La principal pregunta que estamos obligados a responder es por qué Domingo Cavallo fue convocado por el presidente Fernando de la Rúa, contradiciendo así a su electorado, a los principales dirigentes de su partido y, probablemente, sus propias convicciones.
La gente tiene buenas razones para manifestar su asombro ante la decisión del gobierno de recurrir a uno de los hombres más representativos de la gestión menemista y uno de los adversarios frontales del radicalismo. Desocupados, comerciantes arruinados, industriales en quiebra no vacilan en responsabilizar a Cavallo por sus desgracias.
Para los dirigentes sindicales peronistas, el hombre de la Fundación Mediterránea es considerado el responsable del giro del «movimiento nacional y popular» al despreciable liberalismo, y de más está decir que, para la izquierda en sus diversos matices, el nombre de Cavallo se asocia a la explotación burguesa y el dominio imperialista.
Algunas figuras del radicalismo pueden llegar a aceptar la decisión de De la Rúa, pero no por ello dejan de fruncir la nariz o de recordar cada una de las diferencias con este economista al que identifican con la dictadura militar o las taimadas operaciones en el exterior para sabotear la gestión de Alfonsín en el último tramo de su gobierno.
En el Frepaso, los rechazos a Cavallo también son fuertes en la base. Ello no impide que Chacho Alvarez haya sido uno de los políticos del oficialismo que más defendiera la inclusión de Cavallo en el gobierno, aunque -curiosamente-, cuando la decisión se tomó, el Frepaso quedó afuera, y no porque ellos así lo hubieran decidido.
Sin embargo, allí están los hechos. Cavallo no sólo es convocado por el gobierno, sino que, además, ocupa el centro del escenario, desdibujando con sus actos a los otros funcionarios y transformando al propio presidente de la Nación en una suerte de monarca, dedicado a otorgar valor simbólico al poder pero desentendido, de hecho, de las tomas de decisiones que hacen a la trama propia del poder.
¿Por qué lo convocan? ¿Acaso el gobierno no tiene equipos económicos propios? ¿Ignora que la decisión defrauda a una franja de su electorado, además de confundir y desanimar a muchos de los militantes de su propio partido? ¿Por qué aceptan que imponga condiciones? ¿Por qué le ceden el poder?
Responder a estas preguntas implica meterse de lleno en los nuevos dilemas que presenta la política, en los rigores del poder y en las exigencias de un orden económico cuya lógica es implacable y presta poca atención a los escrúpulos ideológicos de los políticos.
Los historiadores manejan una categoría de análisis que se llama «la larga duración» y se refiere a la persistencia de las estructuras más allá de los cambios políticos o culturales. En ese sentido, el funcionario del Banco Central en tiempos de la dictadura militar y el ministro de las reformas liberales durante la gestión de Menem es ahora el economista con superpoderes. ¿Casualidad o proceso inevitable que encuentra en un hombre la encarnación de un orden económico que, más allá de las coyunturas, es su expresión más lograda?
El poder de Cavallo proviene no sólo de su capacidad para interpretar esta nueva fase del capitalismo, que se inicia en 1975, o de su sabiduría económica y de la disponibilidad de equipos de trabajo que no cualquier economista posee, sino también del apoyo que recibe del establishment económico.
Sin embargo, López Murphy también disfrutaba de estos apoyos y su gestión duró apenas tres días. ¿Por qué, entonces, uno debió renunciar y el otro hoy se consolida en el poder? La diferencia se explica porque la propuesta de Cavallo conecta las soluciones fiscalistas con tímidos pero concretos anuncios de reactivación económica, algo que en la actualidad no es más que una promesa aunque despierta expectativas favorables o, por lo menos, más positivas que el rigorismo fiscalista de López Murphy.
