilidades políticas e institucionales y a quien se suele comparar por sus posicionamientos políticos y su estilo para ejercer el poder con su “compañero” de Córdoba, Juan Schiaretti, comparación que, dicho sea de paso, para su rival interno, Rossi, es más una imputación que un reconocimiento.
En la oposición también hay un proceso de diferenciación interna y renovación política, apresurada en este caso por la inesperada muerte de Miguel Lifschitz, cuyo liderazgo, respaldado en una respetable gestión gubernamental, era considerado uno de los más fuertes de la provincia. La presencia de cuatro listas para los comicios internos da cuenta de esta diversidad, de sus posibilidades, pero también de los riesgos de esa diversidad.
Las PASO, por lo tanto, lo que han abierto son interrogantes, y no está mal que en democracia haya interrogantes, no esté todo decidido de antemano y los dirigentes se vean obligados a tomar decisiones en circunstancias difíciles, cuando no imprevisibles. Puntos suspensivos, signos de interrogación o de admiración se despliegan en su territorio, signos que no alteran una realidad que de manera expresa o tácita en la provincia que aporta a la Nación el ocho por ciento del PBI, la provincia que junto con Córdoba y Entre Ríos fue el eje de las movilizaciones contra la 125, que, como se sabe, expresaron algo más que el rechazo a una ley desafortunada; la provincia que dispone del complejo portuario, sojero y aceitero más importante de la Argentina, en esta provincia, insisto, ni el peronismo ni la oposición son hegemónicos, ni tienen posibilidades de serlo. Hay escaramuzas internas, hay reacomodamientos, hay condiciones nuevas impuestas por las circunstancias, como por ejemplo la pandemia, pero el equilibrio se mantiene, un equilibrio sostenido en primer lugar por una sociedad civil históricamente consciente del poder que representa, de los intereses que defiende y de las acechanzas que rechaza.