El «centro», un espacio de poder a construir y conquistar

Dirigentes políticos de diferente filiación se definen como de “centro” o “centristas”. Algunos dicen ser de centroizquierda, otros de centroderecha, y también hemos escuchado la reivindicación de un “centro popular”, tal vez en conflicto con un “centro nacional y popular”. Seguramente hay más versiones y más deseos a favor del “centro”. La pregunta, por lo tanto, es legítima: ¿qué es el “centro”?, ¿un lugar?, ¿una posición política?, ¿una posición ideológica?, ¿una consigna?

No nos tomemos las palabras tan a pecho. Después de todo, las consignas políticas no están obligadas a indagar en detalles, pero no es menos cierto aquello de que toda consigna es la síntesis de una estrategia. ¿Será tan así? ¿O atendiendo los tiempos que corren será que se trata más de una síntesis mediática? Vaya uno a saberlo. Lo seguro es que los seres humanos para entendernos nos expresamos a través de palabras, pero las palabras en política no siempre significan lo mismo.

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Una posible lectura sería interpretar la consigna no tanto por lo que dice como por lo que calla o sugiere. Por ejemplo: denominarse de “centro” incluiría no ser de derecha ni de izquierda. Lejos del frío glacial de la derecha y del calor agobiante de la izquierda. ¿Pero no era que esas categorías no existen más? Alain, el filósofo que alguna vez fue amigo de Sartre y Aron, dijo algo interesante: “Quien niega la categoría ‘derecha-izquierda’ por lo general es de derecha”. Para discutirlo, pero convengamos que la respuesta es por lo menos ingeniosa, además de haber sido dicha hace más de setenta años.

Palabras más, palabras menos, hoy habría un amplio consenso en admitir que “izquierda-derecha” son palabras políticamente muertas y sepultadas. ¿Será tan así? Pregunto, porque cada vez que algún debate político levanta su tono, los contendientes acusan a su adversario de insensible derechista o temible izquierdista. Según Milei, por ejemplo, Rodríguez Larreta sería un peligroso izquierdista, imputación que alcanza a Lilita Carrió y a todos los radicales que, como todos los argentinos sabemos, son rabiosos izquierdistas desde los tiempos de Alem y Alvear hasta la fecha. Mientras tanto, el presidente Alberto Fernández no vacila en profetizar que si el peronismo no se une retornará la derecha portando las pestes de la opresión y el hambre. Pregunta para el Presidente: si Macri es la derecha, ¿significaría que él, por ejemplo, sería la izquierda? Cosas veredes Sancho.

¿Pero no es que derecha e izquierda estaban agotadas? Atendiendo a lo que nos toca contemplar, podemos decir con poco margen de error que el debate político es muy pobre o que “izquierda-derecha” han dejado de ser conceptos cargados de historicidad para transformarse en insultos. Según se baraje el naipe, al adversario que no soporto lo acuso de derechista o izquierdista.

La situación amerita la cita de don Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Y sin embargo, yo en principio no estaría tan seguro como él, sobre todo porque después de las pesadillas del fascismo y del comunismo, las palabras “derecha-izquierda” han perdido el prestigio del que alguna vez dijeron disfrutar. Por las dudas, y para no equivocarse, mejor ser de “centroderecha” o de “centroizquierda”. La palabra “centro” como coartada, excusa o escudo.

Convengamos, en principio, que estar en el “centro” significa tomar distancia de los extremos. Alguien de “centro” se distinguiría por la moderación y, políticamente hablando, por la adhesión reflexiva a los valores de la democracia y el Estado de Derecho. ¿Clarito? Sí, pero no tanto. En la Revolución Francesa, en aquella asamblea en la que nacieron las categorías de izquierda y derecha, había también un espacio intermedio, al que calificaban despectivamente de la “charca”. En lugar de titular de virtudes, el “centro” pecaba de oportunista, genuflexo, cuando no traidor.

Valgan estos ejemplos para admitir que el “centro” puede designar muchas cosas menos un lugar obvio o inocente. El “centro” de una ciudad, por ejemplo, no suele coincidir con su centro geográfico. Un ejemplo que muy bien podría hacerse extensivo a la política. Todo “centro” está situado históricamente y es la consecuencia de un nudo de relaciones de fuerzas, de relaciones de poder. El “centro” en política no siempre está en el “centro” o es el lugar virtuoso. ¿Qué significaría el “centro” entre los Aliados y el Eje en tiempos de la Segunda Guerra Mundial? O para no irnos tan lejos: ¿qué es el “centro” cuando nos referimos a la invasión militar de Rusia a Ucrania? Tampoco parecería ser el lugar más eficaz para intervenir. Daladier y Chamberlain algunas lecciones recibieron al respecto. “Perdieron el honor y además tienen guerra”, les dijo Churchill a esta pareja de centristas.

En la Guerra Civil Española, puede que la “tercera España”, la España del “centro”, haya ejercido atributos morales dignos, pero está claro que las posiciones de Ortega y Gasset, Marañón, Madariaga o Chaves Nogales fueron políticamente impotentes para impedir la guerra civil. Tampoco podría pensarse el “centro” como un lugar fijo, estable, el lugar al que hay que llegar con la comodidad y la certeza de quien accede a un espacio geográfico. Sociedades sacudidas por los conflictos reproducen su propio “centro” que incluye sus propias paradojas. Algunas de ellas son notables. Historiadores rusos consideraban que en el conflicto interno planteado entre los bolcheviques Bujarín era la derecha y Trotsky la izquierda. ¿Y el “centro”? Pues bien, “el centro” lo representaba Stalin. ¿Stalin centrista? Según el propio Trotsky, así fue. Y así les fue a Bujarín y Trotsky con tremendo centrista. Y en España, concluida la Guerra Civil con los resultados conocidos, el general Franco era el “centro” entre el populismo de la Falange y el tradicionalismo de los carlistas.

Si se me permite la humorada, menciono estos episodios con el objetivo deliberado de contribuir a la confusión general. Por lo menos, para advertir que “centro” en política es un concepto más complejo que el que suscita a primer golpe de vista. Como para empezar a despejar malezas, digo que el “centro” es una categoría política del poder. El “centro” dejaría de ser una predisposición psicológica, el ejercicio virtuoso de la moderación, para constituirse en una variable decisiva del poder. Esto quiere decir que no es un lugar “dado”, un lugar preexistente, muy por el contrario, es un lugar a construir. Y quien logra hacerlo controla las variables reales del poder. Una verdad que un jugador de ajedrez conoce muy bien. Puede que ese espacio a construir sea la superación dialéctica de antagonismos irreductibles; puede que más que la superación signifique la derrota de ambas variables. O la constitución de un nuevo espacio de poder.

¿Lugar a construir? Claro. También a ganar o conquistar. Cada uno puede usar el verbo que le resulte más cómodo, Lo seguro, es que en todos los casos lo que importa saber es que quien gana el “centro” gana el poder o por lo menos las elecciones. Fácil decirlo, no tan fácil lograrlo.

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