Pero esta diferencia, aun siendo importante, sólo adquiere relevancia porque la plantea Cavallo. Hablar hoy de aumentar los aranceles a los artículos de consumo importados o de implantar el impuesto al cheque es algo que los operadores económicos sólo se lo aceptan a Cavallo. Cualquier otro ministro a quien se le hubiera ocurrido plantear algo semejante no se habría salvado de ser acusado de populista o socialista.
¿Por qué no sucedió esto con Cavallo? Porque el hombre se ha ganado la confianza del establishment. ¿Y acaso Machinea o López Murphy no la tenían? También, pero además de las diferencias de liderazgos y del dato cierto de que Cavallo se equivocó menos que los otros, acá hay un tema a destacar y que nunca suele ser reconocido en su verdadera dimensión: para amplios sectores de la sociedad la imagen de Cavallo se relaciona con la derrota de la hiperinflación, el crecimiento económico, la ampliación de la capacidad de consumo y las denuncias de operativos y operadores mafiosos.
También es verdad que ese orden se construyó en una coyuntura caracterizada por la posibilidad de vender las empresas públicas, mantener una favorable relación comercial con Brasil, disponer de un excepcional ingreso de capitales como consecuencia de las altas tasas de interés en los Estados Unidos. Y todo esto en el contexto de un país que venía de sufrir la tragedia de la hiperinflación y, por lo tanto, con una sociedad dispuesta a conformarse con poco.
Lo que ocurre es que hacer política siempre significó dar respuestas adecuadas a la coyuntura. Algo que, en los acelerados tiempos actuales, mantiene más vigencia que nunca. Si esa solución se corresponde con una tendencia histórica, mucho mejor. Pero, en principio, el compromiso de un político -y Cavallo lo es- es satisfacer las expectativas del momento y él así lo hizo.
Sin embargo, la comprensión de lo que sucede hoy sería incompleta si no se entendiera en primer lugar que Cavallo está donde está no por la fatalidad de la economía o porque sea un sabio, sino porque el gobierno de la Alianza fue incapaz de hacer nada mejor. Entre otras, cosas porque en poco más de un año despilfarró el crédito social que disponía y porque sus dirigentes -empezando por De la Rúa, pero siguiendo por Chacho Alvarez- no supieron estar a la altura de las circunstancias. Se dice que la política odia el vacío y que si el espacio que le corresponde ocupar a uno no se lo ejerce siempre hay otro dispuesto a ocuparlo.
Para colmo de males, para el oficialismo sus servicios son contratados después de dos fracasos consecutivos, cuando la convocatoria se parece más a la reacción desesperada de quien, en un naufragio, se abraza a un madero, que a la decisión madura pero firme de un presidente que, en el ejercicio pleno de su soberanía, recurre a un técnico para que, cumpliendo con instrucciones precisas, haga lo que corresponda.
Por lo tanto, la resolución política de la crisis se expresa bajo la paradoja de un Cavallo fortalecido y un De la Rúa debilitado, ya que el presidente sigue dando la impresión de que, en lugar de dominar los acontecimientos, éstos lo dominan a él.
El futuro inmediato dirá si Cavallo logrará sacar al país de la recesión prolongada. Si así fuere, quedaría por saber si la victoria de este ministro significa el fortalecimiento de De la Rúa o su definitivo eclipse. La otra alternativa es que Cavallo no logre lo que se propone. En ese caso, se oscurecería su estrella, pero su derrota sería también la de la Alianza, con lo que arribamos a la conclusión de que, por un camino o por otro, el futuro de la Alianza es el que aparece más comprometido.
Sabemos, entonces, por qué está Cavallo donde está y por qué fue convocado por la Alianza. También se sabe que, salvo a su mujer, no le tiene miedo a nada. Lo que no sabemos es si asegurará efectivamente la gobernabilidad. De todas maneras, más allá de preferencias o simpatías, el sentido común mayoritario desea que le vaya bien, ya que cada fracaso representa una posibilidad menos o una frustración más para cada uno de nosotros.