I
La muerte de un amigo nos empobrece. La presencia deviene en ausencia. Algo nuestro, muy íntimo, muy privado ha llegado a su fin. Algunas de estas consideraciones tuve presente cuando el sábado a la noche una amiga me dijo que Tachuela, Tachuela Braccia, había muerto. No estaba bien desde hacía un tiempo, ese roble de un metro noventa, fuerte, bravo, valiente, se iba cayendo de a poco. Estaba mal, pero estaba. Ahora no está. Murió con la discreción que lo distinguió en vida. No pude asistir al cementerio, pero supe que una multitud lo despidió, una multitud de amigos de San Javier y de Reconquista que lo conocieron, lo respetaron y lo quisieron. Tachuela disponía de ese don. La hospitalidad, el afecto, la hidalguía fueron su estilo y su manera de estar en la vida. Generoso, pródigo, leal y valiente. Amigo de abrazos fuertes y amigo de repartir trompadas si su honor o el honor de un amigo estaban en juego. Alguna vez le dije que me recordaba a D’Artagnan. Fue esa noche cuando defendió a lo guapo la novia de un amigo ausente porque consideró que había sido ofendida. Gallardo y bravo mosquetero. Esas fueron sus virtudes y a esas virtudes fueron una multitud de amigos y amigas a darle la última despedida en el cementerio de San Javier. Amigos y vecinos. Peronistas, radicales, socialistas, le rindieron honores no tanto al peronista o al kirchnerista que siempre fue, sino al buen tipo, al hombre recto, al amigo generoso.
II
Tachuela ya no está, pero en mi memoria está presente. Siempre estará presente. Su sonrisa cordial, su hospitalidad, su señorío, esa mirada a veces risueña, a veces melancólica, a veces asombrada; esa timidez que al mismo tiempo era gentileza. Disponía del encanto de hacerse querer. Mi esposa de los años setenta estaba preocupada por los laberintos de Borges, las epifanías de Joyce y los mitos de Pavese, pero cuando Tachuela llegaba a casa, un cachorro de no más de dieciocho años, ajeno a las querellas del universo literario, Estela dejaba lo que estaba haciendo para servirle un café con leche y unas tostadas con dulce. Estas atenciones Estela las tenía con muy poca gente. A mis amigos por lo general los miraba con recelo, pero Tachuela era otra cosa.
III
Con Tachuela nos conocimos en Santa Fe y la amistad se forjó en los inicios de los años setenta en la militancia política que incluía ideas, pero también afectos que se desbordaban en bares, peñas, cafetines en los que compartíamos el café, el vino y la alegría de vivir. Pasaron muchos años. Él se fue a vivir a San Javier, yo me quedé en Santa Fe. No nos veíamos con frecuencia, pero como le gusta decir a Borges, la amistad a diferencia del amor no reclama de la posesión; exige simplemente ese afecto que se trama desde una historia compartida. Afecto y memoria. Nuestra amistad resistió todos los avatares. Tachuela y yo dejamos de pensar políticamente lo mismo. Sin embargo, esas diferencias, que no eran menores, jamás mellaron el afecto. Sobre la palabra «grieta» se han dicho y se han escrito muchas cosas, pero para lo que a él y a mí nos importa, «la grieta» nunca estuvo presente. Sé que alguna vez le preguntaron por qué seguía siendo amigo mío. Por qué un kirchnerista era amigo de un «gorila» vendido a la derecha. Y su respuesta lo distingue. «Yo con el Turco no me voy a pelear por razones políticas; ni Macri ni Cristina van a lograr que nos peleemos».
