Una noche de 1991

 

 

La foto tiene alrededor de treinta años de antigüedad. Es de 1991. El mes y el día no lo recuerdo, pero el escenario es el salón de Extensión Universitaria de entonces, es decir, en calle 9 de Julio, entre Salta y Lisandro de la Torre; la biblioteca Gálvez como le decían los viejos santafesinos. Esa noche presentamos la revista Estudios Sociales, uno de los emprendimientos historiográficos más importantes del país, un emprendimiento dirigido por Darío Macor y su mujer, Susana Piazzesi. En la mesa están Ricardo Falcón, Darío Macor, Hugo Quiroga y yo. Pasaron treinta años desde entonces. En esa foto los únicos que podemos seguir hablando sobre lo sucedido esa noche de 1991 somos Quiroga y yo, porque Darío y Ricardo partieron hacia el silencio hace unos cuantos años. Sin embargo ahí estamos. Por lo que la imagen sugiere, somos inmortales. Falcón está de traje y corbata, algo raro en él que prefería los pullóveres, las camperas y los jeans. Darío ocupa el centro de la escena. Su gestualidad es exclusiva: nadie en el mundo que yo conozca se sentaba así, mirando de ese modo y apoyando su mano derecha en el mentón con esa gestualidad reflexiva, severa. Darío está sin corbata porque no recuerdo haberlo visto en mi vida con corbata, aunque creo que alguna vez la debe de haber usado. Está sin corbata -decía- con una campera y una chalina que le cubre los hombros. Más entrerriano imposible. En broma y en serio, como nos gustaba hablar con Darío, siempre le decía que antes que historiador, político, creador, escriba, era en primer lugar entrerriano. Y vaya si lo era. ¿Qué es ser entrerriano? No lo sé. Pueden ser muchas cosas o algunas. Depende de la percepción de cada uno, pero no me caben dudas que Darío se aproximaba con fidelidad visual y emotiva a la imagen muy particular que yo tengo de un entrerriano, entre otras cosas porque yo mismo soy entrerriano, aunque en esa provincia solo viví dos años, en Maciá, un pueblo del departamento Tala al que hace más de cincuenta años que no frecuento.

 

II

El tercero en la mesa es Hugo Quiroga. Rosarino, cientista político y muy buen tipo. También de campera, pullover y sin corbata. Lo mira a Ricardo que es el que seguramente está hablando a un público que la foto no registra. No sé lo que dice, pero puedo reconstruirlo. De Hugo recordé que es un cientista político y agrego que a mi criterio es uno de los mejores del país, como lo testimonian sus libros, sus publicaciones y sus habituales y certeros artículos escritos para diarios locales y nacionales. El último en la fila soy yo. Con treinta años menos, claro. Así es la vida. Uno mira las fotos viejas y tararea en voz baja los versos de ese tango que dice «maula el tiempo…». Presumo que esa noche debe de haber hecho mucho frío porque es muy raro que yo esté con pullover. No solo pullover uso; también calzo unos bigotes negros moda mexicana versión cantor de boleros de los años cuarenta. Y demás está decir que mis cabellos son negros «como las alas de un cuervo». No sé que estoy pensando, si es que estoy pensando algo. No sé que estoy pensando, pero mi gestualidad parece dar lugar a ese interrogante. Mi mano apoyada casi sobre la boca algo parece sugerir, aunque, a decir verdad, no la vamos a complicar demasiado, porque haciendo memoria en aquellos años yo tenía la costumbre de «comerme» las uñas, hábito adquirido en mi adolescencia y que abandoné no hace tanto tiempo. Me comía las uñas y pensaba. No sé que diría un psicoanalista de esto. Yo por lo pronto recupero los versos de un poema de Roque Dalton, un poema de declaración de amor en el que le dice a su amada que no le lleva el apunte: «Pobre de mí, pobre de mí, que soy marxista y me como las uñas».

 

III

Esa noche fuimos a cenar a un comedor que estaba entonces en 25 de Mayo y Salta. «La Recova» se llamaba. Por supuesto la pasamos hablando de política y de historia. Como se dice en estos casos, estaba muy bien acompañado para esos menesteres. Ricardo Falcón fue uno de los historiadores más calificados en un tema complicadito como es la historia de la clase obrera y la historia de la formación del movimiento obrero. Un gran tipo Ricardo. Buen amigo, generoso, con un singular sentido del humor a pesar de lo que se podría denominar su sentido trágico de la vida, sentimiento que lo acompañó hasta el último día y lo sostuvo con conmovedora coherencia. Con Hugo Quiroga ya dije que siempre fue y es un gusto conversar. A esa mesa se sumaron Jorge Ricci y el Rafa Bruza. También ausente los dos. Dios mío: cuántos ausentes. En estos temas no hay vuelta que darle: se sabe que estamos transitando por la vejez cuando mirando fotos viejas advertimos que los ausentes son más que los presentes. Hay un poema de Fernando Pessoa que expresa muy bien lo que siento: «En el tiempo en que festejaban mi cumpleaños/ yo era feliz y nadie estaba muerto». ¿Es necesario decir que ahora a Pessoa hay que invertirlo?

 

IV

Decía que esa noche presentamos el número uno de la revista Estudios Sociales. La revista fue una creación de Darío y Susana. Una gran creación. Alguna vez Darío me dijo medio en broma medio en serio: «Turco: haber organizado la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, fue la iniciativa más importante y noble de tu vida». Más o menos yo le dije lo mismo por la revista. Y se lo dije una noche, una de las tantas noches que entre 1975 y 2010 compartimos tomando café en cafetines olvidados, caminando por calles oscuras de la ciudad en un tiempo oscuro y preguntándonos qué importaba hacer en esta vida para vivirla con cierta dignidad. Darío fue realmente un personaje importante en el campo intelectual y en nuestra ciudad. Inteligente, mesurado, culto, creativo. Más que pensar, rumiaba. Y luego tomaba decisiones atendiendo todas las posibilidades. Le gustaba vivir a Darío. Le gustaba compartir un vino y una tertulia con los amigos; le gustaba un asado y los prolegómenos del asado; su relación con la vida era entrañable, atenta, a veces divertida, a veces irónica, a veces trágica. Darío tenía una forma particular de reírse, de divertirse; y era un tipo siempre dispuesto al asombro, a la curiosidad. Su muerte fue una gran injusticia, probablemente toda muerte lo sea, pero la de él yo la viví con singular intensidad e impotencia. Partió al silencio cuando tenía sesenta años. Siempre fue consciente de lo que le pasaba. Y lo vivió con entereza, con dignidad y hasta con humor. Ocurre que las personas dignas también lo son al momento de morir. Darío por lo menos lo fue. Se fue joven, pero vivió en plenitud. Supo aprovechar la vida, supo estar en el mundo, supo conversar consigo mismo; se propuso entender el tiempo que vivía e indagar el pasado. Y lo hizo con lucidez. Fue un hombre libre en el sentido más pleno y real de la palabra. Libre, honrado y valiente. Amó y lo amaron.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/325854-una-noche-de-1991-cronicas-santafesinas-opinion-cronicas-santafesinas.html]

 

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