I
Los diarios anunciaron que el pasado miércoles 6 de julio, un señor llamado James Caan, de 82 años y de profesión actor, murió en Los Ángeles, rodeado del cariño de los suyos, como se dice en estos casos. La noticia no me llamó la atención, pero tampoco me hundió en el dolor o el desconsuelo, porque para mí, y supongo que para todos los cinéfilos con sangre en las venas, James Caan, el verdadero Caan, es decir Sonny o Santino Corleone, fue ametrallado en un peaje en las afueras de Nueva York una tarde de 1948. Entonces tenía unos 30 años y era, según palabras de su propio hijo, lo más parecido a un príncipe en una ciudad y en un país donde no existen los títulos nobiliarios. Como le dije a un amigo, después de morir así no solo que no hay manera de seguir viviendo, sino que tampoco es deseable o justo seguir viviendo luego de haber ganado la gloria y la eternidad con esa muerte conquistada, como los antiguos caballeros, defendiendo una causa justa. Yo fui testigo de lo que digo sentado en la quinta fila del cine Ocean una noche de junio de 1972. Y para cerciorarme acerca de lo que vieron mis ojos, les aseguro que desde entonces la escena la debo de haber visto más de veinte veces -y me quedo corto- y en todos los casos les juro que efectivamente James Caan no pudo haber salido vivo de esa maldita trampa tendida por Barzini con la complicidad de su propio cuñado, es decir el marido de su hermana, y el apoyo logístico de la familia Tattaglia.
II
La participación de Santino en la película no creo que supere los quince, los veinte minutos, pero cuando se es un buen actor dirigido por un maestro como Coppola, ese tiempo alcanza y sobra para ganar la gloria. Por lo pronto, una frase imprudente de Santino en el momento en que su padre está negociando con los Tattaglia y el turco Sollozzo, una frase que sin proponérselo contradice al padre, es la que precipita los sucesivos y dramáticos desenlaces de toda la película. Santino no es el marido más fiel de Nueva York, pero a su manera quiere y respeta a su esposa; no es respetuoso de la libertad de prensa, como lo demuestra rompiendo la cámara de un fotógrafo, pero después le da o le tira la plata para que el periodista se compre una cámara nueva; no posee la inteligencia o la astucia de Michel, pero es valiente, y es capaz de querer (se me ocurre que jamás hubiera ordenado asesinar a Fredo, su hermano medio tonto). Y, sobre todo, es capaz de morir. Esas opinables virtudes para un cinéfilo alcanzan y sobran. Los quince o veinte minutos de Santino en la película alcanzan y sobran para la gloria, para el mito, para la leyenda. Desde 1972 en adelante cada vez que paso por un peaje, por ejemplo, el del túnel subfluvial a Paraná se hacen presentes las imágenes de la escena en la que liquidan a Santino. Escena que, dicho sea de paso, fue la más cara de la película: 100.000 dólares salió esa ejecución «al aire libre» que no dura más de dos minutos. Cien mil dólares en un presupuesto de seis millones.
III
Santino muere por defender a su hermana, a Connie. Muere por defender a una mujer de un golpeador hijo de mil putas. El drama se expresa en dos escenas. En la primera, Santino llega a la casa de su hermana y la ve con la cara magullada a golpes por su marido, Carlo Rizzi que, dicho sea de paso, Connie lo conoce porque era amigo de Santino. Connie trata de justificar a su marido. Típico. Le dice que ella lo provocó; que él es bueno, que no lo mate. Connie la besa, la acaricia y le dice que se quede tranquila, que va a buscar a un médico, que nada le va a hacer al futuro padre de su sobrino. Pero lo cierto es que sale hecho una furia. Santino es así: impulsivo, cabrero, furioso. Es su virtud y su debilidad. Después sabremos que es, sobre todo, su debilidad, pero eso lo sabremos después. Y la escena, cuando llega a esa suerte de callejón donde hay vecinos y niños jugando, autos estacionados que se están lavando y donde está Carlo vestido con un buzo color naranja, es memorable por la paliza que le da. Pocas veces un golpeador de mujeres cobra como el marido de Connie. La escena es perfecta. Los gestos de Santino, sus ademanes, sus pasos, sus insultos. Una estética de la violencia y de la justicia. Carlo Rizzi cobra por el pelo y por la barba. Y a la vista de todos. De chicos, hombres y mujeres. Como corresponde con los golpeadores de mujeres. Y cuando groggy, se aferra a una baranda, Santino le muerde la mano para que suelte y lo sigue golpeando. Golpes de puños y patadas. Patada va, patada viene. Alcanzamos a distinguir sus zapatos acharolados y su chaleco gris. Ya dio su última patada, se va, camina dos o tres pasos, pero regresa y otra patada más, por las dudas: «Si volvés a golpear a mi hermana te mato», le ladra antes de retirarse acompañado de sus sombríos y silenciosos matones. Carlo en el suelo molido a golpes. Guapo con Connie y cobarde con los hombres. Grande Santino. Las mujeres te deben un reconocimiento.
