Rafael Bielsa y el exquisito arte de la diplomacia nacional y popular

 

I

Se dice que la diplomacia concebida como política exterior de una nación se fundó en el siglo XVII, en los tiempos de la llamada Paz de Westfalia, cuando después de décadas de guerras religiosas se arribó al acuerdo de que las naciones debían respetarse más allá de su fe religiosa o, como diríamos ahora, su fe ideológica. Otro momento clave de la diplomacia, fue cuando luego de Waterloo la Santa Alianza dio nacimiento a un orden internacional que duró casi un siglo. Allí se lucieron diplomáticos de la estatura de Metternicht y Talleyrand. Con ellos, la diplomacia adquirió entidad política y el carácter de un arte. Un diplomático era un hombre sagaz, discreto, cuidadoso de sus gestos y sus palabras y con una clara noción acerca de su responsabilidad, la responsabilidad de representar a la nación en un mundo difícil, inestable, peligroso. En la Argentina, nuestros primeros diplomáticos fueron Belgrano, Rivadavia, Sarratea, entre otros. También lo fueron Carlos María de Alvear, Tomás Guido y Manuel Moreno, el hermano de Mariano. Alberdi fue un brillante diplomático. También lo fue Sarmiento. Pero tal vez el más sutil, el más distinguido y eficaz haya sido don Bernardo de Irigoyen. En el siglo XX, a un diplomático argentino lo distinguieron con el Premio Nobel. Carlos Saavedra Lamas se llamaba. Atendiendo a estas consideraciones históricas pregunto a modo de curiosidad. ¿Qué tiene que ver este pasado o estas tradiciones diplomáticas con Rafael Bielsa?

 

II

El señor Bielsa fue canciller kirchnerista en su momento y en la actualidad es el embajador argentino en Chile, gracias, posiblemente, a la oportuna edición de un libro ponderando los vicios del lawfare, es decir, el arte de tañir el laúd y producir música celestial para los oídos de Cristina. Se supone que es un hombre culto, conocedor de la teoría política y de los entretelones de la diplomacia. Se supone. Un detalle merece consignarse. A las pocas semanas de haber asumido el cargo diplomático en Chile, firmó una solicitada redactada por los espectros de Montoneros para reivindicar esa experiencia política. ¿Por qué lo hizo? ¿Por convicciones? ¿Para lavar culpas con sus viejos compañeros? No lo sé. Pero la firma es toda una declaración de principios, incluida la asignatura «diplomacia». En efecto, hay que disponer de una determinada «cultura diplomática» para firmar una solicitada de apoyo a Montoneros en la segunda década del siglo XXI, cincuenta años después del secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. Se dirá que lo hizo a título personal, pero el señor Bielsa debería saber muy bien que en el campo de la diplomacia no hay invocaciones personales. Le guste o no -y yo sospecho que le gusta- el firmante de la solicitada es al mismo tiempo el embajador argentino en Chile.

 

III

En estos días, y con motivo de las elecciones celebradas en Chile, el señor Bielsa se tomó la licencia de opinar acerca del resultado que dieron las urnas. Y no conforme con ello, extendió sus opiniones sobre la personalidad política del ganador en la primera vuelta, José Antonio Kast. Sin vacilaciones ni ambigüedades, Bielsa calificó a Kast de ultraderechista, pinochetista y antiargentino. Ni los mapuches ni Oninami, ni Boric, es decir, sus adversarios internos más enconados, se habían animado a tanto. Y como para completarla, lo comparó con Bolsonaro, con lo cual incentivó, por si hiciera falta, más diferencias con Brasil. Las declaraciones del embajador argentino fueron tan desafortunadas y tan a contramano de las normas de la diplomacia, que el propio presidente Sebastián Piñera, que nunca simpatizó demasiado con Kast, salió a objetar lo que constituye una evidente torpeza. Gabriel Boric, el izquierdista respetado y reconocido por Bielsa, también se ocupó de tomar distancia, porque en Chile, como en Uruguay y como en cualquier país democrático, las normas de la diplomacia se respetan y las torpezas se cuestionan. Bielsa violentó una de las reglas de oro más antigua y más venerable de la diplomacia: la no injerencia en los asuntos internos de otro país. Y en este caso, un país con el que compartimos kilómetros de frontera y antiguas disputas territoriales, motivo por el cual estamos obligados a ser doblemente cuidadosos. ¿Pero acaso Kast no es efectivamente un ultraderechista? Posiblemente lo sea. ¿pero es necesario recordarle a Bielsa que esa evaluación le compete hacerla a los chilenos? ¿Es necesario recordarle que él es un embajador que representa a la nación argentina y no un comentarista de café? Parece que sí, que a juzgar por los hechos, hay que recordárselo. Por lo pronto, el canciller Santiago Cafiero, se vio obligado a tomar distancia y declarar que las palabras de Bielsa fueron pronunciadas a título personal, un disparate y una ineficaz excusa porque, como ya se dijera, los diplomáticos no hacen declaraciones a título personal.

