I
La propuesta del señor Javier Milei de constituir un mercado de compra-venta de órganos humanos me parece más que delirante, monstruosa y en cierto plano me resulta penoso que los argentinos estemos debatiendo sobre un tema que la humanidad lo resolvió satisfactoriamente hace miles de años. Imaginar a personas decididas a vender el brazo, una pierna, un ojo, o incluso su propia vida, para comprarse un departamento o dejarles un auto nuevo a sus hijos me parece algo así como una pesadilla social, de esas que a veces leemos en algunas novelas de ciencia ficción, confirmando una vez más que en materia de perversidad y horror la realidad suele superar a las imaginaciones más truculentas.
II
Tratemos ahora de ser lo que se dice razonables y entender la lógica presente en el planteo de Milei. El flamante candidato a presidente de los argentinos justifica su propuesta en nombre de la libertad, con lo que se confirma que las iniciativas más tenebrosas e infames puedan justificarse en nombre de las mejores causas. La libertad como estandarte para vender fracciones del propio cuerpo o el cuerpo entero. Los esclavistas en sus versiones más feroces no se hubieran animado a tanto. Milei dirá que su propuesta exige que toda decisión sea voluntaria y no coercitiva. Macanudo. Pregunto a continuación: ¿Personas acosadas por la necesidad, desde el hambre a la apetencia de objetos de consumo que no podría adquirir con sus ingresos, hasta dónde no les estamos alentando lo peor legalizándole la posibilidad de vender órganos de su propio cuerpo? Pregunta a Milei: una persona, supongamos que él mismo, decide por ejemplo, vender su lengua… ¿Lo hace en nombre de la libertad o, por el contrario, de lo opuesto a la libertad que es la necesidad? En términos kantianos (para ser algo retóricos) ¿Milei personalmente estaría dispuesto a vender fracciones de su cuerpo o el de su hermana, por ejemplo, en nombre de la libertad? Seguro que no. Por lo menos, no en nombre de la libertad.
III
Creo que Albert Camus decía que las decisiones de los hombres hay que evaluarlas por sus consecuencias. ¿Imagina Milei las consecuencias sociales, económicas, humanas, de un mercado, un espacio de compra y venta de órganos? ¿Se imagina compradores de órganos organizando campañas publicitarias acerca de los supuestos beneficios de la venta de órganos? ¿Se imagina tasadores estableciendo el valor de un riñón o de un ojo? ¿No le parece monstruoso un mercado organizado alrededor de esta compra y venta de productos? Alguien dirá que en la vida real las personas ceden sus órganos. Hay cesiones post mortem o cesiones realizadas no en nombre de las leyes de la oferta y la demanda, sino en nombre de la solidaridad. Pequeña diferencia, pequeño detalle respecto de un Milei que imagina una feria en la plaza vendiendo órganos. Una madre que cede su riñón para su hijo, una persona que autoriza a donar sus órganos después de su muerte, son casos puntualmente establecidos y ennoblecidos por los valores de la solidaridad, entre otras cosas porque es gratuito. Y no es una pequeña o insignificante diferencia. Por lo menos, desde los valores del humanismo.
IV
Se sabe que alrededor de las posiciones políticas se comprometen valores, visiones más complejas del mundo, ideologías, para usar una palabra que muchos consideran finada, aunque yo crea que no es para tanto. Milei justifica sus posiciones alrededor de la compra y venta de órganos en nombre del liberalismo o del pensamiento libertario. Pues bien, si estos son los valores del liberalismo o de la causa libertaria desde ya yo no soy ni liberal ni libertario. Lo digo de manera retórica, porque en realidad yo creo que Milei no es liberal o, para ser más amplio, adhiere a un liberalismo del cual yo no tengo nada que ver. Y respecto del pensamiento libertario, diría que los fundadores de esa visión del mundo (por lo menos los que yo leí) siempre estuvieron inspirados en los valores de la libertad y la igualdad. Si en un punto -y a lo largo de encendidas polémicas- religiosos y laicos de diferentes procedencias han coincidido, es alrededor del reconocimiento «sagrado» de la vida humana. Y digo «sagrado» como podría decir «cultural». Que los hombres hayamos acordado que la vida humana debe ser respetada en todas las situaciones, proviene de un aprendizaje histórico. Durante siglos, ese valor fue desconocido o negado. Hoy mismo, este principio muchas veces es negado en la práctica, pero cada vez es más fuerte el principio de que la vida humana es sagrada. Y la vida no es una abstracción. Una vida se constituye con realidades materiales y espirituales consistentes. Pues bien, me temo que la propuesta de Milei impugna este principio para someterlo o condicionarlo a las leyes del mercado. Si puedo vender un órgano también puedo vender mi vida. Y, claro está, que para que ello ocurra es necesario que haya empresas o sociedades anónimas decididas a comprar órganos y vidas. Y vendedores capacitados para ello. Alguien golpea la puerta de su casa. Y usted atiende a un joven o a una jovencita encantadora que le propone comprarle el brazo, o el riñón, o las piernas, o un ojo o la propia vida, a precios sumamente ventajosos y a través de operaciones indoloras. «Véndame sus dos piernas y nosotros le pagamos una cifra que le permitiría saldar la deuda de su departamento y, como obsequio, le proveemos una confortable silla de ruedas». Un mundo feliz, diría un escritor que todos conocemos.
V
Y ya que estamos en tema, unas palabras respecto del derecho a armarse. Por lo pronto, si fuera su asesor, le observaría a Milei que no estuvo muy perspicaz, u oportuno, en salir a reivindicar el derecho a comprar armas en el kiosco de la esquina después de la masacre en Uvalde, Texas, perpetrada por un adolescente armado hasta los dientes. De todos modos, admito que en este caso, el de armarse, hay motivos que, por lo menos, justifican el debate. Cuando el almacenero de la otra cuadra me dice que lo asaltaron diez veces y la policía nunca llegó, o llegó tarde, motivo por el cual decidió comprarse una pistola, admito que su enojo merece ser atendido e incluso justificado. Yo por principio adhiero al estado de derecho y, por diferentes razones, estimo que el monopolio legal de la violencia debe estar en manos del estado. Hay tradiciones, leyes, experiencias históricas que así lo justifican. Una sociedad donde todos están armados no creo que necesariamente sea una sociedad más justa y pacífica. Por el contrario, el espectáculo que imagino me recuerda la ley de la selva. Y la ley donde se impone el que desenfunda primero o tiene más puntería. Admito la complejidad del tema y atendiendo nuestras lastimosas condiciones de seguridad, el derecho de una persona a defenderse y a defenderse con un arma en la mano. Pero si fuera político o, simplemente como ciudadano, todo mi esfuerzo estaría no encaminado a crear cursos que te enseñen, como en algunas películas del western, cómo se desenfunda más rápido y se apunta con mejor puntería. Por el contrario, me preocuparía, en primer lugar, en hacer funcionar el estado como tal, con jueces, fiscales y policías más eficaces. Y además, trataría de alentar condiciones culturales y sociales para vivir en una sociedad donde podamos caminar por la ciudad con nuestros hijos y nuestra mujer sin el temor a ser asaltados o algo peor.