I
Si no me marran las cuentas, el fiscal Julio Strassera estuvo en Santa Fe a mediados de los años noventa. No sé si estuvo antes o después, pero en esa fecha aseguro que estuvo en nuestra ciudad porque fue a El Litoral y pude intercambiar con él algunas palabras. Habían pasado diez años del juicio a las juntas militares y el paso del tiempo se le notaba: más viejo, más canoso, más cansado si se quiere, aunque sospecho que la ración de cigarrillos seguía siendo la misma, porque mientras conversamos y caminamos hasta la puerta del diario fumó tres o cuatro cigarrillos sin que se le moviera un pelo. Esa misma tarde, un amigo me contó que lo vio caminando por la peatonal santafesina. Mi amigo estaba acompañado de su hijo adolescente. «Ese hombre que ves allí, -le dijo- de traje, de corbata, de caminar algo cansado, prestale atención, recordá su rostro, no te olvides de él, porque es un hombre valiente». Strassera pasó caminando, discreto, modesto, un señor de traje gris que se confundía con el ir y el venir de la gente por la calle. Un hombre valiente. Eso fue Strassera. Un hombre que cuando la historia le dio una cita supo estar a la altura de las circunstancias. Hablo de una cita complicada, difícil, riesgosa. En 1985 el poder de los militares estaba intacto. Ellos mismos, los jefes, estaban en la plenitud de sus energías. Intimidaban, amenazaban y nadie estaba en condiciones de afirmar que no regresarían más en una Argentina en la que la presencia de los militares fue persistente desde 1930. Strassera tuvo el coraje civil de hacerse cargo del desafío político de la hora. Y lo hizo con sobriedad y talento, con decisión y mesura, con rigor jurídico y humanismo.
II
Mis opiniones sobre Strassera, pero también mis opiniones acerca de la dignidad de los derechos humanos son las que me decidieron a ir este jueves al cine para ver «Argentina, 1985», la película dirigida por Santiago Mitre. Película y no documental. Y la distinción no es una formalidad. Se supone que la película incluye una trama «privada», que nos dice algo no diferente pero si distinto a la información que ya disponemos. Una película sobre un acontecimiento histórico respeta ese marco, pero incluye el espacio privado que le otorga al acontecimiento una singularidad sobre la cual pude trabajar la inspiración artística. Importa el juicio, el contexto histórico que lo hizo posible, los alegatos jurídicos, sus consecuencias políticas, pero lo que importa es en este caso la trama privada, qué pasaba, qué sentían los hombres y mujeres que protagonizaron estos hechos. Del trato de esa subjetividad a través del específico lenguaje cinematográfico depende la calidad de la película. «Argentina 1985» es una película que a diferencia de otras, conocemos los grandes trazos del argumento y sobre todo conocemos el desenlace. Después está la cuestión generacional. Cuando juzgaron a las juntas militares yo tenía treinta y cinco años. Hoy, a un muchacho de esa edad aún le faltaban dos años para nacer. Quiero decir que está bien que se recuerde un acontecimiento histórico y que las nuevas generaciones sepan que la lucha contra la dictadura tiene su historia. Está todo bien, pero sospecho que los directores pretendieron algo más que recuperar la memoria, porque si así fuera con los documentales que ya disponemos alcanza y sobra. La pregunta de fondo entonces es si más allá de la sensibilidad del tema, «Argentina, 1985» aporta algo nuevo al cine y a nuestra manera de ver el cine y de interpretar la realidad.
III
La película está bien. Ni mucho más ni mucho menos. Quienes la filmaron son profesionales que conocen su oficio. Correcta. Y políticamente correcta. Para bien y para mal. Según me contaron, el público al finalizar aplaude emocionado. No ocurrió en la sala donde yo estuve. ¿Será que en un cine club, con un público más aficionado al cine, los aplausos no se arrancan con tanta facilidad? No lo sé. También me dijeron que hubo aplausos en algunos momentos de la película. Seguramente más de uno habrá derramado lágrimas al escuchar los testimonios de quienes fueron secuestrados y torturados. De todos modos, la calidad de una película no se mide ni por las lágrimas ni las risas despertadas. La tragedia no impide momentos de humor bien logrados. En estas secuencias, los directores una vez más exhiben la calidad de su oficio. Las imágenes son sobrias, eluden la tentación del golpe bajo en un tema donde es fácil ceder a ella. Bien los actores; buena la relación de Strassera con su esposa. Son mis primeras impresiones.