De Santa Fe a Almagro

 

Una vez al mes decido viajar a Buenos Aires, (los veteranos nos resistimos a decirle CABA). Soy, como le digo a los amigos porteños, un provinciano en la ciudad capital. Me gusta ese linaje. Ello incluye algunos hábitos, algunas curiosidades y una cierta manera de estar, de caminar por las calles porteñas. Habitualmente me alojaba en un hotel de calle Ayacucho, en plena Recoleta. Ahora me trasladé a Almagro, casi en la esquina de Bulnes y Corrientes, a cuatro o cinco cuadras del actual shopping Abasto y no muy lejos de la casa de Carlos Gardel en calle Jean Jaurés, lo cual no deja de ser un misterioso homenaje al azar, porque Jaurés era como Gardel, oriundo de la ciudad de Toulouse. Cada barrio de Buenos Aires posee su encanto, su singularidad, su asombro. Almagro no es la excepción, todo lo contrario. A un barrio lo definen las tradiciones y a Almagro le sobran. Por calle Bulnes a dos cuadras de Corrientes y frente de una plaza cuyo nombre aun no he registrado, hay un bar tanguero que funciona desde 1893. «De Roberto», se llama. Un mostrador, las estanterías con botellas para todos los gustos, las paredes rústicas, el techo alto, las lámparas expectantes y el piso de madera. El tango se respira en el aire. De allí, del boliche de Roberto salió el cantor Ariel Ardit. La leyenda asegura que antes de los años veinte un joven Carlos Gardel trabajaba a dos o tres cuadras de allí y todas las tardecitas compartía una copa con los amigos en la barra, la misma en la que ahora estoy apoyado. Esas paredes lisas y antiguas, ese techo elevado y solemne, esas estanterías con sus botellas cubiertas de polvo, escucharon cantar a Gardel cuando todavía no era un mito, cuando apenas era un morocho con algo de sobrepeso y sonrisa compradora. Verdadera o no, la leyenda me gusta y estoy dispuesto a comprarla.

 

II
A Almagro lo recuerda la voz de Gardel en un tango con letra de Iván Diez y música de Vicente San Lorenzo. «Almagro, Almagro de mi vida, que fuiste el alma de mis sueños, cuántas noches de luna y de fe, a tu amparo yo supe querer…». La versión de Gardel grabada en 1930 es insuperable, pero la de Oscar Larroca merece escucharse. Me dicen que el tango es algo así como el himno del barrio. Es lo que me dice el portero del edificio donde me alojo, un señor de mi edad, nacido y criado en Buenos Aires, un señor delgado, de pelo enrulado que alguna vez fue mozo y no olvida el tiempo en que todas las mañanas le servía el desayuno a Osvaldo Pugliese y a su esposa, el maestro que alguna vez vivió a la vuelta, es decir en Corrientes entre Bulnes y Mario Bravo. Según los informes catastrales que me preocupo en consultar, el barrio suma alrededor de 110.000 habitantes. No tengo manera de discutir esos números, por lo que me limito a transcribirlos. Leo también que sus barrios vecinos son Palermo, Abasto, Boedo, Crespo, Balvanera. No lo sé. Por ahora me alcanza con saber que estoy a media cuadra de calle Corrientes y en el corazón de Almagro. También sé que caminando en dirección al Obelisco paso por avenida Pueyrredón y llego a Callao. No más de veinte cuadras. Callao y Corrientes. Y el bar Ópera, uno de mis preferidos de la ciudad. Desde mi esquina de Bulnes y Corrientes estoy, más o menos, a cuatro o cinco cuadras de Rivadavia y a otras cuatro cuadras de Córdoba. Un universo de calles, casas, y esquinas se abren en ese espacio. El barrio es la patria del porteño.

