I
Más de cien millones de personas votaron en Brasil. Alrededor del noventa por ciento de los votos fueron para Lula y Bolsonaro. A juzgar por el tenor de los discursos, en Brasil la grieta es política, ideológica y territorial. Las encuestas una vez más se equivocaron, por lo que deberían renovar sus recursos teóricos o admitir que el comportamiento de los electores es imprevisible. De todas maneras, en sus líneas generales no se equivocaron: Lula ganó, no para ser presidente en la primera vuelta, pero convengamos que quedó instalado en el filo de la victoria. Se dice que Bolsonaro se quejó por el comportamiento de las encuestadoras. Al respecto, habría que decirle que gracias a los errores de las encuestadoras su perfil político se ha favorecido. Supongamos, por ejemplo, que las encuestadoras hubieran pronosticado un empate. ¿Qué habría pasado? Pues que Lula, con cinco puntos reales de ventaja se hubiese sentido el ganador real. Sin embargo, en términos anímicos, el beneficiario fue Bolsonaro, quien condenado a perder por más de quince puntos, obtuvo más del cuarenta por ciento de los votos y un optimismo que le permite alentar la posibilidad de ser reelecto en los comicios previstos para el próximo 30 de octubre.
II
Lula obtuvo 57 millones de votos, Bolsonaro, 51. Visto desde una perspectiva global podemos hablar de paridad, pero seis millones de votos de diferencia no son moco de pavo. Leyendo a los analistas políticos de Brasil, a los que escriben de un lado y del otro lado de la trinchera, lo que observo es que todos están descontentos. Los simpatizantes de Bolsonaro no pueden creer que un ex presidiario, un alcohólico y un comunista sea tan votado. Por su parte, los seguidores de Lula no pueden digerir que un fascista, un misógino, un abierto simpatizante de la última dictadura militar, un enemigo de las políticas a favor del medio ambiente, sea votado por cincuenta millones de personas y, además, se dé el lujo de ganar en San Pablo, la fortaleza histórica del Partido de los Trabajadores. Enojados o resignados, lo que no se puede desconocer es la elocuencia de los números. Y acto seguido, lo que todos debemos preguntarnos es cuáles son las consideraciones de la sociedad a la hora de elegir sus representantes. Los votantes de Lula, ¿votaron a un presidiario y borracho? Los votantes de Bolsonaro, ¿apoyaron a un misógino y fascista? Podemos dar varias respuestas a estos interrogantes, pero por el momento importa advertir que más allá de las consideraciones ideológicas, por la conciencia de los electores circulan otras expectativas que los sociólogos y expertos en encuestas no logran precisar, no porque sean chambones sino porque es probable que las adhesiones y fobias políticas del siglo XXI, a los contemporáneos nos resultan algo ininteligibles.
III
De todos modos, los resultados no son mágicos. Le guste o no a Bolsonaro, Lula en Brasil sigue siendo algo así como un mito con su correspondiente leyenda. Nacido en la pobreza, forjado en el mundo de las carencias, dispuso del talento y la voluntad para constituirse en un líder de los trabajadores urbanos y rurales. A las dos presidencias de Lula se le pueden señalar errores, pero lo cierto es que cuando dejó el gobierno fue considerado el líder más popular del mundo. Por lo menos es lo que pensaban Obama, Sarkozy, Merkel. Algo parecido pensaban instituciones insospechables de comunismo como el FMI, el Banco Mundial y el Foro de Davos. El balance era descaradamente optimista: millones de brasileños salieron de la pobreza, accedieron a la propiedad de la tierra, a la vivienda o a la posibilidad de estudiar en las calificadas universidades del país. Y, como alguien dijera un poco en broma un poco en serio, hasta la dentadura de los brasileños mejoró en esos años. Deuda externa al día, inflación controlada, reservas en el Banco, movilidad social ascendente. Era Gardel o Pelé. O simplemente Lula. Por supuesto que estos logros los obtuvo porque dispuso de una coyuntura económica favorable y moderó sus consignas de opositor versión Foro de Sao Pablo, una moderación que habilitó que muchos de sus seguidores lo acusaran de traidor. Como en la vida nada es perfecto, esos logros sociales fueron acompañados de mucha obra pública y con la obra pública -los argentinos a esa vidalita la silbamos de memoria- vino la corrupción. Los muchachos del PT fueron muy guapos para resistir a la dictadura militar e incluso soportar la tortura, pero fueron demasiado débiles para resistir la tentación del mítico «cañonazo de un millón de dólares». Conclusión: casi diez años después de dejar el poder, Lula terminó en cana en un juicio controvertido, pero no tanto como para desconocer que en los gobiernos del PT lo que con delicadeza se calificó como «el Mecanismo», funcionó de manera aceitada.