IV
Impecable. Más que impecable, sabio. Cuántos libros se han escrito para referirse a la amistad y las difíciles relaciones entre amistad y política. Cuántos afectos se sacrificaron en el altar de ideologías absolutas o en el trono de utopías devenidas en pesadillas. Filósofos, historiadores, humanistas, han discutido hasta cansarse. Y el debate aún sigue abierto y provocando lastimaduras. Sin embargo, para Tachuela ese debate carecía de importancia, porque sus certezas eran otras. Él no era un intelectual, pero sus verdades se fundaban en esa sabiduría que otorga la vida cuando se la mira con los ojos del corazón. Y con la certeza de quien se sabe de una limpia libertad interior, porque, bueno es saberlo, la amistad es también el ejercicio íntimo de la libertad
V
Marta, su mujer de toda la vida, me contaba algunas viñetas de nuestro afecto. Me decía que Tachuela todos los domingos al mediodía escuchaba mi programa de radio. Y renegaba por supuesto. «Cómo lo hacés renegar y cómo te quiere», me decía Marta. Alguna vez, un compañero de su causa le preguntó por qué me escuchaba. Y le contestó: «Porque más allá de lo que diga, es mi amigo y me gusta escucharlo; es como si estuviéramos discutiendo con un vaso de vino por medio en el Gringo Negro o en Las Cuartetas». Le dijeron masoquista y algunas otras pullas más. Y respondió con una frase memorable, una frase que a mi criterio cierra el debate eterno entre la amistad y su relación con la política. «El Turco no será un compañero de la causa nacional y popular, pero es un compañero de la vida…y con un compañero de la vida yo camino siempre». Impecable. Una perfecta y calificada distinción entre el compromiso político y el oficio, de vivir. Vuelvo a Borges: «Nuestras opiniones políticas pueden ser importantes, pero no son lo más importante en nuestra vida». Sospecho que Tachuela no leyó a Borges, pero como él, supo distinguir el matiz entre compañerismo político y compañerismo de la vida con una lucidez que algunos con más lecturas nunca fueron capaces de percibir. «Compañero de la vida»… ¿qué quiere decir? Compartir y ser leal a aquellas experiencias que nos constituyen. Importa la camaradería de ideales, de convicciones acerca de qué tipo de sociedad deseamos, pero hay una fraternidad de historias comunes; una fraternidad de abrazos, de charlas, de risas que son irremplazables. Aquella felicidad de la juventud, esa dicha, ese júbilo de convivir la alegría de vivir, esa inspiración para reírnos con la boca, con el cuerpo, con los ojos, con todo; incluso ese talento para reírnos de nosotros mismos. «Compañeros de la vida». Claro Tachuela. Vos lo dijiste con tu lúcida sensibilidad, tu decencia moral y tu enorme corazón.
V
No se trata de oponer la política con la amistad, se trata de aprender a convivir con esas tensiones, es decir, con las exigencias públicas de la política y las exigencias privadas, íntimas, de la amistad. Esa amistad que teje su propia historia e incluye sus propias exigencias. Un amigo no es alguien perfecto; un amigo se equivoca, comete errores, pero es un amigo, mi amigo. Esa preferencia no es arbitraria, es la preferencia, a veces azarosa, a veces deliberada, que forja nuestro destino. Un amigo no te juzga, te comprende; no pregunta, te acompaña; un amigo es alguien que podés llamar por teléfono a las cuatro de la mañana y no se fastidia porque lo despertaste. La política compromete el poder; la amistad es una virtud más íntima. Y a pesar de todo, hay amigos que se pelean por política. Alguna vez alguien se lamentó por eso. Le dije: «Solo se pierde lo que nunca se ha tenido». He perdido algunos amigos por las refriegas de la política. Pero supongo con buenos motivos que la política no fue más que el pretexto para sincerar aquello que nunca fue.
VI
Para Tachuela sobre estos temas no había ambigüedades o vacilaciones. «Un amigo es un amigo», me dijo una vez. Me causó gracia, porque esas mismas palabras pronunció Miguel Carrera, el jefe de la revolución en Chile, cuando ordenó la libertad de Manuel Rodríguez, el héroe del «Cautivo de Til Til». «Un amigo es un amigo». Y levantó la orden de arresto que había contra él, porque Manuel y Miguel eran, por sobre todas las diferencias, amigos, amigos de la vida. Como lo fueron Sherlock Holmes y Watson; Tom Sawyer y Huckleberry Finn; el Quijote y Sancho o, para no irnos tan lejos, Fierro y Cruz. Volvamos a San Javier. Tachuela celebró la pasión de la amistad. Y mis opiniones políticas no interferían ese afecto. Y yo le correspondí, porque nunca me importó que fuera peronista y que amara a Cristina y a Néstor. Tachuela era Tachuela. Honró la amistad, honró la condición humana, honró la decencia, honró la palabra. Marchó al silencio, digno, íntegro y cabal. Es que por más vueltas que le demos es así mi querido Tachuela. Vos nos enseñaste a saber que la amistad puede ser una pasión tan noble y tan pura como el amor.