I
Alguna vez un veterano periodista lanzó la consigna «Estamos mal, pero vamos bien». No tiene demasiada importancia decir que la consigna nunca me satisfizo, entre otras cosas porque no me satisfacía para nada el gobierno que supuestamente marchaba en una buena dirección. Pero hoy, 2022, la consigna podría permitirse una vuelta de tuerca para recrearse de la siguiente manera. «Estamos mal y vamos mal». Los índices sociales, económicos y políticos no alientan noticias auspiciosas. Un país puede atravesar una crisis económica, una agitación de los mercados financieros, una disidencia política interna, una coyuntura en la que el descontento social es más intenso. Todo esto puede pasar y podría superarse si se cumplieran dos condiciones: que nunca se manifiesten juntas y que exista un gobierno con capacidad de pilotear la tormenta. Pues bien, me temo que en la Argentina que nos toca vivir el peor de los escenarios se está constituyendo: generalización de la crisis y un gobierno que no la entiende y, como toque de distinción, sus integrantes están peleados. Es como el relato de ese avión sacudido por la tormenta más alguna imperfección mecánica, mientras el piloto y el copiloto se reparten sopapos.
II
¿No estarán disimulando? ¿No fingirán una riña para distraernos? No lo creo, más allá de que los crea capaces de cometer las fechorías más detestables. La disputa por el poder interno es real. Y hay que decir, a continuación, que el kirchnerismo es el que dispone de más posibilidades de ganar el match por la sencilla razón de que se trata de un grupo orgánico constituido y decidido a ejercer el poder, pero muy en particular porque dispone de un liderazgo, el de Cristina, que es el más efectivo que puede exhibir el peronismo. No hay en el escabroso paisaje interno del peronismo un dirigente de su talla. No lo hay. Busquen, rastreen y no encontrarán a nadie que esté a su altura. Cristina es el peronismo real y efectivo, tan real y efectivo como lo fue Menem en los años noventa, más allá de disidencias internas, muchas de ellas provocadas no por la abstracta disputa de valores sino por la sencilla razón de que fueron apartados de los beneficios de las cajas y de parecidos privilegios. De «combatiendo al capital» a «disfrutando del capital», parece ser la consigna preferida.
III
En esta Argentina del siglo XXI ignoramos muchas cosas, pero disponemos de algunas certezas. Sabemos, por ejemplo, que exhibimos índices inflacionarios que no los conocíamos desde fines de los años noventa del siglo pasado; sabemos que las reservas son escasas, sabemos que la actividad productiva está estancada desde hace años, sabemos que la pobreza aumenta y las necesidades básicas insatisfechas crecen. Lo sabemos y lo padecemos. Menos el señor presidente de la nación quien, muy suelto de cuerpo, supone que algunos de los problemas decisivos de la Argentina ocurren porque «estamos creciendo». Crisis de crecimiento, diagnostica la máxima autoridad política del país, cuando estamos transitando un momento histórico en el que todos, todos, están disconformes: los pobres, los ricos y las clases medias. Y en el país donde las consignas más agresivas contra el presidente las lanzan sus «compañeros». No concluyen allí las manifestaciones de asombro. El país que dispone de reservas energéticas, no las puede transformar en ventajas efectivas porque sus dirigentes no son capaces de, por ejemplo, construir un gasoducto; el país que dispone de una de las praderas más fértiles del mundo y de una burguesía rural moderna y competitiva, no puede aprovechar esas condiciones a plenitud porque para los principales dirigentes oficialistas el «campo» es la expresión de una burguesía parasitaria, insensible y explotadora cuyo exclusivo interés es beneficiarse a espaldas de la nación. En este escenario, hay motivos para aseverar que lo notable no es que estemos mal, sino que no estemos mucho peor.
III
Que en este contexto, el presidente de la nación decida viajar a Jujuy para abrazarse con una mujer condenada en diferentes instancias por jueces, la mayoría de ellos designados durante las administraciones peronistas de la provincia, revela el grado de alienación del señor Alberto Fernández, más interesado en satisfacer los reclamos internos del kirchnerismo que atender las necesidades, las urgentes necesidades estructurales de la nación. Alguien dirá que se pueden hacer las dos cosas. Simbólicamente, aseguro que no. No se puede atender las exigencias de desarrollo de una nación y al mismo tiempo abrazarse con una de las expresiones más sórdida y violenta de la corrupción. El viaje de Fernández a Jujuy no dejó ningún detalle sin atender: agravio a los jueces, falta de respeto al gobernador y manifiesta e imperdonable indiferencia con las víctimas de la señora Milagro Sala, de las víctimas y de los familiares de esas víctimas. Si una licencia me permiten, con el correspondiente homenaje a la ironía, diría que la única justificación que atenúa las culpas del presidente es que si en esta Argentina la actual vicepresidente está libre, muy bien podría estar libre alguien que dispuso de menos poder y produjo, objetivamente, menos daño social, como es Milagro Sala.
IV
El señor Andrés Larroque, más conocido por el sugestivo apodo de «Cuervo», proclamó la candidatura presidencial de Cristina Kirchner. Conociendo cómo funciona el poder kirchnerista y cómo se estructuran sus severas y codiciadas jerarquías, está claro que este anuncio no nació de un gesto espontáneo o del entusiasmo de un puñado de seguidores de la Señora. Según Larroque, Cristina es la única esperanza que poseemos los argentinos. El hábito de universalizar las propias preferencias. «Mi hijo es el más lindo y el más inteligente del mundo», dice la madre arrobada, preferencia que poco importa que sea verdadera porque está fundada en el amor, y como tal no daña a nadie. Pero que Larroque diga que la mujer que despierta más rechazo social, rechazo en la mayoría de los casos intenso, sea la esperanza de los argentinos es, además de un error, la confesión de un nivel de alienación sorprendente y preocupante en alguien que pretende ser un político y lidiar con los rigores, a veces ásperos, a veces impiadosos, de lo real. Para el setenta por ciento de los argentinos, la señora Cristina no solo no es una esperanza sino que su nombre está asociado a lo peor de las prácticas políticas. Corrupción, hábitos facciosos, diagnósticos equivocados y farsa cultural. En 2019, Cristina eligió a Alberto Fernández como candidato a presidente, no por generosa sino porque tenía la certeza absoluta que ella como candidata perdía sin atenuantes y a la pérdida electoral le sumaría la pérdida de la libertad, porque las causas abiertas en su contra son tan abrumadoras que solo el uso y abuso del poder le impiden estar en la cárcel. El rechazo contra ella en 2019 es posible que sea más fuerte en 2023. Pero para el señor Larroque, esta señora, responsable de la cadena de desgracias que nos afligen a los argentinos, es una esperanza. ¿Y Macri acaso no es lo mismo? Mi respuesta es la siguiente: si contra Macri existiera el diez por ciento de las pruebas que existen contra Cristina, yo sería el primero en compartir esa sospecha. Y lejos de atribuirle a Macri virtudes para la canonización; es que, importa decirlo una vez más, en materia de corrupción, saqueo y farsa, Cristina es incomparable, insuperable e imbatible. Hasta Menem admitiría resignado esa superioridad.