Desde 1983, los argentinos manifiestan su repudio al golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Es un repudio que debería convocar a la mayoría de los argentinos, pero el populismo y la izquierda se han apropiado de esa fecha y excluyen deliberadamente cualquier voz disidente. No deja de llamar la atención que un hecho histórico ocurrido hace casi medio siglo siga alentando manipulaciones políticas que tienen mucho más que ver con miserias del presente que con el pasado. El “operativo” político es de manual: se invoca a marzo de 1976 para maniobrar políticamente en marzo de 2022, maniobras que incluyen facciosas disputas internas. Se agita el fantasma del retorno de los presuntos verdugos, para identificarlos con los actuales opositores al supuesto modelo nacional y popular. “Macri es Videla”. es una de las consignas más divulgadas, pero no la única, porque la imputación alcanzaría a cualquier dirigente de Juntos por el Cambio. La crítica histórica a la dictadura devenida en descalificación política contemporánea para saldar diferencias.
El populismo se refugia en el pasado, porque probablemente no tenga nada que decir en tiempo presente. Así y todo, no deja de llamar la atención el devenir de un proceso histórico, y en particular la apropiación de una fecha por parte de quienes parecen ignorar que sus principales dirigentes fueron ajenos a la gesta antidictatorial, con el añadido de que a partir de 1983 sabotearon todas las iniciativas destinadas a juzgar a los responsables de la violencia de esos años.
Repasando archivos de aquellos años, leyendo los nombres de quienes desde 1975 comenzaron advertir contra el terrorismo de estado, arribo a la desoladora conclusión que la mayoría de ellos no podrían participar de estas conmemoraciones, organizadas desde el poder estatal en nombre de derechos humanos degradados en faccionalismo político y promocionada por dirigentes bien rentados. Que en esta fecha, por ejemplo, esté en la calle como legítimo protagonista Amado Boudou y ausente Graciela Fernández Meijide, es una dolorosa ironía o una patética revelación.
Es importante hacer algunas observaciones en homenaje a una memoria que se invoca pero no se ejerce: el terrorismo de estado se inició antes del 24 de marzo de 1976 y la responsabilidad inexcusable de los militares no excluye la responsabilidad de quienes en nombre de las causas más antagónicas se dedicaron a asesinarse entre ellos. Las Tres A y Montoneros no eran lo mismo, pero ambos asesinaban y ambos lo hacían en nombre de Perón y recurriendo a instancias estatales. La llegada de los militares al poder puede que no haya sido saludada con entusiasmo, pero se sabe que una mayoría silenciosa educada en décadas de militarismo consideró que la asonada era la respuesta más razonable a una crisis que el gobierno peronista no hacía más que agravar. Importa recordar que la dictadura durante los primeros años logró importantes adhesiones populares recurriendo a los clásicos recursos populistas: el fútbol, el nacionalismo malvinero y la plata dulce. Los informes de la Conadep y el juicio a las juntas militares juzgaron y condenaron a los responsables de la violencia estatal y el crimen político. Y habría que destacar que el juicio a las Juntas no solo sancionó a los autores de crímenes sino que históricamente clausuró las aventuras militares que desde 1930 se reiteraban cíclicamente. Curiosamente, desde 1983 a la fecha el único intento de empoderar políticamente a los militares lo protagonizaron los jefes de las ruidosas murgas que salieron a la calle este jueves. La designación de César Milani incluyó la iniciativa de considerarlo como parte de una estrategia de proyecto nacional, una de las variables ideológicas que desde 1930 justificó la intervención de los militares en política.
Que miles de personas salgan a la calle por un acontecimiento ocurrido hace casi medio siglo y con sus principales protagonistas juzgados y condenados, cuando no muertos por elementales razones biológicas, no deja de ser una singularidad criolla. Otra observación que importa: en la Argentina hubo terrorismo de estado pero no genocidio. El uso de palabras justamente identificadas con las tragedias más sombrías de la humanidad no se puede hacer gratuitamente. Tampoco es verdadera la cifra de 30.000 desaparecidos. Todos los informes giran alrededor de 8000. La diferencia, más que registrar una cuestión numérica, apunta a una cínica manipulación política. No se trata de negar el horror, se trata sencillamente de no mentir.
A modo de conclusión, insisto en que los actuales problemas de la Argentina no tienen nada que ver con los problemas de hace medio siglo. Previsible: más del 70% de los argentinos en actividad no habían nacido en 1976 o recién estaban ingresando a la escuela primaria. Guste o no a los devotos de idolatrías y tragedias y manipuladores, el mundo ha cambiado y el futuro se forja en tiempo presente. El 24 de marzo de 1976 es historia; no debe ser mito y mucho menos se debe pretender abrevar donde hubo tanto dolor para beneficiarse de dudosas cuando no fracasadas lecciones políticas.