IV
Una confidencia pretendo que me sea permitida: los extremistas de derecha no me caen bien. Se llamen Le Pen, Orbán, Meloni, Trump…o Bolsonaro. La corrupción de Lula y el PT me generan desencanto y cierto escepticismo respecto de la condición humana; pero el discurso grosero, vulgar, pendenciero de Bolsonaro me produce rechazo, y algunos de sus desplantes verbales me despiertan miedo, no tanto por mí como por el destino de Brasil y el destino de América latina. De todos modos, admito que millones de brasileños votaron a Bolsonaro. Y como para darme una lección, sus candidatos considerados más detestables, por ejemplo, el titular de la cartera de Salud, que con sus actos produjo estropicios durante la pandemia; el titular de la cartera de Medio Ambiente, que propició cuanta iniciativa favorable a la deforestación se le ocurrió; el titular de Educación, con su discurso clerical y oscurantista; o las bravuconadas militaristas de su vicepresidente, todos, todos ellos se presentaron como candidatos y ganaron en sus distritos de orejita parada. Lula y Bolsonaro. Los dos populistas. Uno en versión de derecha, otro en versión de izquierda. En esta campaña electoral, como para despejar cualquier duda al respecto, Bolsonaro se cansó de prometer planes sociales con un descaro que comparado con él un puntero peronista del Conurbano deviene en un severo CEO de la racionalidad capitalista y neoliberal. Su misoginia, sus amoríos con Putin y Trump, su apología de militares torturadores, los errores y los horrores cometidos durante la pandemia, cuyo saldo de muertos supera las 700.00 personas, se contrastan con logros sociales objetivos que a los dirigentes del PT les cuesta digerir. Guste o no a Lula, existe un Brasil machista, conservador, tradicionalista. Hay una burguesía rapaz y aguerrida con ascendiente social. Además, a amplios sectores sociales la corrupción del PT provocó un desencanto que se tradujo en votos a Bolsonaro, porque, importa saberlo, la gente del pueblo, o la gente no politizada, a la hora de cambiar el voto no lo hacen atendiendo razones ideológicas sino relaciones más inmediatas con la realidad.
V
Al candidato que gane en octubre no le envidio la faena. Si el presidente es Lula, contará con un congreso opositor, oposición que incluye a los legisladores que simpatizan con Bolsonaro, pero sobre todo deberá lidiar con una charca de políticos que por un cargo, una prebenda o un beneficio son capaces de entregar a su madre, a su abuela y si mal no viene a sus nietitos. ¿O alguien va a creer que los únicos corruptos en Brasil son los populistas de izquierda? ¿Por qué no conversan un rato con algunos de los hijos de Bolsonaro? A Lula se lo podrá criticar y se lo debe criticar, pero lo que no se le puede desconocer es muñeca política. Su candidatura se forjó abriendo juego al centro y a la derecha religiosa y laica. Y ahora sabe que para ganar deberá abrir más el juego. Bolsonaro, por su parte, persistirá con sus simplificaciones populistas que tan buen resultado le dan ¿A quién votaría yo en Brasil si me fuera permitido hacerlo? Sin lugar a dudas por Fernando Henrique Cardoso, pero como él no es candidato, votaría a Lula, tapándome la nariz y con barbijo, pero a un extremista de derecha, militarista, clerical y misógino no lo voto ni ebrio ni dormido. Prefiero equivocarme con Lula que tener razón con Bolsonaro.