IV
Recordemos la escena final. No dura más de tres minutos. Los espectadores vemos que Carlo le vuelve a dar una paliza monumental a Connie. Ya en ese momento nosotros desde la platea estamos pidiendo que Santino intervenga. Y claro que lo va a hacer. La casa de los Corleone convertida en una verdadera fortaleza, porque todas las familias mafiosas de Nueva York están en guerra. Suena el teléfono. Atiende la mamá, doña Carmela. Tiene un bebé en brazos que llora y no pude escuchar lo que Connie le dice. Santino toma el teléfono. Camisa mangas largas y tiradores. No la escuchamos a ella, pero la cara de Santino dice todo. Recoge el saco y sale hecho una furia. Nosotros salimos con él. Tom (Robert Duvall), el cerebral abogado de la familia, intenta detenerlo, Imposible. Santino sube al auto y arranca. Tom solo atina a decirle a tres de sus hombres que lo sigan. Santino marcha hacia su destino. Nosotros vamos con él. Señalo el detalle, porque nosotros también vamos a caer en la emboscada. Como Santino queremos que a Carlo lo muelan a golpes o algo más efectivo. El peaje. Un detalle. Por lo menos es lo que creemos. Santino paga el ticket. Y de pronto notamos que el auto de adelante no avanza; y de pronto el cobrador se esconde; y de pronto la sombra de cuatro o cinco tipos parados en la cabina con sus trajes, su sombreros y sus respectivas ametralladoras Thompson. Intenta sacar un revólver de la guantera, pero no hay tiempo. Llegan las balas y llega la muerte. Herido, baja del auto por la puerta derecha. Todavía está vivo. Nosotros, los espectadores, no nos recuperamos del asombro. ¿Cómo pudo pasar semejante cosa? Pensamos, deseamos, que Santino aún pueda hacer algo. Pero las ametralladoras son implacables, no perdonan. No vemos los rostros de los hombres, pero vemos los caños de las ametralladoras escupiendo plomo y fuego. No hay vuelta que darle: Santino va a morir. Cae acribillado a balazos y, por las dudas, va otra ráfaga cuando está muerto en el suelo. Y de premio, una patada en la cabeza. Se escucha el ruido de las puertas de los autos que se cierran. Después una toma que muestra la cabina del peaje con sus cristales rotos; otra toma y vemos llegar el auto con los hombres enviados por Tom. Tarde. Santino está tirado a lo largo. Muerto definitivamente. Nadie murió así en el cine. Santino cayó en la emboscada de Barzini, pero nosotros también caímos. Nadie esperaba ese desenlace. Barzini y Coppola nos hicieron entrar por el aro. Desde el instante que Carlo golpea a Connie hasta el momento en que el auto con los hombres de Tom encuentran a Santino muerto, transcurrieron tres minutos. Eternos. El misterio del tiempo o de los tiempos. Hay un tiempo cronológico, hay un tiempo psicológico, y después está el tiempo del cine. De eso estoy hablando.
V
No recuerdo otra escena en el cine en la que la muerte esté filmada con tanta crudeza. Se dice que Arthur Penn en «Bonnie y Clyde», filmada en 1967, hizo algo parecido. Es parecido, pero carece del contexto y, por lo tanto, del dramatismo y del efecto sorpresa de El Padrino. La muerte de Bonnie y Clyde es más o menos previsible. Los cocinan a balazos, pero de alguna manera ese desenlace se ve venir. Santino además marca una diferencia: marcha hacia la muerte para defender a su hermana, para defender a una mujer golpeada por su marido. Y muere en el intento. Una muerte heroica, como corresponde a un héroe abandonado por los dioses: a traición, bajo la luz del sol y en la soledad de un peaje.