I
En las novelas de enigma, el despliegue ideal de una trama consiste en dejar planteado en el penúltimo capítulo todos los datos, señales o indicios que le permitan al lector deducir quién o quiénes son los culpables y cuáles son los intereses que han gravitado para perpetrar el delito. En este largo culebrón de la política criolla, el capítulo que hoy nos ocupa podría titularse «El avión que llegó en la oscuridad»; o «El avión y la tripulación fantasma» o, por qué no, para afinar cierta sintonía folclórica con el peronismo: «El avión negro». Los datos y las pruebas disponibles de este culebrón con final abierto, parecen ser tan evidentes que un lector exigente estaría tentado a recelar de pruebas tan abrumadoras o a suponer que el autor del guion carece de la sutileza necesaria para elaborar una trama de suspenso que eluda las obviedades.
II
Expongamos algunos hechos: un avión venezolano de origen iraní que incluye en su tripulación a iraníes. Un avión que llega al país cuyo gobierno nunca ha disimulado su simpatías con el régimen chavista de Venezuela, mientras su vicepresidente fue la forjadora de un Memorándum canalla con la teocracia responsable de los atentados terroristas más dolorosos de nuestra historia. Un lector exigente diría que el planteo es tan obvio que no deja posibilidad al misterio, a la intriga. Como para contribuir a lo obvio, el avión llega a nuestros pagos más o menos en el mismo momento en que el presidente argentino decide en la Cumbres de las Américas asumir el rol de abogado de las autocracias latinoamericanas. Continuamos con las obviedades. Todo es tan evidente que para lo único que no hay lugar, es para el misterio. El avión pasa de largo por Ezeiza y llega a Pajas Blancas, el aeropuerto de Córdoba. El sagaz guionista nos recuerda que allí la sugestiva tripulación realizó algunas diligencias que poco y nada tenían que ver con los pacíficos e impasibles autopartes. Después a Ezeiza. Y como no le venden combustible, deciden viajar a Uruguay. Como en ese país el gobierno no es populista sino que pertenece a la execrable derecha neoliberal, sus adocenados funcionarios le informan amablemente que no están autorizados a volar por los cielos orientales. Otra vez a Ezeiza. Y el escándalo ya está en la calle y en los medios. La Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Aduana, la Policía Federal y la Dirección de Migraciones se alertan. Al sagaz lector no se le escapa que todos los negocios con las autocracias son posibles, pero deben realizarse en las penumbras porque si bien el populismo en la Argentina es poderoso, no controla todas las instituciones, entre otras cosas porque existe en este país una oposición «gorila» financiada por los poderes mediáticos, judiciales y trasnacionales que entorpecen las maniobras y operaciones a las que las autocracias son tan aficionadas. Por lo menos, desde los tiempos del compañero Antonini Wilson se sabe que siempre se corre el riesgo que una funcionaria indiscreta o no advertida a tiempo, o lisa y llanamente vendida a Magnetto, puede sabotear las gestiones bolivarianas de alcance latinoamericano.
III
El guion intenta salir de los lugares triviales incorporando a la escena las opiniones de los funcionarios oficialistas argentinos. En este punto la trama se enriquece porque, al mejor estilo Henry James, habilita diversos puntos de vista. Un funcionario declara que los iraníes de la tripulación cumplían hacendosas labores pedagógicas. Criaturitas de Dios. Una autocracia teocrática y criminal y tripulantes de un régimen que combina armoniosamente la represión interna, el saqueo y el narcotráfico, devenidos en un pacífico curso dictado arriba de las nubes. Enternecedor. Y mucho más enternecedor el vuelo imaginativo del funcionario que urdió semejante argumento. Otro funcionario, habló de un avión que se proponía realizar tareas humanitarias. Que tiernos. Y como para poner en un aprieto las cavilaciones más refinadas de Hércules Poirot o Jules Maigret, entre los caballeros iraníes hay un señor que responde al nombre de Gholamreza Ghasemi. Rápido de reflejo, el astuto lector recuerda que ése es el nombre de un laborioso militante de Al Quds, pero el responsable de la trama desactiva la sospecha con un argumento digno de los discípulos de aquellos expertos en revolear bolsos en puertas de conventos o abrazarse a cajas fuertes. Efectivamente, Ghoamreza Ghasemi es un terrorista iraní (en la bífida lengua de los perros infieles de Occidente) pero se trataría -oh maravilla de las casualidades- de un homónimo. Ni al sutil Conan Doyle, ni al torrencial Wilkie Collins, ni al flemático Graham Greene, se le hubiera ocurrido una explicación tan lúcida. Tiene cola de león, melena de león, dientes de león, garras de león, rugido de león, pero no es león…es un homónimo.
IV
Se sabe que todo culebrón para ser tal debe encontrar siempre nuevos motivos y nuevos protagonistas para continuar con su saga tropical. En el caso que nos ocupa, los guionistas incorporan, como para ser leales a ellos mismos, que el avión no tenía como objetivo trasladar autopartes, sino contrabandear cigarrillos. Y como para que ningún condimento falte al «relato», el beneficiario de ese contrabando bien podría ser un ex presidente argentino al que se lo conoce con el apodo de «Gato». Ahora sí la serie se puso linda. Ah…pero Macri. Y la belleza adquiere tono de éxtasis cuando deciden incorporar al «malo», al más malo de todos los malos. ¿Quién puede ser el «malo» en un culebrón populista que merezca ese nombre? Los judíos, por supuesto. Ellos, que no vacilan en recordar, en insistir, que en la Argentina la teocracia iraní es responsable de los atentados terroristas contra la embajada de Israel y la AMIA, más el asesinato de un fiscal al que no vacilaron en calificar con los peores términos judeofóbicos. Precisamente será la DAIA (que algo conoce del paño de las teocracias islámicas) la que reclame que el Boeing llegado desde las nubes con los señoritos de la tripulación, merece ser investigado. Pérfidos judíos.
V
Otra complicación, u otra trama, se incorpora al texto. Y esta vez nos tomamos la licencia de salir del género policial de enigma para entrar de lleno en el género de espionaje estilo Ian Fleming o, por qué no, John le Carré. Rusia invadió a Ucrania y empiezan a sonar los tambores de la guerra. Los motivos de esa invasión son diversos, pero el centro gira alrededor de la disputa entre democracia y autocracia. El impacto de ese conflicto va más allá de las fronteras de Ucrania. Europa, Asia y América latina empiezan a movilizarse o alinearse de un lado o del otro. El presidente argentino dijo, pocos días antes de la invasión, que ofrecía al país como pista de aterrizaje de los rusos. Soldados argentinos pueden entrenarse en las tierras de Putin. Nicaragua, la Nicaragua de la familia Ortega, también ha abierto sus puertas. Venezuela y Cuba son incondicionales del sátrapa ruso. De Irán no es necesario decir de qué lado está, porque sus posiciones en la materia las conocen hasta los nenes de las guarderías. Conclusión: el novelón se enriquece con la posibilidad de un nuevo eje forjado al calor de la guerra que el compañero Papa no ha vacilado en calificar de mundial. ¿Por qué no ubicar al Boeing 747, ese avión que le gusta viajar por los cielos latinoamericanos con el transponder apagado, en este contexto? El mundo se prepara para la guerra y algunos de sus emisarios empiezan a llegar a nuestras costas. A no alarmarse, se trata de una novela. Ya se sabe que cualquier relación con la realidad es pura coincidencia.