 

III
Me gusta ser un santafesino en Buenos Aires. Me gusta caminar por sus calles, evocar recuerdos, recorrer sus librerías, sus casas de música y películas. Y me gustan sus bares. En Almagro ya soy cliente de dos. Y cuando digo «cliente» es porque conozco a los mozos y dispongo de mi mesa preferida. En Bulnes y Corrientes hay un «Martínez», al que aconsejo frecuentar a la caída de la tarde y tomar un whisky. Pero para desayunar aconsejo el «Gratto» de Corrientes y Salguero. Me instalé allí una mañana y me dije: «De aquí no me sacan más». Por cualquier problema, hay otro bar sugestivamente titulado «Naranjo en flor», plantado en la esquina de Bulnes y Humahuaca. Los bares. Una de las creaciones más trascendentes de la humanidad. Sin los bares no hubiera habido revolución francesa y revolución de mayo. Exagero pero no mucho. La mitad de las horas de mi vida transcurrieron en la mesa de un bar. Y no les miento. Allí escribo, allí leo, allí converso con mis amigos, pero por sobre todas las cosas allí puedo practicar durante horas el arte de no hacer nada. Perder tiempo en un bar es una de las habilidades que mejor he podido desarrollar. Citando a Borges digo que mi Paraíso no es una biblioteca sino un bar. Ya le dije a las personas que corresponde: «Cuando muera, mis cenizas las desparraman en la puerta de un bar. Y con tangos de Gardel, Rivero y Goyeneche como música de fondo». ¿Decadente? A mi edad, esa es una licencia que puedo permitirme.

 

IV
Llego a Almagro, a mi departamento de calle Bulnes, dejo mis cosas y salgo a caminar. Pregunto a un vecino por qué el club San Lorenzo dice ser de Almagro pero en realidad su sede es Boedo. Me escucha, mueve la cabeza y me dice que la respuesta merece una explicación más detallada. Tito Mufarrege aconsejaba que cuando se es forastero es conveniente ser algo paranoico, por lo que la primera tarea consiste en reconocer el barrio. Es lo que hago. Las calles de Almagro entre Corrientes y Córdoba son arboladas, veredas anchas y casas viejas. Los bares y los comedores están en todas las esquinas. Otro dato digno de destacar: las salas de teatro. En tres cuadras alrededor de mi casa distingo cuatro salas de teatro independiente. Una de ellas, sobre Humahuaca, con un bar y un patio para compartir el café o una cerveza. «Casona Cultural», dice llamarse. En una esquina, creo que en calle Guardia Vieja y Mario Bravo, hay un bar poblado de banderines. Son tan llamativos que me animo a entrar y preguntarle a uno de los mozos por esa curiosidad. Es la colección de la casa, me dicen. Banderines en todas las paredes de un local amplio y de varios salones. Como buen santafesino pregunto si están los banderines de Unión y Colón. Están. Y están muy visibles. En otra esquina entre Lavalle y Billinghurst, hay un comedor de pastas; un amigo me dice que el «Don Pierino» es el mejor de Buenos Aires, orgullo barriero. Nos comprometemos a pasar por allí algún domingo al mediodía. Concluye mi breve y primer recorrido por el barrio. El consejo de Tito Mufarrege cumplido al pie de la letra. No hay posibilidad de emboscadas o celadas. Salvo las que tienden los recuerdos.

 

V
Por supuesto que mi estadía en Buenos Aires no se reduce exclusivamente a Almagro. Mi recorrido por las librerías de Corrientes es inevitable. Mi caminata por Callao hasta el bar La Biela la cumplo al pie de la letra. De Corrientes y Callao hasta Corrientes y Presidente Quintana. Al recorrido lo conozco calle por calle. A La Biela no falto nunca. Tomo un café con Silvia M. y hablamos de lo que nos gusta: periodismo. Tomo un café con Mariano C. y hablamos de política. Tomo un café con José María y hablamos de religión. Tomo un café con José Ignacio y hablamos de literatura. En La Biela un café está al mismo precio que en cualquier bar del centro santafesino. A la noche unas cervezas en una cervecería de Almagro con mi hijo, su novia y un amigo. Esquina de Billinghurst y Tucumán. Mesas en la vereda como en los patios cerveceros santafesinos. Mesas pobladas por gente de teatro. Y cantantes de tango que después de cantar pasan la gorra. «No se equivoque, Almagro es el mejor barrio de Buenos Aires», me dice un mozo. Otro exagera: Buenos Aires puede desaparecer pero Almagro nunca. Creer o no creer. Por lo pronto le prometo a mis flamantes amigos que antes de las fiestas regreso. Santafesino y de Almagro. Gardel, Pugliese y los Redonditos de Ricota del bar Imaginario Cultural me protegen.

 

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/331219-de-santa-fe-a-almagro-cronicas-santafesinas-opinion-cronicas-santafesinas.html]

 

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