París y el socialismo

19 de marzo 2001

Si las proyecciones no fallan, todo parece indicar que el socialista Bertrand Delanoe será el nuevo intendente de París. Por lo pronto le ganó en la primera vuelta al candidato de la Unión por la República (RPR), Philippe Seguín.

La posibilidad que le quedaba a la derecha para competir con algunas chances era la de unirse a partir del principio que señala que el partido con menos votos apoya al partido que sacó más votos. El tema no es sencillo porque la otra alternativa es la fusión, es decir llegar a un acuerdo para compartir candidatos en una misma lista. La diferencia no es formal y según la decisión que se tome puede significar la victoria o la derrota en la principal ciudad de Francia.

Por su parte, el acuerdo entre socialistas y Verdes coloca a esta izquierda en los umbrales del famoso Hotel Le Ville, la sede histórica del municipio parisino actualmente ocupada por Jean Tibéri, cuya imagen en los últimos meses se ha deteriorado al ritmo de sonados casos de corrupción, pero de él depende que gane Seguín.

En los extremos del arco ideológico, hay que destacar el retroceso de los neofascistas divididos y peleados a muerte entre ellos. De todas maneras, no hay que subestimarlos, ya que si bien el partido de Le Pen perdió Tolón es muy posible que como contrapartida gane en Orange.

A la izquierda, los comunistas siguen perdiendo votos, aunque su representatividad en los arrabales de París es sólida y obedece a la honorable tradición histórica de un partido prestigiado por sus resistencia al nazismo y por las políticas sociales que implementaron sus alcaldes y diputados. Más, a la izquierda del Partido Comunista flota un número indeterminado de grupos y grupúsculos de escasa relevancia electoral pero con alguna incidencia en sectores intelectuales como corresponde a un país como Francia.

Si bien en estas elecciones lo que se pone en juego son los gobiernos municipales, ya que las presidenciales están previstas para el año que viene, a nadie se le escapa que son una suerte de ensayo que permiten medir las relaciones de fuerza, perfilar los candidatos y, de alguna manera, anticipar alguna tendencia.

Por lo pronto, si los socialistas ganan París se consolida la figura del primer ministro Lionel Jospín y, a la inversa, se debilita Jacques Chirac. Asimismo, una victoria de la izquierda en ese distrito tendría un gran valor simbólico ya que desde 1871, es decir desde la famosa Comuna de París, la izquierda no controla esta ciudad.

Claro está que los tiempos han cambiado y la probable llegada de Delanoe a la alcaidía poco tiene que ver con la verdadera revolución que representó la experiencia de los comuneros. Como se recordará, luego de la derrota de Napoleón III y del tratado de Sedán que cedía a Alemania la izquierda del Rin con Alsacia y Lorena incluida, se derrumbó el Segundo Imperio y como consecuencia de ese vacío de autoridad se constituyó una suerte de doble poder cuyas referencias fueron el gobierno nacional con sede en Versalles liderado por Thiers y la comuna, que representó la primera experiencia de una revolución socialista en la historia.

Casualmente, la Comuna se declara como tal un 18 de marzo de 1871, es decir, hace hace ciento treinta años. La experiencia duró apenas tres meses, pero en ese lapso se decidió separar la Iglesia del estado, asegurar el sufragio universal con voto de la mujer incluido, establecer que los sueldos de los diputados no podían ser superiores al de un trabajador, que sus mandatos podían ser revocados si no cumplían con sus promesas, decidir la disolución del ejército profesional y organizar milicias populares, anular las deudas por usura y los juicios de desalojo además de mejorar los ingresos salariales de los sectores más postergados. Como diría Carlos Marx -que así como rescató la experiencia la criticó en muchos aspectos- «de un plumazo terminaron con los dos gastos fundamentales del Estado; la burocracia civil y el ejército».

La Comuna nunca pudo salir de París, careció de una estrategia nacional, curiosamente respetaron el Banco de Francia y sus dirigentes, en su gran mayoría obreros e intelectuales, manifestaron una ingenuidad rayana en el suicidio, respecto de las intenciones de Thiers.

El gobierno de Versalles, por su parte, llegó a un acuerdo con Bismarck gracias al cual dispuso de los soldados hecho prisioneros en su momento por el Canciller de Hierro y con el apoyo de los propios alemanes inició la conquista en regla de París. La sangre corrió por las calles y hay que leer lo que dicen sobre el heroísmo de esa resistencia Víctor Hugo y Rimbaud.

Se dice que concluida la matanza, eran de buen gusto en los salones de la alta sociedad parisina que las damas muestren sus paraguas y sombrillas manchadas con la sangre de los trabajadores.

Lo que ahora ocurre en París tiene poco que ver con aquella experiencia libertaria, aunque alguna relación puede establecerse en el manejo de las tradiciones, ya que socialistas e izquierdistas en general, se sienten herederos de aquellos comuneros que murieron baleados por las tropas de Thiers y Bismarck.

De todas maneras, en honor a ese París que desde hace más de doscientos años se empeña en ser la vanguardia intelectual y revolucionaria, hay que destacar que el candidato a intendente, Delanoe es un homosexual declarado, lo que no le impide ser uno de los dirigentes políticos más prestigiados y respetados de la ciudad.

La opción sexual del candidato, por supuesto, ha despertado al furia de fascistas y neofascistas que no pueden acostumbrarse a la idea de que un «invertido» ocupe el gobierno de la ciudad de Luis XI y Enrique IV y de Charles Maurras y Petain.

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