I
Sergio Massa vendría a ser algo así como la respuesta «burguesa» del kirchnerismo a la crisis. Del discípulo de Stiglitz que fue Guzmán al discípulo de Alvaro Alsogaray que alguna vez fue Massa. Para el relato K, la centralidad de Massa es la máxima concesión que se permiten con la derecha o los poderes concentrados. La decisión no les gusta, el personaje no les gusta, pero también en política la necesidad tiene cara de hereje. La otra alternativa para la causa nacional y popular es morir con las botas puestas, un rasgo de heroicidad que los kirchneristas no están muy convencidos de practicar, sobre todo si ello incluye como riesgo la pérdida de cargos públicos y de suculentas cajas. Miserabilidades personales al margen, lo cierto es que el socio electoralmente más débil del Frente de Todos, el mismo que ingresó a último momento y el que alguna vez prometió meter presos a los ñoquis de La Cámpora, asume responsabilidades que ni Alberto ni Cristina, por diferentes circunstancias, estuvieron en condiciones de ejercer.
II
Massa es la última carta que juega el peronismo a un año y medio de concluir el mandato y con todos los pronósticos en contra. A Massa le exigen que haga aquello que en más de dos años el gobierno del cual él forma parte no pudo o no supo hacer. Se supone que si decidió asumir esa responsabilidad es porque se tiene confianza y sobre todo cuenta con los colaboradores necesarios para ello. Massa no es un técnico, no es un economista, es un político de uñas largas que aspira a la presidencia de la nación. El trampolín para ese cargo será lo que haga y deje de hacer en estos meses. Si le va bien, es decir, si logra recuperar o controlar la economía, sus ambiciones mayores podrán realizarse. Ese beneficio incluiría, la inevitable declinación de Cristina. Paradojas de la política. Cristina aprueba la gestión de Massa para salvar al gobierno que ella contribuyó a fundar, pero si esa gestión es buena hay motivos para suponer o sospechar que lo primero que hará Massa será traicionarla. Y esto es así no tanto por los perfiles de la personalidad de Massa y Cristina, como por la lógica propia del poder.
III
Si al actual poder peronista se lo representa a través de un triángulo, el vértice que parece estar ausente o que exhibe una notable debilidad, es el de Alberto Fernández. Sobre su eclipse hay diferentes interpretaciones, incluidas las que observan que de hecho ya no es más presidente. Exageraciones o no, lo que parece estar fuera de discusión es que el rol presidencial en el más suave de los casos está desdibujado. Alberto y el albertismo languidecen en la impotencia. Lo que alguna vez se insinuó o alentó las ilusiones de políticos esperanzados en una variable peronista diferente al kirchnerismo, está llegando a su fin en una suerte de disolución cuyas consecuencias no parecen importarle a nadie. Si alguna vez en broma se dijo que un ex presidente es algo así como un florero que nadie sabe dónde poner, hoy muy bien podría decirse que Alberto es ese florero que está, no se lo puede desconocer, pero nadie sabe no solo dónde ponerlo, sino que tampoco sabe muy bien si cumple con su tarea de florero.
IV
La pregunta de fondo es si Massa podrá salvar al gobierno sacando al país de la actual postración económica. Se presume que si un político avezado en las lides del poder, ambicioso y audaz hasta la inescrupulosidad, aceptó estas responsabilidades es porque se tiene confianza, pero sobre todo dispone de los equipos técnicos y tiene muy en claro los objetivos a lograr. ¿Será tan así? Por lo que se pudo apreciar, hasta el momento esta certeza no parece ser tan fuerte. Hasta ahora la única iniciativa trascendente tomada por las nuevas autoridades, fue la fiesta celebrada para su propia gloria A los economistas amigos les preguntaría cuáles son las diferencias reales, efectivas, prácticas entre las propuestas de Guzmán, Batakis y Massa. Pregunto, porque a ojo de buen cubero diría que en sus líneas fundamentales más o menos dicen lo mismo. Esto quiere decir que si alguien esperaba que Massa anunciara en esa fiesta bizarra que organizó para celebrar su llegada al poder medidas trascendentes, esa esperanza se desmoronó sin pena ni gloria. Puede que con Massa el supuesto «giro a la derecha» sea más notorio, puede que disponga del apoyo de algunos empresarios que no son precisamente el modelo del empresario ideal que alguna vez perfiló Schumpeter, puede por lo tanto que los apoyos de Manzano, Vila, Eskenazi o Brito alienten ilusiones, pero me temo que a la hora de la verdad Massa está más cerca de un vendedor de espejitos de colores que del rol de superministro que a él le gusta asignarse.
V
De las crisis económicas políticas y sociales, es decir, de crisis orgánicas, se sale con mucho esfuerzo, con mucha lucidez respecto del camino a recorrer y sobre todo con liderazgos que despierten confianza, credibilidad, fe. Hagamos historia. En 1952, Perón convocó al economista Gómez Morales para organizar lo más parecido a un ajuste. Fue duro, pero Perón disponía de la popularidad y si se quiere del prestigio necesario como para dar ese paso político sin que corra riesgo su liderazgo. Lo mismo no se puede decir del peronismo de 2022. Massa está junto con Cristina y Alberto Fernández entre los dirigentes políticos con índices de impopularidad más elevados. La otra posibilidad sería la de contar con el apoyo de la oposición. Un acuerdo entre los principales dirigentes políticos de la Argentina real podría crear condiciones favorables para una salida. Pues bien, a ese acuerdo la oposición no está dispuesta a darlo porque no cree en la sinceridad del oficialismo, porque su propia base social no se lo permitiría y porque el diagnóstico no es el mismo. Cristina no es Perón de 1952 y Massa está muy lejos de ser Gómez Morales. Tampoco es, como el Sourrouille de Alfonsín en 1985 o el Cavallo de Menem en 1992. Ni dispone de ese saber económico y tampoco de ese respaldo político que en su momento dieron Alfonsín y Menem.
VI
El futuro inmediato tendrá la palabra. Massa no va a renunciar a sus máximas ambiciones, pero Cristina tampoco está dispuesta a suicidarse políticamente. En todos los casos, la dificultad más seria que se le presenta es una deplorable realidad social y económica de la cual él y sus compañeros no parecen tener ideas muy claras para salir de ella, salvo la eterna cantinela populista. Es verdad que Massa sugiere ser otra cosa, como en su momento lo sugería Scioli, pero hasta que alguien en el peronismo demuestre lo contrario, el poder real y efectivo en el «Frente de Todos» lo sigue ejerciendo Cristina, y ese poder solo lo puede sostener siendo más o menos leal a las expectativas que ella y su marido despertaron en franjas de la sociedad contra lo que califican como el infame modelo neoliberal. Tal vez el rasgo más visible de la crisis de gobernabilidad que acecha a este gobierno es su impotencia para hallar una salida a la crisis. Por primera vez en su historia -se ha dicho- el peronismo debe asumir ser el partido no de la justicia social o del orden, sino del ajuste de un estallido propiciado por ellos. Ese rol nunca lo hicieron, no lo saben hacer y no les gusta hacerlo, porque no se les escapa que con decisiones de ese tipo no se ganan elecciones. Tal vez en esta impotencia, en esta incapacidad para hallar soluciones nacionales satisfactorias, se exprese el agotamiento histórico del peronismo o el fin de un ciclo, del ciclo peronista que en el siglo XXI asumió ruidosa, festiva y sórdida identidad kirchnerista.