 

 

IV

¿Todas estas irregularidades se deben a la singular personalidad de Bielsa? ¿Descubrimos ahora que el «loco Bielsa», el mismo que ocupa en hacer discretas diligencias a favor de Jonas Huala, no era el director técnico de fútbol sino el diplomático? Pues bien, si esto fuera así lo que corresponde es que el gobierno argentino le exija la renuncia y designe otro embajador y si fuera de carrera mucho mejor, aunque me me temo que, más allá de las desmentidas de Cafiero, Bielsa está muy lejos de ser algo así como un «loquito suelto», un irresponsable capaz de protagonizar los escándalos diplomáticos más ruidosos. Sin ir más lejos, en estos mismos días, nuestro embajador en Bolivia, Ariel Basteiro, participó en un acto junto con Evo Morales. Y su participación la hizo desde su investidura de embajador, aunque, a decir verdad, su comportamiento estuvo más cerca de un militante o directamente un barra brava de la causa nacional y popular latinoamericana, con Correa, Chávez, Lula y toda la claque de la hermandad populista, que de un diplomático, tal como se entiende en el mundo moderno. En Bolivia también estamos ante una torpeza diplomática, una violación a las reglas del arte de relacionar al estado nacional con otros estados. ¿Otra vez la torpeza? ¿Otra vez la ignorancia? Puede ser, pero cuando algunos hechos se reiteran con sugestiva insistencia, empiezan a haber motivos para suponer que se trata más de una línea de conducta, de una coherente línea de conducta estratégica, que de un error inesperado. Bielsa en Chile, Basteiro en Bolivia, Carlos Raimundi en la OEA (el mismo que defiende a capa y espada las dictaduras de Venezuela y Nicaragua en nombre de la no injerencia en los asuntos internos e otros países), Ricardo Alfonsín en España recibiendo a Lula y advirtiendo que no es una buena noticia para la Argentina que la derecha neoliberal haya ganado las elecciones. Demasiadas coincidencias.

 

 

V

Nada nuevo bajo el sol populista. Bielsa, Basteiro, Raimundi, Alfonsín, (podríamos agregar a Alicia Castro, ya que estamos en tema) hacen lo que corresponde. Ellos son embajadores altivos y orgullosos del gobierno nacional y popular y actúan en consecuencia. ¿Alguna diferencia acaso con su certeza acerca de la contradicción pueblo-antipueblo, contradicción nacional extendida a toda América latina como una gran gesta liberadora? ¿Por qué detenerse en escrúpulos liberales acerca de las distinciones entre ser diplomático de una facción o de un país, si tampoco han aprendido a reconocer la independencia de los poderes del estado, o a admitir que la Argentina es pluralista y que la libertad de prensa es la libertad de criticar, el ejercicio sano y necesario de la crítica? Rafael Bielsa es un escándalo como diplomático, pero es un compañero ejemplar y por lo tanto, y para bien de la causa nacional y popular, está donde debe estar. «Y que los eunucos bufen».

 

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