Hoteles, hoteles, hoteles

 

I

Los hoteles. El delicioso encanto de los hoteles. El cine, la literatura, el teatro, le han dedicado sus mejores obras. Las series televisivas no se han quedado atrás. Comedias, intrigas, dramas sucedidos en hoteles. Galerías, salones, ventanales al mar o a la montaña. Comedores y parques; paseos y salas. Los hoteles lujosos preferidos por Agatha Christie o Arthur Hailey. Los hoteles en los que se alojan Gary Grant o David Niven; Grace Kelly o Claudia Cardinale; Sean Connery o Robert Redford. Los hoteles que en sí mismos son un personaje, como el «De hace un año en Marienbad». Los hoteles más modestos, pero melancólicos, de los existencialistas que establecieron que la auténtica libertad se vive en un hotel. Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Juliette Greco, lo hicieron. Ellos y los personajes de sus novelas. Esa sensación de no sentirse atado a nada ni a nadie. Una sensación de libertad que a veces se confundía con «la muerte del alma». El hotel de Turín, en el que suicidó César Pavese, tan parecido al hotel de su protagonista de «Entre mujeres solas». El hotel de «Un caballero en Moscú»; el Hotel Cervantes de Montevideo, que inspiró a Julio Cortázar. El Hotel Savoy de Joseph Roth. Los hoteles exóticos de Paul Bowles. El hotel Cecil de Alejandría que inspiró a Cavafis y a Durrell. Los hoteles de Hemingway: el Hotel Quintana de Pamplona, donde se alojó durante seis años. El hotel Chelsea de Nueva York que alojaba a Arthur Miller. El hotel de Ginebra, donde Dostoievski escribió «El idiota». El Hotel Palace de Madrid, en el que se alojaban Julio Camba y Jorge Luis Borges. El hotel Renaissance Blackstone de Chicago, levantado sobre la avenida Michigan, en el que vivía Al Capone. El Gran Hotel Bains de «Muerte en Venecia». El Hotel Victoria de un tango de Tita Merello; el Hotel Edén de Luis Gusmán. El Tigre Hotel de Alejandro Manara; el hotel Las Delicias de Adrogué; el Hotel Castelar de la muy porteña Avenida de Mayo, donde se alojó Federico García Lorca. El Hotel Alvear, en el que vivió Horacio Ferrer durante años. Hoteles reales, hoteles imaginarios, pero siempre hoteles. El hotel encarnando sueños, fantasías, esperanzas. El hotel como escenario del amor, del crimen, del drama o la comedia. Yo voy a escribir sobre mis hoteles preferidos. Están en el sur. El paisaje es patagónico. Hay glaciares, bosques, cerros nevados. También negocios, corrupción, intrigas. No daré nombres porque dejo para los lectores la iniciativa.

 

II

Tres hoteles. Hoteles lujosos, caros. Hoteles con spa, paseos en carritos de golf, suites que van desde los cincuenta a los noventa metros cuadrados; hoteles cuyos cuartos más modestos superan los 100 dólares diarios, y sus suites más lujosos están por arriba de los 600 dólares. El mobiliario llega de Buenos Aires, de EE.UU. y de Europa. Un avión que responde al sugestivo nombre de Tango se encarga de las habituales mudanzas. Nada queda librado al azar. Las sábanas se compran en Londres; las cortinas en París; los jarrones en Milán. Todo de primera. Las pinturas en las galerías, la vajilla, los cristales. No son hoteles para pobres, ni siquiera para ricos en el sentido aldeano de la palabra. Hoteles para millonarios. Hoteles levantados en este siglo XXI. Imaginemos los nombres. Altos del Calafate, Las Dunas y La aldea de Chalten. Importa saber a los efectos de la intriga que Altos de Calafate es administrado por una empresa que responde al nombre de Hotesur ¿Le suena? La aldea de Chalten es administrada por otra empresa que se llama Los Sauces. Hotesur y Los Sauces. ¿Los escuchó nombrar alguna vez? «La aldea de Chalten» está muy, pero muy cerca de una casa, en realidad una mansión, cuya propietaria es una familia que, como en las buenas novelas de intriga o, ¿por qué no?, en el mejor estilo kafkiano, la vamos a designar con una letra: K. Padre, madre, hija e hijo. El padre y la madre son muy conocidos. Los hijos también. Sus padres se preocuparon no solo de hacerlos ricos, sino también famosos. En realidad sus nombres y apellidos están presentes en todos estos singulares e intrépidos emprendimientos hoteleros. Hay otros nombres. Uno en particular se destaca por sus resonancias bíblicas y sus proezas financieras: Lázaro. Y alguna firma con personería que responde al nombre de Valle Mitre. Hay un cuarto hotel. Su nombre tiene resonancias mágicas: «I mago». Su titular se destacó por ser el tesorero de un matrimonio exitoso y con singulares ambiciones políticas.

