I
La primera noticia de la semana fue la condena contra Romina Picolotti, la otrora ministra de Medio Ambiente del gobierno de Néstor Kirchner. En realidad, la noticia importante no fue una condena -más simbólica que real- de tres años a una señora que desde hace rato vive en Miami y no precisamente padeciendo el amargo pan del destierro. La noticia, fue, entre otras, que la condena se produjo catorce años después de haberse iniciado el juicio. Catorce años. He aquí una radiografía precisa y de un descarnado realismo de la justicia argentina El periodista a cargo de la investigación, Claudio Saboia recuerda que en esos días nacía su hijo, el mismo que ahora ya está en los últimos años del secundario. Imaginemos las peripecias del juicio y su parsimonioso arrastrarse a lo largo de los años a través del proceso de crecimiento de un bebé que se hace niño y luego adolescente mientras el juicio acumula expedientes. ¡Bendita parsimonia de la justicia argentina! Bendita justicia, leal a los principios fundados por el célebre general Allais. ¿Se acuerdan? El general que nunca llegó con sus tropas para reprimir el levantamiento «carapintada».
II
El fallo contra Romina Picolotti incluye otra noticia que coloca en un primer plano a un protagonista que desempeña con deliberada eficacia el rol de villano de la película, rol que atendiendo a la calidad de la escena interpreta con sorprendente solvencia. Me refiero al entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, instalado en el lugar de comedido defensor de la señora Picolotti. La única escena comparable que tengo presente con idéntico registro de violencia y un toque de alevosía, es la que el mismo Alberto protagoniza contra el desafortunado ebrio que le dijo unas palabras de más, motivo por el cual nuestro futuro presidente de la nación luego de golpearlo le propinó un par de rigurosas patadas en el suelo como para que sepa que ni ebrio ni dormido se le puede faltar el respeto. En el «caso Picolotti», la escena fue verbal pero no menos violenta y alevosa. La víctima en este caso no fue un borracho sino un periodista dedicado a la investigación, el mismo al que no se le ocurrió nada mejor que poner en evidencia una verdad que catorce años después iban a confirmar los tribunales. Maldita la hora que se le ocurrió hacerlo. Alberto Fernández la emprendió contra él y entre las lindezas verbales pronunciadas se destacaron términos como «pseudo periodista», «agente de Clarín» y el inefable «imbécil», un adjetivo que suele estar en los labios de Fernández con reiterada frecuencia.
III
Detalle a tener en cuenta. El que profería los insultos era esta suerte de primer ministro que es el jefe de gabinete, la mano derecha de Néstor, es decir, uno de los hombres más poderosos de ese momento. La víctima de los insultos no era un obeso oligarca o un opulento empresario, sino un periodista raso de Clarín. La simetría perfecta de estos campeones de la igualdad y la justicia social. Ese escenario de ensañamiento al que algunos funcionarios oficiales son tan proclives a disfrutar. No conforme con eso, el señor ministro realizó infructuosas gestiones para lograr que a Savoia lo echen del diario, tarea a la que Magnetto no se prestó fiel a su estilo de ser un enemigo jurado de las causas populares y un protector de los infames enemigos del pueblo como Savoia . O sea que, a modo de síntesis, estamos ante un fallo judicial que demoró catorce años y que anticipaba como efecto no querido el humor, tonos y desplantes de quien sería años después presidente de la nación. Y todo esto en una causa que comparada con las que conocemos con el nombre de Los Sauces, Hotesur y Cuadernos, transforma a la compañera Romina Picolotti en una inofensiva mechera de tienda de saldos y retazos.
IV
La señora Cristina no se iba a privar de hacerse presente en la semana con algunas de sus habilidades retóricas. En este caso, fiel a su estilo «Primero yo y mi familia, y después todo lo demás», responsabilizó a Macri de los problemas de salud que aquejan a su hija Florencia. «Ah…pero Macri», esta vez traducido a los entremeses de un tórrido culebrón familiar. Lejos de mi parte ejercer labores psicoanalíticas, pero intuyo que no hace falta leer a Freud o frecuentar a Jung, Frankl o Lacan para establecer algunas inevitables asociaciones. La señorita Florencia nació en un hogar cuyos padres se llaman Néstor y Cristina. Sospecho que no debe ser fácil ser hija de ellos y atravesar los años de la infancia, la adolescencia y primera juventud presenciando diariamente las bellezas domésticas y las felicidades conyugales de esta pareja ejemplar. También se me ocurre que no debe ser fácil ser la hermana menor de un chico como Máximo. Pero en particular, se me ocurre que algunas huellas debe dejar en el inconsciente o en donde sea, vivir en una casa donde las visitas habituales, los amiguitos entrañables de papá y mamá que la frecuentan se llaman Lázaro Báez, Igor Ulloa, Julio de Vido, Armando Jaime, Daniel Muñoz, Víctor Manzanares, Fabián Gutiérrez. José López, entre tantos. No, no debe ser fácil codearse con tantos próceres de la causa nacional y popular . Y mucho menos gratuito y saludable. Pero la Señora, fiel a su estilo, no se interroga en ningún momento acerca de los efectos y consecuencias que puede haber tenido esta suerte de educación sentimental de su hija en ese ambiente «de chorros y malandras». Y en consecuencia no haya nada más cómodo que responsabilizar a Macri de los desequilibrios emocionales de Florencia, a quien, por otra parte, insiste en presentar como si fuera una nena, cuando en realidad se trata de una mujer de más de treinta años, casada, divorciada y con un hijo. «Ah…pero Macri…».
V
Citándolo a Juan José Sebreli, diría que los deseos imaginarios del peronismo son infinitos e insondables. Hace apenas un par de años nos presentaron a un Alberto Fernández moderado, dialoguista, republicano y dueño de otras virtudes por el estilo. En la vida real el caballero se había destacado exactamente por todo lo contrario, pero el relato decidió asignarle ese rol a través del cual arribó a la presidencia de la nación. Agotadas las posibilidades actorales del personaje, a quien ahora lo comparan con un boxeador perdido en el ring, descubrimos acto seguido que quien reúne condiciones de político sagaz, estadista enérgico y creativo es el señor Juan Manzur, el caudillo de Tucumán, diestro y habilidoso en el ejercicio de la finta política, la gambeta oportuna y la traición eficaz, todo ello impregnado del más rancio conservadorismo de tierra adentro. Por lo pronto, una de sus intervenciones que seguramente la historia registrará para las nuevas generaciones, fue revelarnos que estamos en manos de Dios, una invocación que seguramente al cardenal Marcel Lefebre le hubiera parecido demasiado atrevida y ultramontana.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/321715-entremeses-de-la-semana-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]