Si los viera Lisandro de la Torre

El primer presidente de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre (LADH) fue Lisandro de la Torre; el último, José Schulman. De Lisandro de la Torre a José Schulman. Así podria titularse un itinerario histórico que muy bien merecería calificarse como la bancarrota política y moral del comunismo y una de sus consecuencias más visibles: los niveles de degradación a los que el comunismo y el populismo han sometido a una de las grandes conquistas de la humanidad como son los derechos humanos.

La LADH se creó en 1937 en un contexto histórico cuyos rasgos más distintivos eran, en el orden interno, los abusos del régimen conservador en materia de libertades públicas en un mundo que se precipitaba hacia la pesadilla del nazifascismo.

No se ignoraba que la iniciativa de instituciones de este tipo provenían del Partido Comunista, animador político de la estrategia de los frentes populares, es decir la alianza de la izquierda con partidos y dirigentes “burgueses” de clara orientación antifascista.

Esto explica la presencia en la LADH de políticos como el mencionado Lisandro de la Torre, el constitucionalista Sánchez Viamonte, dirigentes socialistas como Mario Bravo, radicales como Arturo Frondizi o intelectuales de prestigio como Deodoro Roca.

El funcionario  José Schulman , presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos le pega a una empleada de una empresa de transporte en la localidad de Santa ClaraEl funcionario José Schulman , presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos le pega a una empleada de una empresa de transporte en la localidad de Santa Clara

No se desconocía la gravitación del comunismo, pero los progresistas de entonces consideraban que los peligros del fascismo eran prioritarios. Todas estas consideraciones hoy son opinables, muy opinables, entre otras cosas porque la historia de los últimos años nos han confirmado que comunismo y derechos humanos son algo así como un oxímoron, es decir una contradicción absoluta.

De todos modos, la LADH en aquellos años libró luchas consideradas verdaderos jalones en materia de derechos humanos. Las campañas por la libertad de Luis Prestes o el estudiante Ernesto Bravo, como las movilizaciones organizadas para reclamar la aparición con vida del médico rosarino Juan Ingalinella, fueron representativas del rol desempeñado por esta institución. Ochenta años después, la misma institución que reclamó la libertad de Prestes exige la libertad de Amado Boudou; los que antes se movilizaron exigiendo la derogación de las leyes contra el “desacato” y el estado de guerra interno, hoy se movilizan para exigir la destitución de los jueces de la Corte Suprema en nombre de la inocencia de Cristina Kirchner; los que ayer lucharon por salvar la vida de Ingalinella, hoy luchan por la libertad de Milagro Sala.

¿Qué pasó para que se produzca un retroceso ético tan profundo? ¿Cómo es posible que una institución constituida en nombre de la libertad degrade en una institución transformada en apéndice del Estado y de la gestión kirchnerista? ¿Cómo pueden compatibilizarse la épica civil y republicana protagonizada por abogados, políticos e intelectuales degraden en esa escena siniestra de un energúmeno insultando y golpeando a una modesta trabajadora?

Se podrá decir que no es justo calificar a una institución o a una causa por los errores u horrores de una persona desquiciada. Es un buen argumento, pero incompleto. Puede que Schulman sea un enajenado, pero no es arbitrario suponer que su “enajenación” es consecuencia de una ideología y una práctica política fundada en el uso y abuso del poder.

Al respecto, no deja de sorprender cómo en treinta segundos un burócrata crónico del Partido Comunista conjuga a la perfección los abusos del poder: amenaza a una mujer con encarcelarla, amenaza con cesantearla y acto seguido le propina un golpe. Treinta segundos para expresar todo un programa de acción política por parte de alguien que se considera investido de poder.

Sobre la historia del Partido Comunista Argentino hay muchas opiniones, pero más allá de las inevitables divergencias habría acuerdo en admitir que contó entre sus filas con hombres honorables. Héctor Agosti, Rodolfo Ghioldi, Benito Marianetti lo eran.

¿Cuándo se produjo el quiebre? ¿Cuándo se lumpenizó el comunismo criollo? ¿En qué momento una causa justa como los derechos humanos devino en una estructura de poder y privilegio? Una hipótesis posible en relación con el comunismo puede ser el derrumbe de la URSS y el fracaso de una experiencia política realizada en nombre de los grandes valores de la humanidad devenida en una pesadilla totalitaria.

Otra hipótesis más cercana, postula que la causa de los derechos humanos comienza a corromperse a partir de la manipulación propiciada por el kirchnerismo, manipulación que pudo realizarse gracias al consentimiento de quienes nunca deberían haber olvidado que una institución de derechos humanos jamás puede transformarse en un apéndice del estado o del poder.

El pasaje de una institución cuyo objetivo fue la defensa de una causa humanista, a una institución donde la apetencia de poder es lo decisivo, consterna y asombra. Schulman en ese sentido no es una accidente, es en cierta manera la expresión “lógica” de un modo de concebir el poder y disfrutarlo.

Lo que vale para Schulman se extiende para Juan Cabandié y sus amenazas a una policía de tránsito, o Victoria Donda y sus abusos contra los derechos laborales de su empleada doméstica. “No permita la Virgen que tengas poder…”, canta Joaquín Sabina.

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