 

III

Resumiendo. Tenemos un territorio idílico; tenemos hoteles de película; tenemos propietarios ricos y famosos. La película ya dispone de los insumos necesarios como para empezar a filmarse. Como dijera Bette Davis: «Ajustarse los cinturones de seguridad porque el vuelo no será placentero». Importa ahora la intriga, la acción, las víctimas y victimarios. Y los desenlaces. Sobre el origen económico de los hoteles, mejor no preguntar demasiado. Se rumorea de tierras fiscales compradas a dos pesos y vendidas a mil. Así cualquiera se hace empresario. Después están los detalles, las intenciones. ¿Por qué esa preocupación por los emprendimientos hoteleros? ¿Nostalgia por la literatura de Sartre o Pavese? ¿Fascinación por las películas con Spencer Tracy, Marlene Dietricht y Jean Louis Trintignant? Puede ser. Pero, muy bien podríamos permitirnos explorar otras posibilidades. Para ello mejor acercarnos a otro modelo mítico de los hoteles: Al Capone en Chicago. O los hoteles de Meyer Lansky en La Habana. Los hoteles y los gangsters. Todo un género. Sexo, whisky, música bajo la luz de la luna y la brisa entre las palmeras. Boleros de Benny Moré o trompeta de Louis Armstrong. Sin embargo, nuestro escenario patagónico recurre a otros procedimientos. No se preocupa por organizar fiestas a las que asistan la aristocracia de Europa y los millonarios norteamericanos. O de exhibir a las mujeres más bellas del mundo paseando alrededor de las mesas de ruleta, mientras el croupier dice «No va más». Nada de eso. Nuestra versión criolla trabaja el absurdo. Los hoteles patagónicos no pretenden imitar las fiestas organizadas por el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald o por Míster Arkadin de Orson Welles. Estos hoteles perdidos en la estepa blanca, hoteles levantados en «el lugar en el mundo» de nuestra reina criolla, para asombro y atonía de lectores y público, son hoteles desiertos. O semidesiertos. Pocas visitas. Pocos turistas. De vez en cuando una delegación de compañeros sindicales; un grupo de azafatas; algún político conocido con su esposa y sus hijos. No mucho más. Hoteles solitarios, hoteles perdidos en la inmensidad de la Patagonia. La intriga le hubiera encantado a Le Carré, a Ambler, a Fleming, a Greene. Seguramente los hubiera aburrido a Arthur Hailey, a Lawrence Sanders o a Vicki Baum.

 

IV

Se sabe que el verdadero arte es el que elabora con talento la relación entre apariencia y realidad o el que trabaja los matices de los puntos de vista. Hoteles lujosos aparentemente desiertos, pero que los libros contables aseguran que están colmados de huéspedes. El asombro y el misterio. Ciertos detalles insinúan algunas pistas. Repetimos: una mirada distraída juraría que los hoteles están vacíos todo el año; pero otra perspectiva, reforzada por los balances contables, afirma que Altos del Calafate, Las Dunas y La Aldea de Chalten están ocupados todos los días del año. ¿Quiénes son estos extraños e invisibles visitantes? Solo Lázaro podría responder semejante interrogante. Para Philip Dick o Ray Bradbury estaríamos ante una de las cumbres del género. Hoteles aparentemente vacíos pero desbordados de huéspedes. Con mucho menos Adolfo Bioy Casares escribió «La invención de Morel». Intriga, misterio, pero también asombro y miedo. La fórmula perfecta. Algunas pistas el guionista se permite dejar vibrando en el aire. Hay una empresa cuyo nombre evoca el paisaje austral y se dedica a construir caminos y rutas que no existen; hay un poder político que habilita y bendice. Hay aviones marcas Tango. Y bolsos, muchos bolsos. Hay transferencias de dinero de un lugar a otro. ¿Lavado? Dios me libre y me guarde. Sin embargo, las malas personas insisten en que los hoteles, más allá de su encanto y su delicada y pudorosa nostalgia, son las instituciones preferidas para lavar dinero. ¿Será tan así? Más o menos. Se dice que hay lavado cuando el dinero de origen ilícito se traduce a lícito. Acá hay otra vuelta de tuerca: el proceso va de dinero lícito a dinero lícito que en algún momento mágico del pasaje es ilícito pero por un tiempo muy breve. Maravillas de la intriga. Magia nac&pop.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/330226-hoteles-hoteles-hoteles-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

 

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